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Descrédito del cheque

lunes, 31 de octubre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El cheque, por falta de verdade­ros correctivos, tiene en nuestro país diversos sinónimos: iliquidez, mala fe, falsificación, trampa, estafa. Poco es lo que hacen las autoridades, llámense bancos, Superintendencia Bancaria o jueces, para restituir a este papel indispensable en la vida comercial la seriedad que merece.

Debido a la tole­rancia y a la ausencia de mecanismos severos, es un papel que cada vez se hunde más y genera mayor desconfianza. Avisos como el de «No se reciben cheques», tan frecuentes en los establecimientos de comercio o de consumo, revelan este temor general.

En épocas lejanas, cuando la moral en los negocios y en las costumbres era la orden del día, una chequera daba distinción y acreditaba hono­rabilidad. La honradez caminaba en estos talonarios y nadie dudaba de que el cheque era tan efectivo como el billete de banco. Con la meta­morfosis de los tiempos y a medida que la ética y la responsabilidad se cambiaron por la indelicadeza y el engaño, el cheque se volvió una vergüenza nacional.

Hoy cualquier persona tiene chequera. También los pícaros. Los bancos, en sus políticas de proliferación de ofici­nas y en sus carreras desaforadas por la conquista de depósitos, perdieron los resortes de control y selección de la clientela. Una persona de pocos re­cursos monetarios no se conforma con una o dos chequeras sino que le echa mano a cuanta oportunidad se le presenta, sin importarle su incapa­cidad para alimentar cuentas sin sentido.

Si le falla un banco pasará al si­guiente, después de haber dejado un rimero de cheques sin fondos e incluso de haberle sido suspendido el servicio. Así se man­tiene en constante prevención de futuros engranajes para su carrera de abusos. Este tipo de clientes no piensa, claro está, que es él quien falla, sino el banco de turno. Y como también encuentra complicidad de algunos gerentes de banco tole­rantes del mal manejo de las chequeras y que incluso permiten que se salden las cuentas en lugar de san­cionarlas, la cadena de atropellos continúa campante.

Como el llamado cheque chimbo es en los momentos actuales un per­sonaje desvergonzado, que hasta los comerciantes estimulan como medio de ventas, hay que definirlo como un esquema de nuestras cos­tumbres en bancarrota. El cheque sin fondos es, hoy por hoy, una peste comercial.

El país debería verse re­tratado en estos estados de quiebra moral y reaccionar. Corresponde a las autoridades, como defensoras de la ciudadanía, levantar el clima de la credibilidad pública, que anda tan de capa caída. El  cheque es uno de los canales más propios de esa expre­sión.

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Lo que este comentario busca es que se tome conciencia sobre tan afrentosa desviación pública. Que se emprenda una vigorosa campaña bancaria para taponar esta hemo­rragia social. Que se adopten normas legislativas de rigor suficiente, como sucede en los Estados Unidos y otros países avanzados, para reprimir el crónico vicio colombiano de engañar a la gente y seguir impunes. Todo un cuadro clínico este del cheque irresponsable, que entraña uno de los mayores reflejos de la descomposi­ción a que hemos llegado.

El Espectador, Bogotá, 26-VI-1987.

 

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