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La tía solterona

lunes, 10 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Lo de «tía solterona», como rótulo de este escrito, es para llamar la atención sobre el libro que se titula La cisterna, nombre llamativo y adecuado para el ambiente en que se mueve esta novela de la escritora antioqueña Rocío Vélez de Piedrahíta.

Todos tenemos una tía solterona, así sea en la imaginación, y sin duda es personaje especial, simpático, cariñoso, a veces enigmático y por lo general pintoresco. Además, puede ser insulso, tirano e incomprensible, pero por el hecho de ser la tía se convierte en reliquia de familia. Como la tía solterona es prototipo muy caracterizado de la sociedad, no faltaba más que no le rindiéramos tributo en esta página concebida para exaltarla.

Los libros leídos a distancia saben mejor. Es lo que me ha sucedido con La cisterna, publicado en 1971 y del que se ocupó en su tiempo la crítica con elogiosos conceptos. Estos han disminuido porque esa es la suerte del libro: poco a poco se queda solo. Pero el libro no muere jamás.

Leo ahora esta obra, nueve años después de editada y cuando ha  cesado el aparato publicitario, y me complace encontrarme con una estupenda novela, de agradable contenido y fácil comprensión. No sé por qué a ciertos novelistas les da por escribir cosas que nadie entiende y que, en lugar de llevar distracción y hacer reflexionar, como es la finalidad de la literatura, terminan fatigando y enredando la mente.

Rocío Vélez de Piedrahíta, novelista y cuentista reconocida, maneja una prosa fluida, sencilla y de grato sabor humorístico. Posee la virtud de saber escribir con espontaneidad y gracia, condiciones poco comunes. Pinta los ambientes con llaneza y franqueza tan exquisitas, que cautiva de inmediato la atención del lector y se gana sus simpatías. La sátira, otra de sus herramientas, es administrada con ingeniosa maestría y no abusa de ella porque su pluma es galante.

Antes de leer su libro, el primero que conozco de su obra, sabía de su estilo desenvuelto y ameno, vertido en excelentes páginas publicadas en el Magazín Dominical de El Espectador. Habrá que decir que en su caso el ser escri­tora es un don espontáneo, y así lo refrenda en los siete libros editados. El  último de ellos, La guaca, está en las vitrinas del país. Se pone de presente en sus escritos la envidiable capacidad para alimentar su vena literaria con esta generosa cosecha.

La cisterna, queda dicho, es el marco para la tía solterona, o mejor, el pozo que termina comiéndosela. Aunque en principio la solterona suponga un ser simple, aburrido, puritano a veces, desenfadado otras, lo cierto es que la Celina de esta historia es  protagonista cautivadora, que vive sus temores y ansiedades, iguales a los de cualquier ser humano, y que ama y se deja amar, ríe y sufre, como ríe y sufre la humanidad.

Hay mujeres, y también hombres, que repudian el matrimonio por íntimas repulsas, y en otros casos por restricciones propias. En algunas circunstancias habrá impedimentos, en otras, vocación para la soltería. Hay solterones –de ambos sexos, por supuesto– voluntarios, y también involuntarios. No todos son felices, pero tampoco todos desgracia­dos. Lo mismo ocurre en el campo de los casados, de los viudos y los separados, porque tal es la miscelánea de la vida. Por eso, es bueno el ojo del novelista cuando nos cuenta intimidades.

La autora logra certeros toques sicológicos al crear ste ser de carne y hueso y con alma por dentro. Esto de encontrarle el alma a la solterona no es fácil. Novela de costumbres, La cisterna pinta los tedios, las fatigas y las angustias del diario vivir. Podría agregarse que es también novela de languideces, porque la gente en ella se muere de monotonía, sin mucho esfuerzo, como esos muebles viejos que devora el comején.

La soltería tiene sus ventajas. Muchas solteronas se jactan de vivir mejor que las casadas, y mucho mejor que las separadas. Si esto es consuelo o  frustración, allá ellas. De todas maneras, la soltería, un estado dudoso, no significa siempre falta de habilidad para el matrimonio, porque en no pocos casos es una afirmación de libertad. El alma de la solte­rona es una página misteriosa, en blanco, de suspenso y emociones, que no siempre queda fácil leer y menos poseer.

Cuando doña Rocío nos regala el retrato de la tía Celina, esa tía que todos quisiéramos tener, descubre ciertos secretos que se anidan en la naturaleza de un ser controvertido y familiar.

La Patria, Manizales, 25-X-1980.

* * *

Misiva:

Agradezco sinceramente el interés que muestra en el artículo sobre La cisterna.  A tanto tiempo de haber publicado la novela, fue para mí un gusto saber que aún tenía actualidad. Créame que sus elogios a la obra son estimulantes para mí. Rocío Vélez de Piedrahíta, Medellín.   

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