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Las definiciones de Beatriz

sábado, 15 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Este poemario de Beatriz Zuluaga, la delicada poetisa manizaleña, se puede leer en un soplo pero demanda mucho tiempo para meditarlo. Es poesía que se desgrana como lluvia silenciosa, o como el amanecer penetrante. Busca las palabras, las acaricia y las perfora, con honda insistencia, para que hechas imágenes definan el lenguaje del alma que quiere comunicarse, que desea ser al mismo tiempo puente y ánfora.

Se nota el esfuerzo artístico por desentrañar la esencia del vocabulario, por darle consistencia y sonoridad para que el amor y la angustia, la alegría y el tedio, que ella encierra entre límites conocidos, salga de las profundidades del ser y hablen sus confi­dencias. El arte poético consistirá siempre en trocar lo prosaico de la vida, redimir las bajezas del hombre, dar colorido a la emoción.

Beatriz Zuluaga maneja una poesía sentimental y romántica, de sutiles formas, sin rebuscamiento y llena de ondulaciones. Engarza metáforas como bajando es­trellas.

Monta sus versos sobre pedrerías, y por eso relampaguean y adquieren brillo. No se enreda con el sentido oscuro de las palabras, ni con lo ambiguo o lo ordinario, porque va en persecución del estilo, del nuevo encuentro con la poesía. Por eso, ha querido que el opúsculo que le publica la Gobernación de Caldas en los 75 años de fundación del departamento, y como homenaje a la mujer culta de la tierra, se llame Definiciones. Es su cita con el idioma y sobre todo con la rea­lidad poética que quiere otros caminos. Antes había publicado Este cielo boca abajo y La ciega espe­ranza.

El poeta debe buscar la verdad y ha de imponerse rigores y disciplinas que le ha­gan decantar las riquezas estéticas y le conquisten ban­deras para proclamar los derechos humanos. Beatriz, que también es periodista, sabe que las miserias del hombre necesitan de la palabra exacta como de un imán de salvación, lo mismo que el fibroma requiere del bis­turí. Ella pretende encerrar su pensamiento en una síntesis, en el fulgor de su Flash, su columna periodística, donde las imágenes son veloces y pre­cisas.

Mucho tiempo gasta fabricando el breve poema, pero no el poema que se lleva el tiempo, sino el que cin­cela la mente. Se lee en minutos o segundos y, si  cumple su misión, hace pensar y queda grabado como mensaje perenne. Beatriz, en mínimas palabras, llega a las angustias de la vida corriente, se encuentra con el gamín y la prostituta («la que llora todas las ma­ñanas sin que nadie lo sepa»), penetra a los salones de la avaricia y la vanidad, se identifica con el pobre y en­cuentra el sosiego en los remansos del amor y la espe­ranza.

Su ternura se vuelve amorosa y esto sólo salvaría su razón de ser poetisa. A su pequeño Juan Fernando le dice: «Cuando tus pasos se sal­gan de la ruta del niño, no olvides ese mundo donde fuiste pequeño, porque quizás mañana de bigote y de barba precises de cometas para elevar un llanto».

La Patria, Manizales, 18-XI-1980.

 

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