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La pobreza absoluta

domingo, 30 de octubre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Solucionar la pobreza de los colombianos es el mayor reto de los gobiernos. No hay candidato presidencial que no incluya este anuncio entre sus planes prioritarios. Y el pueblo, que nunca dejará de ser ingenuo, siempre ha creído que en el próximo mandato obtendrá remedio para sus angustias.  Así se traslada, de cuatrienio en cuatrienio, la carga de sus frustraciones.

Ese pueblo desesperanzado supuso que el doctor Belisario Betancur, uno de los políticos que han tenido mayor penetración en las necesidades públicas, iba a aliviar el presupuesto de los hogares mediante la reducción del costo de la canasta familiar, la moderación de los impuestos y la mayor capacidad de empleo. Finaliza otro período presi­dencial y el pueblo sigue navegando en la tabla rasa de su desamparo. Y se siente más pobre que hace cuatro años.

Ninguna de las necesidades apremiantes recibió remedio efectivo. La canasta familiar registra hoy niveles desesperantes, los impuestos se desbordaron y el país atraviesa por uno de los períodos más críticos de desempleo. Agobiado por tantas carestías, el padre de familia no encuentra fórmulas para la vida decorosa. Sus reducidos ingresos, cuando los hay, se pulverizan en la cascada de contribuciones, costos crecientes y explotación galopante.

Y cuando se carece de empleo o se tiene a medias, como es la suerte de la mayoría de colombianos, la vida pierde dignidad. Las masas desprotegidas y errátiles que no saben cómo conseguir los recursos necesarios para la mínima subsistencia, y que todos los días vemos rodando por las calles voraces de las grandes ciu­dades, son las que representan el mayor desafío de los gobiernos.

Basta recorrer el centro de Bogotá para encontrar seres tirados en los andenes, como si fueran animales, que amanecen cubiertos por periódicos y cartones y que buscan, como ratas, cualquier mendrugo para saciar el hambre. Son desechos humanos a punto de la desintegración. Y son el combustible fácil para avivar la insurgencia.

El mayor hervidero del delito vibra en estas calles de la miseria y la impotencia, convertidas en el mayor oprobio de la dignidad hu­mana. Cuando se carece de todo y nada se encuentra, el hombre se vuelve delincuente. Cuando no so­porta más vejámenes, se rebela. Es un instinto natural, que también es justo.

Y se agita, otra vez, el tema de la pobreza absoluta como la mayor ca­lamidad del momento. Cuando un país deja de producir y se cierran fábricas y se encarecen los produc­tos, incrementándose como conse­cuencia de las angustias que gra­vitan sobre los hogares colombianos y que se vuelven dantescas en las masas ausentes de los recursos oficiales, algo grave va a suceder.

Así llegó poco a poco el pueblo de Francia a su célebre Re­volución. Es bueno recordar que todas las revoluciones del mundo han nacido de los desajustes sociales. La miseria es el mayor fuego que prende las conflagraciones.

El doctor Virgilio Barco anuncia como su programa bandera el de la pobreza absoluta. Insiste desde su campaña anterior en que de la po­breza extrema arrancan la mayoría de nuestros males. Es buen enfoque de la realidad colombiana. Y no puede dudarse de sus intenciones redentoras. Erra­dicar la pobreza, pero siquiera mi­tigarla, supone una gran escaramuza. Hay que remover todas las estruc­turas para penetrar, como se hace con el doliente grave, al fondo de la en­fermedad. Su hora ha llegado, doctor Barco.

El Espectador, Bogotá, 2-VI-1986.

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