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Santa Marta tropical

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Una ciudad como Santa Marta, con 459 años de vida, tiene que registrar historia muy extensa. Descubierta por Rodrigo de Bastidas en 1502, y fundada por él mismo en su segundo viaje, en 1525, cuenta con el privilegio de ser la ciudad más antigua de Colombia. El Libertador, postrado física y moralmente, viajó a Santa Marta en busca de reposo para sus últimos días, atraído por el embrujo de la costa tropical, y en ella dejó sus restos, dándole el honor de haber sido la elegida de su penoso atardecer.

Su bahía está calificada como obra maravillosa, tanto por la transparencia  de las aguas y la esplendidez de las playas, como por el soberbio espectáculo que la envuelve. Las refrescantes corrientes de los vientos alisios hacen las delicias de los veraneantes. El alma de Santa Marta es turística. Dondequiera que se mire se hallarán sitios naturales de extraordinario encanto, que nada tienen qué envidiar a los parajes más seductores del planeta.

La Sierra Nevada, monumento impresionante de las nieves perpetuas y el gigantismo terráqueo, con cerca de 6.000 metros de altura, parece la guardiana majestuosa de los viejos blasones. Ayer plaza fuerte, Santa Marta tuvo que resistir los ataques de los enemigos y fue quemada y sa­queada 19 veces en el curso de 38 años.

Desde El Morro, islote rocoso situado a dos millas de la ciudad, se oteaba y se repelía el avance de los piratas, y hoy, convertido en faro, representa una de las imágenes más características del pasado bélico.

En Punta de Betín funciona el Instituto de Investigaciones Marinas. El capitán de navío Francisco Ospina Navia, legendario personaje de los secretos del mar, mantiene a diez minutos de El Rodadero su acuario y museo donde se exhiben tiburones, delfines, focas, peces de todas las variedades y además llama­tivas muestras de la historia mundial de la navegación.

En la isla de Salamanca el turista admirará la fauna y la flora del trópico, con su gran diversidad de micos, patos, flamingos, serpientes, aves multicolores, que deambulan por los manglares y la prodigiosa vegetación circundante.

El Parque Tayrona es rico en fondos coralinos y nichos ecológicos de singular contextura. La Ciudad Per­dida, que apenas ahora comienza a abrirse a nuestra curiosidad, es todavía un mensaje indescifrado de los tiempos pretéritos y conduce al escrutinio de la densa cultura precolombina ente­rrada en esas latitudes.

Taganga, pueblo de pescadores y en el pasado criadero de perlas, ofrece un romántico cuadro que invita al ensueño. En estos pueblitos costeros, salpicados de fan­tasías, se han recreado los poetas y los pintores para plasmar sus inspiracio­nes marinas.

Este, en grandes contornos, es el ámbito absorbente que ha visto rielar el cronista durante placentera estadía en el paraíso samario. Aquí la naturaleza tropical le hierve a uno en la sangre y es como si se convirtiera en tónico del cuerpo y del espíritu para darle otro sabor a la vida.

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Ya en lo económico y en lo social, la región ha sufrido agudos altibajos al saltar de abundantes períodos de riqueza a otros de gran pobreza. La irrupción de la mafia, pesadilla catastrófica, frenó el desarrollo turís­tico y dislocó la conciencia moral. Aunque es ya un capítulo distante, todavía se recuerda el enfrentamiento diabólico de dos familias guajiras que, queriendo exterminarse entre sí, sembraron el terror en la comarca.

Cesaron los flujos turísticos, los hoteles se desocuparon y la prosperidad regional se vino al suelo. Esto explica que ni en la ciudad ni en El Rodadero existan hoteles de más de dos estrellas. Hasta ahora está volviendo la recuperación.

Ciudad sin desarrollo industrial, su economía se muestra deprimida y la desocupación laboral es dramática. No hay hambre, pero sí miseria: el mar da comida, aunque por sí sólo no permite el pleno crecimiento del hombre. Falta mayor avance social y económico. Santa Marta puede ser, y seguramente va a ser pronto, más cívica, más aseada, más dinámica en su progreso. El espacio está abierto para los líderes de la comunidad.

La Zona Bananera, de tan acciden­tada historia, sigue siendo el mayor polo de riqueza regional. Fuera de los cultivos tradicionales ya se piensa en mejores alternativas, como la palma africana, que está sembrándose cada vez con mayor vigor, como solución promisoria para el futuro.

También se notan diversos empeños turísticos que impulsarán la ciudad. A 14 kilómetros se encuentra un exce­lente sitio campestre, muy confortable e ideal para el descanso, el hotel Irotama, «con todas las estrellas del Caribe», como reza su sugestiva propaganda, el que conquista continuas corrientes de visitantes en todas las épocas del año.

Pasar por Santa Marta es grata experiencia. Al escritor el cielo le ha sido propicio para extraer del ambiente todo un venero de enseñanzas y amables vivencias. Los viajes, el sol, el mar, la brisa, como pregona Hermann Hesse, serán siempre los mejores amigos del hombre. Pero hay que saber vivirlos.

El Espectador, Bogotá, 13-XI-1984.

 

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