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Muchedumbres y banderas

domingo, 9 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Se interpreta mejor el alma de los pueblos cuan­do se llega a la intimidad de sus héroes. Los rasgos de la historia dependen siempre del carácter de quie­nes estructuraron una época. Y estos caminos de América, un día cerrados a la libertad y luego azota­dos por las propias cadenas que no era fácil desatar, se tornan confusos por la multiplicidad de aconteci­mientos económicos, políticos y religiosos, y también de raza, que convulsionaron aquellos episodios.

No siempre la descripción minuciosa de sucesos, a veces sobrecargada de imaginación pero falta de análisis, es el mejor medio para entender la realidad. Muchos trabajos, tediosos por desparrama­dos, no logran traducir el momento histórico en su exacta dimensión. Será preciso, por tanto, encon­trarle el “duende” a la historia, ese aliento que al decir de Otto Morales Benítez «es lo espontáneo, que se lleva adentro, muy adentro, alma arriba, en lo profundo del espíritu, acurrucado, esperando poder dar el salto a lo inesperado, hechizante y fascina­dor».

Morales Benítez, que ha hecho del ensayo su gé­nero favorito, y en el que más sobresale, se va por los senderos de Hispanoamérica, o mejor de Indoamérica, que él prefiere, rastreando los sucesos, tomándo­le el pulso a la historia. Cuando se escruta el alma de los personajes también se escruta el alma de los pue­blos. Tal  lo que hace el autor en su libro Muche­dumbres y banderas, acabado de reeditar por Plaza y Janés.

Por lo mismo que Morales Benítez es decidi­do luchador de la libertad y los principios éticos, en todas sus expresiones, a la par que observador atento de los fenómenos sociales, ausculta mejor la intención de quienes en el pasado redimieron la es­clavitud americana. Paso a paso, conforme se avan­za en los ocho ensayos que abarca en sus enfoques, se afirma la importancia de ser libres, de ser cultos e independientes, como condición indispensable para el progreso espiritual y material de los pueblos. Esta postura es para él una convicción, un mandato incon­trovertible del espíritu. Así lo ha plasmado en nume­rosos ensayos, y lo mismo en la cátedra, en el tratado o en la tribuna pública, que en el periodismo y en la vida privada.

Acaso no se encuentre nada nuevo en Muche­dumbres y banderas, y es que el pensamiento de Morales Benítez es una continua reafirmación de la dignidad humana. Su irrevocable condición de de­mócrata, que ha refrendado a lo largo de su vida ba­talladora, productiva e íntegra, que lo sitúa como uno de los valores más positivos del país, lo convierte en la autoridad moral que tanto se echa de menos en es­tos tiempos azarosos donde la libertad no es el distintivo de las naciones. Los densos pro­blemas sociales y económicos de las épocas colonia­les, con su enredijo de impuestos excesivos, opresio­nes, torturas, miserias y atropellos de los derechos elementales del hombre, se repiten en nuestros días bajo otros ropajes.

El hombre sigue esclavo de sus sistemas y sus instintos. Como animal que es de pasiones voltea contra sí la ponzoña de sus odios ancestrales. Aquel grito de libertad con que Bolívar redimió a cinco na­ciones parece que se hubiera perdido en el decurso de los años. El látigo y la cuchilla con que antes se castigaba al pueblo, presuntamente eliminados, se han trasladado, con otras formas, a estos tiempos de fingida civilización caracterizados por la ignorancia y la degradación del hombre contemporáneo. Basta echar un vistazo al panorama continental para empa­ñar la mirada con el cuadro de atrocidades en que el ser humano, el redimido de ayer, es hoy acaso más esclavo que antes.

Con las libertades recortadas o condicionadas, sin prensa en muchos casos, con el pensamiento cen­surado, sin oportunidades de educación, sin techo ni horizontes y en medio de angustias económicas y tor­turas mentales, cuando no físicas, no puede soste­nerse que la esclavitud haya sido vencida. Las distancias modernas entre ricos y pobres son más opro­biosas que las de los tiempos primitivos, cuando ha­bía menos capacidad de raciocinio.

Se clama, entonces, por la verdadera dignidad del individuo, porque sin ella es imposible conseguir el adelanto de los pueblos. Las banderas sociales, hoy más que nunca, en este mundo conflictivo y fe­roz, deben enarbolarse. Nuestra Colombia, surcada de dificultades, aunque todavía con algún sentido de la cultura y del respeto humano, es como un islote que amenaza consumirse si no la salvan las concien­cias republicanas y limpias, y además valientes para no periclitar, como la de Morales Benítez.

Sorprende e indigna ver al país sin derroteros fijos y trenzado en discusiones bizantinas y clientelismos políticos, mientras los monstruos de la incivilización y la barbarie amenazan destruirnos. Y no resulta comprensible cómo se desaprovechan, cuando más se necesitan, las luces de caudillos tan experimentados y capaces como Otto Morales Benítez.

Pero el país, que no puede naufragar, tendrá que acudir a sus reservas morales para que aquel gri­to de libertad que resonó en el continente y en el mundo entero sea algo más que un registro histórico.

El Espectador, Magazín Dominical, Bogotá, 7-IX-1980.

 

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