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Historia y novela

domingo, 30 de octubre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Con el ingreso de Pedro Gómez Valderrama a la Academia Colom­biana de Historia gana la corporación una de las figuras más destacadas de la literatura del país. Como novelista y cuentista, a la par que denso en­sayista de los hechos históricos y li­terarios, su obra ha sido un perma­nente buceo por los territorios de la Historia, escrita con mayúscula, la suprema orientadora de la vida.

Él ha entendido, y lo ha prac­ticado como norma del oficio, que escribir cuentos y novelas es la manera de investigar el pasado. Y como «no sólo la literatura sino los libros de historia están llenos de hi­pótesis» —son sus palabras—, es preciso rellenar, con imaginación, los grandes tramos que permanecen en el vacío o en las nebulosas, para unir o interpretar los episodios históricos que el hombre protagoniza como mensajes para el futuro. Novelar es también historiar (lo cual juega no sólo con la novela sino también con el cuento). El novelista es, ante todo, o debe ser, un investigador.

Pero no cualquier tipo de investi­gador. No es lo mismo encontrar eslabones perdidos que saber con­catenarlos, y hacerlo además con inventiva y gracia para crear fasci­nación. Siguiendo esta pauta, que en Gómez Valderrama es constante en toda su obra, vemos que con sus le­yendas ha fabricado los puentes ne­cesarios con los cuales adquiere dimensión la Historia.

El creador literario con intención de historiador es el mejor memoria­lista de los tiempos. Es el que con pinceladas maestras pinta la tem­peratura de una época y les da color a sus personajes, lo que, dicho en términos precisos, es lo mismo que ponerles alma y carácter.

Esto no siempre lo consigue el historiador ortodoxo. Mientras este se esclaviza al acopio de fechas y a la precisión de límites geográficos, aquel penetra en la vida interior de los protagonistas, los escruta, los oye, les permite li­bertad de movimiento. No es lo mismoordenar crono­logías que dibujar paisajes históricos.

Esta última virtud fue muy acen­tuada en Flaubert. Dueño de portentosa imaginación y aguda sico­logía, trabajó sus personajes con paciencia benedictina. Fue in­vestigador incansable y purista insatisfecho. Con ese rigor concep­tual y artesanal realizó sus obras maestras. Gracias a sus vastas lec­turas y profundos escrutinios —algo que ha olvidado el escritor de nues­tros tiempos— consiguió los con­tornos armoniosos para ambientar los cuadros del amor y de la guerra, con el fondo de la verdad histórica.

Salambó, arquetipo de la novela histórica, re­sulta una mezcla de indagación, si­cología, realidad y ficción. Cartago, destruida, no había dejado ni histo­riadores ni poetas, y tampoco ves­tigios claros para poder recons­truirla. Se necesitaba la mente penetrante de Flaubert y eran necesarios  sus recursos li­terarios, que nunca se conformaron con el primer hallazgo, para rescatar no sólo la ciudad legendaria sino aquella época bárbara y conflictiva.

Pedro Gómez Valderrama les sigue los pasos a los grandes creadores de la Historia universal (Scott, Flaubert, Dumas, Stendhal, Balzac…) al elaborar sus narraciones con los in­gredientes de la realidad y la fábula y con el toque mágico de la gracia y la sutil ironía. Sin su novela La otra raya del tigre no quedaría completa la historia del departamento de Santander a finales del siglo pasado, y sin sus cuentos de hechicerías —combinación de amor, sexo e intriga— le faltaría piso a la época de la Colonia.

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Su llegada a la Academia constituye un capítulo llamativo. Es de los escritores más originales del país. Historiador nato. No sólo maneja un lenguaje castizo, que lo distingue entre los mejores prosistas de la época, sino que sabe tramar sus leyendas con fino humor y graciosa elegancia. Los recintos académicos necesitan, para no acartonarse, esta clase de innovadores.

El Espectador, Bogotá, 10-III-1986.

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