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Vistazo al Quindío

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Visto hoy el Quindío a distancia, cinco meses después de mi viaje a la capital del país, se pueden entender mejor sus problemas, porque la experiencia acumulada durante mis años de estadía en sus límites deja ahora un concepto más claro de la realidad. Siendo el café el principal soporte de la eco­nomía regional, los reveses del grano, que han trastornado las propias cifras de la nación, representan un verda­dero lastre para la estabilidad de una comarca demasiado atada —o sea, esclavizada— a un solo producto.

El quindiano, sin embargo, que lleva el calé en la sangre y la fe en el corazón, prefiere la vida dura de los precios, de los insumos y jornales en constante aceleración y los inciertos mercados internacionales, al cambio y ni siquiera a la diversificación de su agricultura atávica. Es asunto de creencia, de tradición, de respeto a los antepasados. El café es una re­ligión. Como tal, fortifica, endurece la fe, hace resistir las penurias y sacia las esperanzas…

Pregúntele usted a un quindiano por qué no es industrial, o empre­sario, o científico y la respuesta brotará a flor de labio: «Porque no soy aventurero. Con ser agricultor me basta». Esa es su esencia, su estilo, su alma, y de ahí no lo sacará nadie. Creo que el quindiano seguirá siendo cafetero por los siglos de los siglos.

Para hacerlo cambiar de mentali­dad no ha sido suficiente la amenaza de la roya, que merodea por los cafetales y que algún día se conver­tirá en huéspeda de ellos, incómoda pero tolerable. La región, que debiera ocupar mejor puesto en el país por su envidiable posición geográfica, sus excelentes vías de comunicación, su empuje urbanístico, la fertilidad de sus suelos y el espíritu de trabajo de sus mora­dores, está deprimida, descompuesta, descorazonada, frenada en mitad de camino…

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Cuando por estos días he conocido la noticia de que se proyecta establecer en el Antiguo Caldas —el Gran Caldas— la entidad Cítricos de Colombia, S.A., he pensado desde esta altiplanicie bogotana que permite una me­jor visión sobre las regiones y los hombres, que le ha llegado la hora al Quindío. Si el café es irrenunciable —como la religión— y no se permu­tará por nada, sin importar los dolo­res y las vicisitudes de su duro laboreo, y por más criticas, sugeren­cias y lisonjas que llueven por todas partes, la fórmula ideal consiste en establecer, al lado de los cafetales y como complemento para los suelos feraces, la empresa procesadora de cítricos que ha comenzado a tomar cuerpo.

La idea de transformar en bienes comerciables el jugo de los cítricos, que en el Quindío se están perdiendo en abrumadora abundancia, y que cuentan con posibles mercados internacionales y representan un promisorio aprovechamiento para el uso doméstico e industrial, esa idea es plausible. Nace, por otra parte, en la Fede­ración de Cafeteros, o sea que es consecuencia de estudios serios y planes ambiciosos de redención nacional. El capital será suscrito por gentes y entidades de los departa­mentos de Caldas, Quindío, Risaralda y Valle, territorios afines por las características de sus suelos, su agricultura y su idiosincrasia.

El Gran Caldas mirará con buenos ojos que la sede quede en el Quindío. La apoyará. Es el sitio ideal. Esto significará un avance para esta co­marca que, demasiado embelesada con su pasado y su grano nutricio, y una de las zonas más decisivas para la economía del país, espera una retribución. Si el Quindío progresa, progresa toda la región. Si se detiene, habrá postración gene­ral. Así es la vida de las vértebras.

Entiendo que este es el programa bandera del gobernador Jaime Lopera Gutiérrez, hombre de em­presa, de cultura y talento, y no faltaba más que no sacara adelante esta meta para el progreso de sus coterráneos.

El Espectador, Bogotá, 17-II-1984.

 

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