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Tribulaciones de un burócrata

lunes, 17 de octubre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

8 a.m.

¡Otro lunes! Es un día que debiera desaparecer por lo lento y perezoso. Ahora comenzará Rosaura a tirarme las cobijas, sin entender que los burócratas no te­nemos horario. Desde que exista padrino, el puesto está seguro…

—¡Apúrate, Reinaldo, que son las ocho!

En esta casa no reparan en mis esfuerzos. Los chinos me van a volver loco con sus demandas de dinero, y la mujer con sus cantaletas…

—¡Las nueve, Reinaldo!

Mejor no contesto. Un sueñito más, ¡y al agua! El público da espera. ¡Es tan resignado! Al fin y al cabo todos se acomodan a los sistemas de la administración…

—Pero las colas son largas —le recuerda la conciencia.

Largas o no, los horarios públicos son flexibles. ¿Flexibles, he dicho? Rectifico: inflexibles. Quien no al­cance por la mañana, que vuelva por la tarde. O al día siguiente. Que madruguen, que no sean perezosos…

—¿Por qué se sentirá tanta pereza los lunes, Rosaura?

—Hoy es martes.

—¿Martes? Desde que trasladaron las fiestas a los lunes, ya no se sabe ni en qué día vivimos…

10:40 a.m.

Un contribuyente: –¡La cara que trae el muy cínico! Dos horas demo­rado, y con qué pachorra camina…

–¿Me decía usted algo? –se en­crespa el burócrata.

—Nada, señor, no se preocupe. O mejor: ¡que madrugue, que se mue­va!

—¡Insolente, grosero! Ahora, por irrespetos a un alto funcionario de la administración, ¡pase al final de la cola!

3  a.m.

—¿Oyeron, hijitos? Es el muy li­bertino de su padre que llega otra vez borracho y tumbando puertas.

—¡Que viva el doctor Julito! —se escucha una voz balbuciente—. Si llego tarde es porque debo trabajar duro con los políticos, ¿oyeron? ¡Y no me calumnien, carajo! Ya tengo asegurada la chanfa para el próximo período, para el próximo período, para el próximo pe…

—¿Y por qué traes la camisa pin­tada de colorete?

(Palabras que el burócrata no es­cucha porque ha quedado profundo como una marmota).

Jueves

—¿Qué le pasará a don Reinaldo que lleva dos días sin venir al traba­jo?

—La asiática, ¿no sabías?

—¿No será más bien guayabo ne­gro, gordita?

—¡Chist! No hables tan duro para que no te escuche el doctor Duque, que tan elevado concepto tiene de su colaborador.

—¿El doctor Duque? ¡Pero si hace días no le veo la cara! (Bronquitis aguda, mija, o sea que anda en contactos con los jefes, de mucho almuerzo y mucha francachela…).

—¿El doctor Duque y don Reinaldo ya lograron zafarse del expediente del negociado aquél…?

—¡Mejor cállate, gordita!

Viernes – 9:10 a.m.

—¡Apúrate, Reinaldo!

¿Lo ves, santo Dios? Ya ni siquiera tiene uno derecho a enfermarse; uno, que es un sacrificado por el servicio a la comunidad; uno, tan leal a la patria y al partido; uno, un padre y esposo ejemplar…

10:35 a.m.

Un contribuyente: —¡Al fin apare­ce! Se mueve a paso de tortuga, como todo en la administración pública.

(El señor burócrata entra con aire cansado, con ojos turbios, con tufo apestoso, no saluda a nadie, nadie lo saluda, todos protestan, los mira a todos con desprecio y arrogancia, abre el escritorio, se limpia las uñas enlutadas, ojea el periódico, toma el teléfono…)

—¡Doctor Julito, qué alegría! Re­cuerde que en esta oficina todos lo queremos. En el barrio le llevo le­vantados 120 voticos, y aquí todos votarán por sus listas, so pena de destitución. La campaña es dura, pero seguiré sacrificándome por la causa. ¡Todo sea por el gran partido! Y ahora corto, doctor Julito, para continuar con este trabajo tan ago­tador…

4:18 p.m.

¿Por qué diablos corre tan despacio el reloj? El viernes es el día más largo de la semana, que debiera desaparecer por lo lento y perezoso.

Sábado, domingo, lunes

(En blanco)

El Espectador, Bogotá, 13-II-1984.

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