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Circasia y su Cementerio Libre

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Sobre una colina iluminada, rodeada de árboles y de exuberante vegetación, se reclina el Cementerio Libre de Circasia, obra famosa por su serena arquitectura, que invita al sosiego del espíritu, y por el sentido con que fue concebida como «mo­numento a la libertad, la tolerancia y el amor».

Corrían, desde comienzos del siglo, tiempos duros en el seno de la Iglesia, que discriminaba el acceso al camposanto al negarlo a los no católicos, los suicidas, los libre­pensadores o quienes, a criterio del párroco, hubieran muerto en «estado de pecado».

Como una protesta y una necesidad nació la idea del Cementerio Libre, terreno laico que se puso al servicio de cualquier persona, sin miramiento de su credo político o religioso, de su condición económica o social, y con respeto a la libertad de conciencia. Quien pase hoy por el Quindío hallará, como claro testimonio de ese mensaje de igualdad ante la muerte, un her­moso paraje, siempre fresco y es­plendente, que hace pensar en la supremacía del espíritu liberado de sus miserias terrenas.

Como apóstol y sostenedor de la obra, que deja además una fundación con bienes importantes para fines sociales (entre ellos una guardería para niños pobres, un sanatorio para enfermos mentales y un terreno para la cremación de cadáveres, todo esto en los alrededores del cementerio), está don Braulio Botero Londoño, el patriarca ilustre que desde el Quindío le enseña al país a pensar con ideas altruistas. Y lo secundan entusiastas seguidores como José Jaramillo Mejía y Hernán Escobar Botero, que serán los encargados de proseguir, con una nómina de lujo, los ideales de confraternidad que ya están escritos.

Ahora que un amigo del Quindío me cuenta que Circasia cumplirá el pró­ximo 10 de agosto 100 años de funda­da, asocio a la noticia la existencia del Cementerio Libre como hecho sobresaliente, sin duda el más ca­racterístico de la vida municipal.

Un siglo atrás, un grupo de valientes antioqueños, entre quienes sobresale José María Arias, que bajaron de la montaña descuajando selva virgen, funda la villa como corregimiento de Salento y más tarde de Filandia; y el 1° de enero de 1907 se constituye como municipio. Entre los datos curiosos que leo en una crónica del pueblo está el de la llegada del primer ejemplar del periódico El Espectador, el 6 de julio de 1919, con la posterior desig­nación por parte del Concejo Muni­cipal de un agente y corresponsal.

Entonces la suscripción mensual del periódico valía $0.75, y la anual, $6. Esta referencia monetaria mide muy bien el transcurso del tiempo hasta nuestros días, cuando el valor del ejemplar diario es igual al de cinco anualidades de aquella época.

Figuras importantes de la política, las letras, el periodismo, han desfi­lado por este acogedor y silencioso municipio quindiano para conocer una obra que, por lo original y simbó­lica, llama la atención del país. An­tonio José Restrepo, el célebre Ñito, escribió en Gi­nebra (Suiza), meses antes de su falle­cimiento, el hermoso Himno de los muertos que se encuentra grabado en piedra a la entrada del panteón, en una de cuyas estrofas el poeta parece volar en pos de la libertad presentida, cuando exclama: No me espantan mentidos terrores ;/ sin doblar la ro­dilla viví; / del hermano calmé los dolores; / de la patria el pendón de­fendí.

Fabio Lozano Simonelli fue invitado de honor al cincuentenario del Ce­menterio, en agosto de 1982, y por imprevistos de última hora no pudo concurrir. «La primera persona a quien se le negará una tumba en el Cementerio Libre de Circasia seré yo —se lamenta días más tarde en su columna de El Espectador, y con­cluye—: Ruégole a don Braulio le­vantarme la excomunión, única y muy justa que él ha proferido, pues estoy dispuesto a enmendar mi falla yendo algún día a Circasia… vivo o muerto.»

No pudo hacerlo vivo por haber muerto poco tiempo después. Tomen nota los circasianos, ahora que con alegría y legítimo orgullo celebran el centenario de su patria chica, de que Fabio, hombre de palabra, ya absuelto por el dueño de la exco­munión, les quedó debiendo la visita para después de muerto. Nada de raro tiene que su espíritu liberal e independiente ya haya penetrado, sin dejarse sentir, en este campo de la libertad.

El Espectador, Bogotá, 19-VI-1984.

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Misiva:

Desde mi adolescencia soy asiduo lector de El Espectador, periódico al cual le  imprimió don Fidel Cano, su fundador, las más nobles bases de honestidad y dignidad. Como le manifesté telefónicamente, leí ayer con infinita emoción la columna sobre el Cementerio Libre, el cual simboliza primero que todo una bandera abierta a la libertad de pensamiento y a la justicia social. En cuanto a mis modestas actuaciones que usted destaca tan generosamente en su columna,  no son nada distinto a una modesta vida que apareció por allá, hace cerca de 17  lustros, enamorada de la libertad de pensamiento y de la justicia social, principios que he llevado con infinita devoción, que los conservo con orgullo y que marcharán conmigo hasta la última morada. Braulio Botero Londoño, Cali.

 

 

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