Inicio > Humor > Garciamarquismo peligroso

Garciamarquismo peligroso

lunes, 17 de octubre de 2011

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

El día que Gabriel García Márquez ganó el Premio Nóbel de Literatura yo pedaleaba bravamente en mi bicicleta estática. Es una fórmula que me recetó el médico para mantener lubricado el corazón y que de paso me permite coger algunas primicias mañaneras.

Iba por el kilómetro tres cuando la emisora interrumpió su progra­mación habitual y una voz que no supe definir si estaba emocionada o entrenada para lanzar un nuevo anticonceptivo, exclamó: ¡Extra, extraaa…! Lo que Colombia esperaba… Al fin llega la gran noticia a nuestro país… ¡Extra…extraaa…! Quedé pendiente de la alarma, mientras calculaba que el presidente Belisario había descubierto el secreto para abaratarnos la vida, o se habían entregado los grupos alzados en armas, o estaban listas las diez mil primeras casas sin cuota inicial.

*

¡Extra… extraaa…!, seguía bramando el locutor, y como mi viaje imaginario pasaba en ese momento frente al campo deportivo en cons­trucción, donde Armenia sería sub­sede del Mundial de Fútbol, también me puse a gritar. No sé mucho de fútbol, pero en cambio mi hijo de once años es ya toda una revelación para la acrobacia de los pies. Ante la fiebre de patadas que invade al mundo, no hay más remedio que contagiarnos de esa atmósfera. El planeta, así a muchos no nos guste, gira más alrededor de las pelotas que de los libros.

¡Extra… extraaa…! La voz aflautada al fin se resolvió a revelar que García Márquez había conquis­tado el galardón tanto tiempo espe­rado. Dominado yo por la emoción, casi me caigo de la bicicleta. Mi primer sentimiento, pasado el trastorno, fue compadecerme de Borges que otra vez quedaba frustrado. Vargas Llosa puede seguir haciendo cola, porque su almanaque todavía resiste. Rulfo es hombre modesto que no va a sentir celos del triunfo ajeno. Y los otros que esperen. Todavía hay opción para Sábato, o Cortázar, o Amado.

Al fin y al cabo grandes figuras nuestras, como Carrasquilla, Va­lencia, Vargas Vila, pasaron a la inmortalidad sin la reseña de los misteriosos académicos suecos. Entre los vivos está Caballero Calderón, o Pardo García, o Carranza, para quienes el laurel continúa esquivo.

*

Con García Márquez nos ha sonado la flauta por primera vez, ¡viva Colombia! Con su obra traducida a innúmeros idiomas, su aureola de perseguido político y su olor penetrante de guayaba, de trópico, de leyenda sensual, consigue ahora el favor de los dioses. “Al fin tenemos Nóbel”, le repetía yo a mi mujer, y ella, viéndome tan contento, supuso que había salido de pobre. Nóbel, con la entonación que le doy, suena como una victoria. Sin el énfasis de la tilde se pierde el acento anglosajón y no se es­cucharía lo mismo el estampido de la dinamita con que la noticia repercu­tió en todas partes.

El país entero vibraba con ritmo de vallenato, y más tarde se establecería una defi­nitiva separación en la vida nacional: antes del Nóbel y después del Nóbel.

El Presidente fue el primero en felicitar a Gabo, que todavía entre cobijas no daba abasto para contestar desde Méjico a los cumpli­dos y las adulaciones. Todo el mundo vive entusiasmado con este perso­naje que pone a volar mariposas amarillas, hace nacer seres con cola de cerdo y eleva al cielo bellas mujeres tocadas de contornos má­gicos.

*

El día amaneció más temprano en Colombia. En un instante todos nos hallábamos de pie, alegres, dicha­racheros, vanidosos de saber escribir tan bien. A los pocos minutos las librerías habían subido el precio de todas las obras del autor laureado. Plinio Apuleyo sa­boreaba el olor de la guayaba, y Álvarez Gardeazábal, que años atrás había pretendido tumbar el mito para volverse él mismo un nuevo mito, también entonaba el himno nacional.

Belisario, el escritor, pero sobre todo el Presidente, de un solo golpe tumbó el Mundial de Fútbol, el que intentaba con extravagancias com­plicarnos la vida en 1986.

Con la gloria de García Márquez tenemos suficiente vitrina inter­nacional. Todos los países del orbe nos lanzan miradas incrédulas y envidiosas. Incrédulas, porque para la mayoría somos un país que sólo produce marihuana y mafiosos: y envidiosas, porque no pueden imi­tarnos. Un García Márquez sólo se da cada cien años, como las Úrsulas y las Amarantas y los Aurelianos Buendías.

Nuestro escritor se volvió peligroso. Tumba mundiales de fútbol sin protestas posibles, y sólo deja un águila desplumada. Saca presos de las cárceles y afirma los derechos humanos. Les coge ventaja a sus colegas del boom latinoamericano. Oscurece el porvenir literario de muchos de sus compatriotas. Y a los que buscan derribar ídolos les advierte que para volverse mito el único requisito es saber escribir la leyenda.

Sobre todo es un dique para los escritores colombianos. Ahora todos quieren ser García Márquez, tener su mismo bigote, decir sus mismas palabras e inventarse su Mercedes legendaria, que a la mayoría se le olvidó crear. Todos desean imitarlo y ser genios.

¡Alto ahí! La montaña es muy grande para trepar por ella. El secreto consiste en irse por otros senderos, en idear un nuevo estilo. Con Nóbel propio, el reto es superior. Pero de esta manera no sería improbable que a la vuelta de los años, con esfuerzo y perseverancia, nos ganáramos el segundo premio.

*

Reflexionando en estas complejidades me acordé de que García Márquez detesta la soledad de la fama. Ahora es el gran patriarca de la literatura. ¡Viva Colombia, viva la gloria! Mientras tanto, yo continuaba frenado en mi bicicleta estática, todavía con el ¡extra, extraaa…! bailándome en los oídos.

Finalmente, me dije que para triunfar es necesario pedalear duro.

El Espectador, Bogotá, 9-XI-1982.

Categories: Humor Tags:
Comentarios cerrados.