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Posesión sin sacoleva

lunes, 17 de octubre de 2011

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

Esta vez la posesión del señor Presidente será en ex­tremo sencilla. Como es él quien impone la moda y en adelante le marcará el paso al país, ha dispuesto que se suprima el fastidioso chaqué, algo fuera de sitio en este mundo ligero y desenvuelto. Más parece un artículo de incierta masculinidad que una prenda  vestidora y sobre todo varonil.

El solo hecho de llevar faldones hace desentonar al individuo dentro de ella y se presta para dudosas confusiones. Pero hay quienes se sienten cómodos y a su gusto así entalegados, y no por lucir mejor, sino porque ese porte medio airoso y afeminado les acaricia el carácter. ¿El carácter de qué?, preguntará alguien, y yo prefiero que no sea mía la respuesta.

De todas maneras, el chaqué, o sacoleva, o frac, o levita, que no son de esta época, deben ser recogidos. Así lo ha entendido el señor Presidente, quien, para poner en marcha el estilo de su tierra, promete acabar con ciertas costumbres retrógradas, como el frac, la politiquería y el turismo parlamentario.

Esto de eliminar el uso del sacoleva en una posesión presidencial, donde todo el mundo quiere ser lord, deja desconcertados a muchos. Los primeros en protestar son los modistos, que habían vuelto a desempolvar sus extrañas figuras y se aprestaban a exhibirlas en las vitrinas para que los congresistas se antojaran de ser elegantes.

Con esto no se insinúa que dejen de serlo en sus vestidos de calle, aunque sería oportuno recordar que no siempre la elegancia está en el vestido. Se lleva sobre todo por dentro. Bien se sabe que el país vive sucio por dentro, o sea, en la conciencia de sus malos dirigentes, y reluciente por fuera, o sea, en los sacolevas que esta vez se quedarán colgados en los roperos.

No todos los políticos están de acuerdo con la nueva etiqueta presidencial. El estilo en lo sucesivo será llano y desprovisto de complicaciones, y a muchos les costará trabajo seguirlo. Las eternas y aburridoras ceremonias a que son tan adictos los gobernantes, con su corte de aduladores y el exceso de viandas y espiritosas bebidas, mientras el pueblo se muere de hambre, se eliminarán de las costumbres palaciegas. Se dará paso a la brevedad, que también significa economía, y no sólo de tiempo, sino ante todo de dinero.

Habrá que recuperarle al país su postrada economía. Habrá que eliminar el derroche, como las vacaciones parlamentarias por cuenta del erario. Habrá que suprimir las corbatas, como las dos mil que sobran en el Parlamento. Al nuevo Presidente le tocará, según parece, sudar lo que otros se comieron y se bebieron.

Hay que poner orden en casa, a ritmo paisa, es decir, con espíritu sereno y los brazos activos, para reponer las reservas que no se cuidaron. Y habrá que trabajar duro para enjugar el déficit de $ 150.000 millones que se ve llegar,  y pagar los millonarios contratos de obras que quedan sin presupuesto.

Por lo pronto, rompiendo tradiciones, el señor Presi­dente se presentará sin sacoleva el día de su posesión, ante el pueblo que lo aclamará en la Plaza de Bolívar. Es un pueblo con overol y con hambre, y mal haría el doctor Betancur en desentonar disfrazado de burgués. Los presiden­tes de otros países, al comprender la nueva fórmula proto­colaria, también querrán untarse de pueblo.

Algo comienza a cambiar en Colombia. La noche de la victoria quedaron prohibidos los brindis y las peligrosas efusiones.”A triunfalismo, moderación”, es la consigna pre­sidencial. No se permitió que la televisión interrumpiera sus programas habituales, por más latosos que sean, todo para mostrar la escena donde el señor Presidente recibía su credencial, como si el pueblo igno­rara que es un título legítimo.

El jugo de guayaba despla­zará en los salones palaciegos al licor importado. Los negros guayabos y las negras indigestiones no enturbiarán la lucidez mental con que hay que sacar al país del atolladero.

Cambiar el sacoleva por el vestido de calle es una ad­vertencia clara de que debe gobernarse con naturalidad. Y sobre todo con honestidad. El traje de etiqueta, en esta Colombia de pobres desarrapados, desentona y humilla.

Algo encubre la añeja vestimenta que los tiempos modernos rechazan. En lugar de hacer airosa la figura, la falsea y la tortura. El presidente Betancur no cambiaría por ella su atuendo de arriero, porque no tolerará que le falsifi­quen el alma. En la misma forma busca hombres serios y sencillos, capaces de transformar al país.

El chaqué, por estorboso y afectado, no permite an­dar con desenvoltura y en cambio reprime la libertad. El traje suelto deja libertad de movimientos e imprime carác­ter, dos condiciones que se han perdido en Colombia y que es preciso recuperar.

El Espectador, Bogotá, 27-VII-1982.

 

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