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Deshojando margaritas

sábado, 15 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El azaroso paso del tiempo nos descubre un nuevo año que esperamos de bienandanza. Ojalá, en efecto, sea de bienestar para todos los hogares. Se termina una jornada de angustias, tanto en la parte económica como en la parte social, y se llega a la otra ribera chapaleando entre las dificultades de un río tumultuoso, con la satisfacción, eso sí, de haber logrado superar los obstáculos.

Si el año 1980 fue un período difícil, haberlo vivido es un triunfo. Colombia atraviesa la prueba de una época conflictiva donde parece que el horizonte se estuviera oscureciendo a merced de los desaciertos. Andamos cami­no de la disolución porque hemos olvidado que para subsistir es necesario conservar la paz que todos los días dejamos escapar gracias a la insensatez.

Las grandes potencias se declaran la guerra, gue­rra silenciosa a veces, pero siempre obstinada y terca, que atenta contra la estabilidad mundial y crea frustración y desesperanza. Vivir no debe ser tan sólo vegetar, como las plantas y los seres inconscientes, sino un acto de fe y esperanza.

El año 1980 fue para los colombianos una etapa de escollos, de constante crisis, que deja el amargo sabor de la adversidad. Sometido el pueblo a serias limitaciones, con precios inalcanzables y la disminución aguda del salario, los presupuestos hogare­ños no resisten ya el impacto de las carestías y las especulaciones. Cuando ganarse la vida pasa a ser un desafío exagerado, el hombre mira con recelo y re­sentimiento el destino que se le presenta hostil y a veces demoledor.

A este horizonte sacudido por los rigores propios de la inflación que no se detiene, se agregan las injusticias sociales que en nuestra patria son más evidentes que en otros países y que agravan la vehemente insatisfacción popular que agobia al país. No puede aspirarse a la tranquilidad que se busca con tanta desazón cuando la gente no consigue oportunidades para vivir con decoro. Los salteadores del presupuesto terminan con las defensas na­cionales y no se detienen en sus obsesivos propósi­tos de enriquecimiento fácil.

Llega, en medio de signos tormentosos, el nuevo año. Año incierto, pero debemos ser optimistas. Hay que confiar en el futuro. Esperemos que en 1981 haya mayor raciocinio de los políticos y los gobernantes para disfrutar de días mejores.

No nos conformemos con deshojar margaritas, como viendo pasar el tiempo, sino asumamos con decisión y alegría la realidad de estar vivos y ser capaces de forjarnos una nueva esperanza. El destino es de reto, pero también de confianza en nuestras propias fuerzas.

La Patria, Manizales, 30-XII-1980.

 

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