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El oficio de escribir

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Palabras de presentación del libro Caminos. Armenia, julio de 1982.

Esta labor silenciosa, extenuante y valiente que significa fundir el pensamiento en palabras, busca como fin primordial el contac­to del escritor con sus lectores. De ahí que la palabra escrita sea el me­dio comunicante por excelencia, sin el cual sería imposible trasladar a otras generaciones el testimonio o la simple información del momento que nos ha correspondido vivir. El libro compendia el esfuer­zo de la humanidad por captar, con­servar y transmitir el mensaje de los tiempos. Estamos obligados a asi­milar y engrandecer la cultura, pero también a difundirla. En otra forma no se conseguiría el progreso de los pueblos.

El hombre sólo es culto en la me­dida en que eduque el cerebro y lo enseñe a pensar. El oficio de escri­bir, que muchos desprecian y otros ignoran, es la disciplina inte­lectual más severa, y por lo general menos comprendida y estimulada.

Al escritor suele vérsele como elemento raro y a veces indeseable dentro de un mundo que conoce mejores entretenciones y lleva otras urgencias, como si escribir fuera simple pasatiempo o capricho egoísta. Para quienes así piensan, habrá que perdonarles su ignoran­cia y solicitarles que revisen el concepto.

Escribir es un com­promiso con la sociedad. Escribir es vigilar los despropósitos de los gobiernos y combatir los vicios so­ciales. El escritor debe defender la verdad y perseguir la corrupción. El escritor es crea­dor de belleza y a él le corresponde, como artista de la palabra, hacer surgir con su mente los mundos de inspiración que otros frenan con su indiferencia.

Invocando tales principios es como he querido acercarme a este escenario de la cultura quindiana a recibir mi quinto libro. Ojalá estén representadas en mi obra las exigencias del buen es­critor, que aquí enuncio para que se entienda cuán rígidos son los moldes en que se mueve la litera­tura. Mi obra tiene el mérito de ser perseverante y con­vencida, y además haber sido reali­zada en lucha contra los rigores de mi posición ejecutiva.

En esta nueva publicación que hace posible la generosidad del doctor Jesús Antonio Niño Díaz, gobernador del departamento, para quien con mi esposa y mis hijos ex­preso profundo reconocimiento, habrá de hallarse el testimonio de un hombre que pasó por el Quindío y no se conformó con el sólo ofi­cio de ejecutivo. Está bien que el gobierno departamental se interese por rescatar lo que aquí se escribe y por alentar a sus escritores para que sigan haciendo cultura. Así, el Quindío marchará mejor.

En este noble empeño, dentro de la presente administración, debe destacarse la labor ponderada de don Miguel A. Capacho Rodríguez, secretario privado de la Gobernación, quien ha sido gran abanderad de la cultura. Me consta que en este terreno ambos quisieron hacer más, pero el tiempo fue insuficiente. De todas maneras llevaron a cabo varias ideas culturales que merecen gratitud.

Caminos, que así se llaman los ensayos que hoy entran en circulación, es un libro escrito en su totalidad en el Quindío. Ahora recuerdo que llevo 13 años de estadía en esta bella tierra, y me corresponde reconocer que no han sido improductivos. Si el Quindío me ha dado honores y satisfacciones, yo quiero corresponderle con el testimonio que hoy entrego a la ciudadanía de Armenia.

Dice Descartes que “leer un libro enseña más que hablar con su autor; porque el autor ha puesto en el libro sus mejores pensamientos”. Aspiro a quedarme hablando con esta y las futuras generaciones del Quindío en las páginas de mis escritos, que ya nunca desaparecerán, como ha de desaparecer el autor. El libro nunca muere.

La Patria, Manizales, 9-VII-1982.

 

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