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Carta a un analfabeto político

sábado, 15 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Un editor arriesgado publicó en la serie Hombre Nuevo, de Medellín, el libro Carta abierta a un analfabeto político, del médico revolucionario Tulio Bayer, hoy confinado en París desde hace diez años, donde se gana la vida en el ejercicio de la medicina y en la traducción de textos para editoriales médicas.

Tulio Bayer, cuyas andanzas revolu­cionarías son bien conocidas en Colombia, goza de un estatuto de refugiado político en París y desde allí sigue con interés los aconteci­mientos de la patria.

Temible para muchos, como que se trata de implacable fustigador implacable de lo que ha dado en llamarse el es­tablecimiento, se confunde con el niño travieso que desde los primeros años no deja en paz lo que lo rodea.

Es permanente crítico de la sociedad y no se resigna al papel de simple observador. En los al­bores de su  juventud promisoria, recién especializado en los Estados Unidos, irrumpe en Manizales como secretario de Salud Pública. Libra tenaces batallas contra la adulte­ración de la leche y pone en calzas prietas a unos cuantos personajes locales que no le perdonarán nunca que los haya desenmascarado. Todos le temen y evitan sus dardos. Y como se torna, por múltiples sucesos, en elemento indeseable para ciertos intereses, se le hace el vacío y se le obliga a abandonar sus lares manizalitas.

Queda desde entonces la sen­sación de que se trata de un enemigo público. Se le combate y se le de­nigra. Pero se le respeta. Sus adver­sarios no se atreven a medirse con él en el foro, pues posee un verbo en­cendido y luminosa inteligencia.

Expulsado de Manizales, sus enemigos creen haberse librado de un fantasma. Leyendo su libro, que es un apa­sionante relato autobiográfico con nombres propios, provoca preguntar si los hechos que relata, tanto de Manizales como de otros lugares del país, son simples ficciones. Correspon­dería a las personas aludidas contestar los cargos.

Refugiado en las selvas del Putumayo, inicia la novela Carretera al mar, que publica en 1960. En Méjico por poco la llevan al cine. Liega más tarde a los Laboratorios CUP y descubre irregularidades en la fabricación de las drogas que lo ponen en enfrentamiento con los directores de la firma, quienes, sin dejar de reconocerle sus amplios cono­cimientos, prefieren deshacerse de él.

De allí pasa, después de sufrir ham­bres en las calles bogotanas, a un oculto rincón de la frontera con Ve­nezuela, donde logra ser contratado como médico del pueblo. Pero a los pocos días está de nuevo si­tiado. El Ministerio de Salud Pública no quiere seguir con sus servicios. Se hace cónsul honorario en Puerto Ayacucho y más tarde inicia la revolución armada. Su vida, en fin, es una constante aventura. En ninguna parte encuentra la igualdad social y se propone combatir las injusticias. Escoge los caminos del levan­tamiento. El Ejército le da captura. Pasa a la Cárcel Modelo, y tras no pocas peripecias, obtiene asilo en París.

Su libro merece leerse con aten­ción. En lenguaje directo no exento de toques novelescos narra su vida y condena al establecimien­to. Dueño de inmensa cultura, que hasta sus enemigos le reconocen, su obra es dinámica, irreverente, enjuiciadora y de indudable mé­rito literario. Es experto narrador, pero con pocas ambi­ciones de literato, para sentirse, en cambio, revolucionario.

Queda la duda sobre si Tulio Bayer posee sólido convenci­miento marxista. No es comunista. La crisis del comunismo soviético no lo seduce y en Cuba no admira la revolución ideal. Sea lo que fuere, Bayer es hombre inteligen­te que suscita interés y dice ver­dades. Es maestro de la palabra. Con ella lanza latigazos contra sus enemigos, el sistema, los desequilibrios sociales. Es la voz de un colombiano a quien la vida ha tratado duro.

Falta saber si sus denuncias, valerosas e intrépidas, nacen tan solo de su mente inquieta o si más bien les han faltado estrategias para hacerse valer. Se trata, de todas maneras, de un juicio público, el de su libro, que no puede subestimarse.

El Espectador, Magazín Dominical, Bogotá, 26-III-1978.

 

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