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Réquiem por la cultura

lunes, 31 de octubre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El Instituto Colombiano de Cul­tura nació en el gobierno del doctor Carlos Lleras Restrepo, siendo mi­nistro de Educación el doctor Octavio Arizmendi Posada. La entidad, con cerca de 20 años de existencia, de­muestra que las obras positivas son perdurables. Fue su primer director el poeta boyacense Jorge Rojas, alma y nervio de un ensayo admirable que en Europa, en una feria del libro, le hizo ganar aplausos a Colombia por su famosa serie popular, el librito aquel de tres pesos que revolucionó la cultura del país.

Jorge Rojas, bardo universal y una de nuestras más sentidas voces líri­cas, impulsor y maestro del grupo Piedra y Cielo, y de nobles an­cestros telúricos, entendió que su deber primordial era hacer lectores. Se lanzó a la empresa audaz de en­tregar todas las semanas, por un precio increíble, una pequeña obra prodigiosa.

«De tal suerte —anunció— los hombres menos favorecidos de nuestro pueblo podrán estar seguros de que cada semana colocaremos sobre su mesa familiar un libro, no sólo de consagrados autores colom­bianos sino de valores que han en­riquecido el patrimonio cultural de todos los países y de todas las len­guas». Quienes tuvimos la suerte de ir recogiendo esta lluvia de libros, sabemos que poseemos un tesoro. Nunca, creo, nadie logrará superar la labor trascendental del poeta Rojas al frente de Colcultura.

¡Qué grandes alcances tuvo aquel bolsilibro! La colección estaba es­tructurada en series de 10 títulos de los cuales 7 eran colombianos y 3 de autores mundialmente famosos, en especial uno latinoamericano. Tra­diciones, cuadros de costumbres, poesía, teatro, cuento, novela, cró­nica, todo desfilaba por este acopio de talento. Yo me deleito hoy, mo­rosa y amorosamente, en estas pequeñas joyas que Colcultura des­continuó después de Rojas, para dedicarse a fines más elitistas y menos culturizantes. Más tarde lle­garían las ediciones lujosas, que por lo mismo han estado lejanas para la gran masa.

Y suelo hallarme con maravillosas revelaciones, con deslumbrantes pedrerías que otros no encuentran. Tal, por ejemplo, el número 114 que acabo de leer, titulado Cuentos he­breos contemporáneos (diciembre de 1973), donde cuatro narradores angustiados por la guerra pintan un horizonte dramático alrededor del naciente Estado de Israel. Uno de esos cuentos, El paseo vespertino de Yatir, es, por su belleza y la densidad de la acción, obra magistral.

Sólo deploro que mi colección haya quedado incompleta. No he logrado llenarla. Aquí anoto los números faltantes, con la confianza de que algún lector benevolente llene los vacíos: 2, 6, 7, 8, 20, 21, 66, y los que hayan seguido, si los hubo, al 154. (Avenida 19 N° 136-41, Bogotá).

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Duele y desconcierta, des­pués de hechos tan elocuentes para la superación de los colombianos, saber que no hay plata para Colcultura. Los recursos de la entidad vienen en decadencia en los últimos años —a pesar de Belisario— y cada vez se debilitan más. El panorama es ahora sombrío: el presupuesto se agotó; el Estado, dice el nuevo director, es un fomentador de cultura, pero ésta debe hacerse desde la entidad pri­vada; no hay dinero para la edición de libros, ni para teatro, ni para coros, y menos para poetas… ¡Alto! ¿Acaso no es deber del Estado educar al pueblo? ¿El grado de civilización de un país no se mide por su capacidad de lectura, de arte, de poesía, de creación? El Japón se superó, des­pués de los desastres de la guerra, poniendo a sus habitantes a leer, a escuchar conferencias, a pensar, a culturizarse.

Dejo un réquiem por el librito de los tres pesos. Una realidad que todavía camina, polvorienta y desafiante, por los puestos callejeros. Un amigo mío conserva la colección primorosa­mente empastada en cuero, con fu­sión de varios números en un solo volumen. En este opúsculo de los tres pesos, tan comprimido pero incon­mensurable, cabe toda una época de liderazgo nacional. Época de oro. Con tres nombres cimeros: Carlos Lleras Restrepo, Octavio Arizmendi Posada, Jorge Rojas. Y con una sola dirección: el hombre.

El Espectador, Bogotá, 16-III-1987.

 

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