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Bogotá hace 150 años

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

En el volumen IV de sus Escritos escogidos (Biblioteca Banco Popular, 1984), pinta Luis Eduardo Nieto Caba­llero, tomadas del libro de que es autor el ciudadano inglés J. Steuart, algunas características de Colombia en los años 1836 y 1837, según la apreciación de este extranjero que vino al país a hacer plata como comer­ciante e industrial, tentado por la fiebre del oro, y que según parece salió esquilmado. Hay episodios pintorescos de la vida bogotana de aquella época, que he querido entresacar, entre comillas y a grandes zancadas, para deleite de los lectores actuales.

Es la pluma ágil de LENC la que sazona en su crónica, con gracia y colorido, los relatos de Steuart, como se verá a continuación:

«El comercio era casi nulo. Difícil, por otra parte, porque los suramericanos heredaron la pereza española y a todo lo que debe hacerse inmediatamente contestan con languidez: ¡Mañana!… Un desayuno de huevos, chocolate y carne para tres personas les costó cuarenta centavos. Probaron la chicha, que a Steuart le pareció horrible, pero no así a las mujeres de su comitiva. Les daba calorcito en el buche… Don Rai­mundo Santamaría les consiguió al señor Steuart y a sus compañeros una casa con dos pisos, veinte cuartos, jardín y una fuente de agua corriente por dos onzas, es decir, por treinta y dos pesos mensuales…Tenía la ciudad treinta mil habitantes y una milla de largo por la mitad de ancho…

«La cocina quedaba cerca del comedor, con el objeto de que las viandas llegaran calientes a la mesa, especialmente el chocolate, que los ricos se hacían servir en tazas de plata, deseosos de llorar con cada sorbo. Había muchas pulgas, pero los bogotanos estaban acostumbrados a ellas y dormían plácida­mente mientras les picaban los brazos y las piernas u organizaban sus procesiones litúr­gicas por la espalda o por el estómago… Afirma el señor Steuart que acaso ningún país del mundo poseía un servicio de correo más eficaz y ordenado que el nuestro… San Diego no merecía ser citado sino por la suciedad de los frailes que lo habitaban, algunos de cuyos hábitos habían servido a tres generaciones… El teatro era de respetables dimensiones y tenía platea y palcos, pero los espectadores debían llevar los asientos para cada función…

«Todos los comerciantes, con excepciones que no pasaban de seis, pedían por cualquier artículo el doble del precio, para acomodarse a la costumbre de ir rebajando, y en los artículos o en las vueltas de dinero trataban de robar al cliente. Hay algunas muchachas que tienen tiendas, que les fueron puestas por los amantes. Muchachas de doble co­mando: comercial y sensual… El bogo­tano siempre está enfermo. Lo curioso es que el dolor se concentra en la cabeza. Si le duele el hígado, el riñón, el estómago o los pies… contesta: Me duele la cabeza…

«La chicha es la bebida del pueblo. La sirven en unos recipientes llamados totumas, que van pasando de mano en mano. Produce un poco de asco la costumbre, pero a los que la observan no les molestan las babas  de los demás. Antes de acostarse no les sienta mal un plato de mazamorra, que empujan con chicha. Es como un narcótico. No han acabado de desvestirse cuando ya están dormidos… El bogotano de posición se levanta temprano. Si no le duele la cabeza se empotrera (sic) una taza de chocolate bien espeso y bien caliente. Enciende luego un cigarro. Y sale a dar a caballo un corto paseo… A las 6 p.m. es la cena: chocolate, marrano, arracacha… Y para acostarse, dos horas después, la mazamorra, la chicha y el santísimo rosario… Las sirvientas que llevan los platos a la mesa son sucias. No se quitan el delantal ni entre la cama…

«No hay sino tres camiones: el del general Santander, el del arzobispo y el del señor Morales… Cuando cualquiera de ellos sale a la calle, las multitudes se forman para verlos dar saltos… Los hombres son general­mente desgarbados, mal hechos, en contraste con las mujeres… Ellas tienen pies maravillosos y caminan con gracia. Aunque desconocen el asesino corset, los cuerpos son muy elegantes…

“Había pocos sermones. En un año de permanencia en Bogotá, Steuart no supo sino de cuatro, a uno de los cuales asistió. La oratoria le pareció magní­fica, pero el tema intolerable. Hablaba el predicador del diablo como de un personaje evidente y actuante, que cabalgaba sobre los hombros de los incrédulos y les enterraba las uñas a quienes no dieran limosna ni hicieran penitencias… El raterismo abundaba. En Bogotá se robaban cualquier cosa, sin nece­sidad, sin valor, por simple manía o por hacer el daño… Era preciso tener vigilantes especiales. Al menor descuido, como en una comedia de Schiller, la zorra patas arriba y venga acá el pollo… Hombres y mujeres eran inveterados fumadores. Las señoritas fumaban con la candela entre la boca, porque en esa forma dizque no quedaban oliendo a lo que olía el general Sarda cuando Bolívar lo hizo alejar de su cama en San Pedro Alejandrino…»

(Según se deduce, el inglés era malgeniado, aunque buen fotógrafo social. Le faltaba sentido del humor. Nuestro crítico se trasladó a Pandi y allí tampoco le fue bien):

“Pandi es miserable. Setenta ranchos, quinientos habitantes, todos infelices pero honrados. No pudieron conseguir los viajeros ni leche, ni huevos, ni carne, ni papas, ni frutas, ni dulces. El cero absoluto. Habían llegado a la casa del cura, hombre avaro, que vivía sin la menor comodidad … escasa conversación, de mal humor, entregado a la concupiscencia, cuyos estragos le encontró Steuart en el rostro, poco dado al cuidado de la iglesia y de sus feligreses y que tenía, para que le sacara las niguas de noche, una mujer chusca”.

*

¿Qué tanto ha cambiado Bogotá en estos 150 años? Determínelo cada cual. Hoy en Bogotá ya no hay niguas. Todas se fueron detrás del míster en su viaje de regreso a Inglaterra. Y es una lástima, porque nos sobran mujeres chuscas para que nos las rasquen. Se fueron las niguas y se quedaron los rateros.

El Espectador, Bogotá, 1-V-1985.

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