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Una nueva Armenia

domingo, 9 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Quisiéramos una nueva Armenia, distinta a la que se está levantando, muy briosa, pero con olvido de la dignidad humana. Todos los días vemos una casa vieja que se echa al suelo con ansias de modernismo, mientras los edificios y las mansiones emulan por ser más airosos. En la plaza de Bolívar quedó flotando, desde años atrás, una mole de cemento con pretensiones de gigante y sin alma por dentro. Es la constancia de lo que hace la inestabilidad oficial.

La ciudad crece por todos los poros, los vehículos ya no caben en las call­es y los servicios públicos no alcanzan para el conglomerado que avanza con ritmo desesperante. Todo se tornó grande, monstruoso, y el hombre se reduce cada vez más entre las arremetidas del cemento y las longitudes.

Los planeadores de Armenia, que hoy no se ven, descuidan al hombre. Le roban espacio para dárselo al urbanismo. Le escamotean las vías, la respiración, y le niegan la tranquilidad. Cuando son insuficien­tes el agua, la luz y el teléfono y no existen empleo ni oportunidades para la vida decorosa, el progreso material no cuenta. Primero el hom­bre, después el urbanismo.

Por eso reclamamos una Armenia mejor. Preferiríamos la antigua, quieta y confortante. Entonces la vida se tejía con reposo y había tiempo para la delectación. Las costumbres eran sa­nas y se ignoraban los acechos de los piratas urbanos. Ahora, con el pro­greso, las calles se volvieron enemi­gas. Comienza a recelarse de todo y de todos, porque la cara amable de la ciudad está desdibujándose.

A las nuevas generaciones les corresponde detener esta metamorfosis amarga. Armenia debe crecer, pero con ritmo proporcionado. Prime­ro hay que poner servicios, antes que lujosas mansiones. Primero las vías, después el torrente de vehículos. Las calles son el medio para permitir el desahogo y no deben ser cicateras como las actuales, que revientan los nervios.

En Armenia se debe pensar con criterio grande. Enredados los polí­ticos en menudas apetencias burocrá­ticas, descuidan lo primordial. Se ne­cesitan industrias para reme­diar el agudo déficit ocupacional. Se echa de menos una clase dirigente de avanzada, sin egoísmos ni inútiles ban­derías, que mueva los resortes de las altas esferas oficiales.

Ni si­quiera contamos con un ministro, porque no nos dejamos oír. Y hay que volver por los fueros de la moral públi­ca. A las posiciones deben llegar las personas más pulcras y capa­ces. Hoy los cargos son para los políticos, que por lo general no son ni los más honorables ni los más eficientes. El presupuesto es el soporte de las necesidades pri­marias de la comunidad. Cuando se vuelve la caja de milagros de los oportunistas, todo se derrumba.

En ambos partidos hay juventudes promisorias. Pero no se atreven, o no las dejan avanzar. Algunos comienzan a figurar con timidez. A esas juventudes, la esperanza del mañana, les corresponde to­marse el mando para que Armenia sea la ciudad que todos ambicionamos.

La Patria, Manizales, 30-VII-1980.

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