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Baja de intereses

domingo, 30 de octubre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace treinta años el interés ordi­nario de la banca era del doce por ciento anual. Congelado en este nivel se mantuvo por mucho tiempo. Subir entonces uno o dos puntos repre­sentaba un escándalo. El país se frunció cuando la tasa pasó al catorce por ciento; y se escuchó un clamor nacional cuando llegó al dieciséis.

Hoy la tasa es tres veces más que la vigente hace treinta años, sin contar las arandelas que por distintos as­pectos se agregan a la operación (comisiones, papelería, concepto jurídico, etcétera).

La tendencia alcista del costo del dinero, precipitada desde hace unos diez años y que nunca había conocido los actuales límites de desmesura, pinta muy bien el grado de empobrecimiento, por una parte, a que ha llegado Colombia, y por otra, la falta de control de las autoridades.

La especulación del dinero mide el pauperismo de un país. La lógica es simple: si no hubiera demanda de dinero, el interés sería inferior; y si existiera  suficiente producción na­cional, no habría necesidad de acudir a los bancos.

Este fenómeno inflacionista es de difícil manejo. Y además trae fu­nestas consecuencias, porque si el dinero escasea en la banca, que es la fuente normal de abastecimiento, aumenta la usura en la calle.

Ahora que el Gobierno ha dispuesto una baja de tres puntos en el interés bancario, se siente un alivio general. Como el bolsillo de los colombianos está endeudado al máximo, es una medida saludable para el pueblo. Además, hay que esperar que los intereses que cobra el Estado a los contribuyentes sufran la con­siguiente regresión.

El pacto de caballeros, com­promiso que se había dejado al libre arbitrio de los banqueros, no fun­cionó. Hubo en principio anuncios patrióticos de algunas entidades y luego, silenciosamente, vino la dis­torsión. Las alzas progresivas se barnizaron de diferentes maneras.

En las tarjetas de crédito, cuyo costo es considerable, se cobra al usuario una comisión que eleva el interés anunciado; y esta comisión, que antes era por la tarjeta principal, terminó duplicándose para la tarjeta adicional, por ejemplo, la que se ex­tiende a la esposa, como cortesía, y que desde luego se considera que hace parte de la misma cuenta. En los créditos de vivienda por el sistema UPAC, las corporaciones cobran, por la mora en dos cuotas, lo que llaman honorarios por el cobro extrajudicial; no se conforman con el interés de mora, que es crecido, sino que re­cargan mucho más la operación con este costo disfrazado.

Tales arandelas son las que va a controlar y sancionar la Superin­tendencia Bancada. La banca, que a través del tiempo ha sufrido tantas desviaciones en nuestro país, debe reconquistar su tradicional papel de reguladora del dinero. Un sistema financiero respetable es garantía para cualquier nación.

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Deben encontrarse mecanismos para que, sin sacrificar la rentabilidad, sean los bancos y corporaciones de ahorro y vivienda una fuente de servicio social y no un medio de ex­plotación. El dinero caro —y el usu­rero, peor aún— es un azote público que el Estado, como protector del ciudadano, está en la obligación de reprimir.

El Espectador, Bogotá, 3-II-1986.

 

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