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Arremetida de las alzas

martes, 11 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El bus ha subido en dos años el 130 por ciento. La ga­solina en esos mismos dos años, el 270 por ciento. La pregunta es obvia: ¿Cuánto se ha encarecido el costo de la vida? Si nos atenemos a las conclusiones del Dane, apenas el 50 por ciento. Pero la realidad es distinta.

Todos los colombianos saben que el producto más sensible para empujar la carestía es la gasolina. Las alzas van enlazadas. Si la ga­solina ha subido el 270 por ciento, piénsese en las rea­les repercusiones de estos impactos.

La conocida explicación de que la gasolina es en Co­lombia un artículo barato y que la guerra del petróleo en el mundo determina reajustes razonables, es válida, pero su realidad se vuelve explosiva. Se acaba de decretar un nuevo reajuste, en esta recta final que es de por sí de especulación, y desde ahora nos ha­llamos ante el sombrío panorama decembrino. Si di­ciembre es por tradición mes de sacrificios, este año lo será mucho más.

Todos los artículos, aun antes de oficializarse los nue­vos costos, ya habían cambiado de precio. El anuncio incierto de que se aproximaban nuevas tarifas encareció la vida. Cuando se promulgó la medida oficial, la canasta familiar, que es la más vulnerable, tomó ma­yor altura.

No habrá renglón que se quede sin reajustar. Toda la economía se mueve cuando el transporte se encarece. Y como los salarios pierden cada vez mayor capacidad de compra, por más reajuste que tengan, el cinturón de la resistencia no va a tener a dónde correrse. Al pueblo se le pide comprensión, pero esta no basta. ¿Quién frenará, de aquí en adelante, la ola de especulación?

Volverá a revisarse el salario mínimo. Las peticiones laborales incrementarán con nuevos y audaces puntos sus intentos reivindicatorios, y algo habrán de conseguir, pero ya para entonces existirán otros hechos que disminuyen las llamadas conquistas del trabajo.

La industria y el comercio empujan a su vez la ola alcista, porque son los más afectados con cualquier modificación de precios. Todo va desembocando en el bolsillo del consumidor final, o sea, el pueblo. La inflación libra una guerra frontal, y las autoridades monetarias acudirán a conocidos y trajinados sistemas restrictivos para castigar los abusos. Los abusos de todas maneras son incontrolables, por más drasticidad que se practique.

El impacto social del alza en los combustibles debería analizarse mejor. El bienestar de los hogares se perturba con estos remezones, y el pueblo, que no sale del asombro cuando tras un alza llega otra, mira con desconcierto su ya insostenible situación de penuria.

La Patria, Manizales, 24-X-1980.

 

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