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Gobierno de los mejores

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Si al servicio del país estuvieran incorporados los mejores y los más aptos ciudadanos, como se propone hacerlo el presidente Betancur, Co­lombia estaría salvada. Pero las personas poseedoras de esos requisitos son las grandes ausentes de la vida pública. Al ciudadano honesto, al capaz, al que no nació para de­linquir, es al que menos se le tiene en cuenta en la partija de la administración. Tampoco ellos quieren comprometerse, porque el ambiente no es propicio.

En cambio, penetran a las esferas de la burocracia, lo mismo en las altas que en las bajas posiciones, personas mediocres pero con gruesos barnices partidistas, como se llega a la guerra: dispuestos a acabar con todo. Saben ellos que como tenientes que son de los grupos políticos tienen asegurado el puesto mientras se mantengan fieles a las reglas de la empleomanía rapaz y sumisos a la adulación.

Bajo tales mandatos es iluso aspirar a que haya rendimiento en la vida pública, y por eso se conserva abierta la puerta a la incompetencia, la ramplonería y el apetito de enriquecimiento.

Si se gobernara con el sentido de la empresa privada, en la que es imposible ser eficiente sin ser moral, se habría descubierto la clave para hacer un país grande. El mundo entero sabe que el motor del progreso es inconcebible sin la ética y la producción, y las naciones buscan, para sostenerse y poder competir, las capacidades de sus mejores ciuda­danos.

En Colombia pensamos y obramos distinto. Aquí se gobierna con los incapaces y los inmorales. Los pagadores y los auditores cobran comisiones para el pago de las fac­turas. Los contratistas hacen jugo­sas ganancias en combinación con los altos mandos, y como en uno y otro caso no quedan constancias, nada sucede. La cárcel sólo existe en los códigos.

Lo importante es llenar a manos rotas la nómina oficial y malgastar los recursos devol­viendo favores políticos para asegu­rar el escaño en las próximas elecciones. Ya hasta desentona ser ciudadano honorable, porque vale más la picardía. Hay que robar para ser prestante.

El país está asfixiado por la poli­tiquería. La gente de bien se desespera entre peculados, encubrimientos, serru­chos, abusos del poder, bajezas. Pero ha llegado el mo­mento de salvar a Colombia. Hay que rescatar los valores perdidos. Y que no se vaya todo en ofrecimientos y buenas intenciones, porque el electorado que le dio un fuerte viraje a la vida nacional pide cambios radicales.

«Haremos —dice el presidente Betancur— que el Estado no sea contraparte del ciuda­dano sino su aliado natural en todo empeño lícito”. La opinión pública siente alivio ante estos plantea­mientos y, como los cree serios y responsables, sabe que se avecina el gran cambio.

Cambio inaplazable. Pronto sabremos si existen bases para iniciar la transformación. Vamos a comprobarlo en cada nombramiento de la nómina ejecutiva. Puede esperarse, por los signos favorables que están apareciendo, que el doctor Betancur gobernará con criterio de gerencia y será intransigente para reprimir la inmoralidad y estimular las virtudes de los buenos ciudadanos, los grandes ausentes de la administración.

Así lo creemos y así lo exigimos. La gran cruzada es rescatar entre todos a Colombia. Para ello hay que gobernar con “los mejores y los más aptos ciudadanos”. No es fácil encontrarlos y comprometerlos. Pero es indispensable romper con los vicios de esta falsa democracia que a veces nos embrutece por falta de valor para salir de las tinieblas.

El Espectador, Bogotá, 10-VIII-1982.

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