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El coco del comunismo

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Colombia es país anticomunista por excelencia, así a todo momento se nos asuste con fantasmas. Los intentos por implantar la anarquía han resulta­do siempre estériles. Y es que las pro­fundas bases democráticas que forman el ancestro de este pueblo amante de la libertad no pueden destruirse de la no­che a la mañana. Los profetas del de­sastre, que tratan de importar la revo­lución marxista, luchan por todos los medios, aunque en vano, por cambiar las estructuras.

Nuestras instituciones, por más tam­baleantes que se vean en ocasiones, están defendidas por la fortaleza de caudillos que, ni aun en la ho­ra del relevo, se retiran de la escena para no permitir que mentes traviesas atenten contra la vida civilizada.

Podrán existir estilos encontrados, y tal es el juego de la democracia en este país que se da el lujo de reñir unas elecciones con variados matices de opi­nión, pero siempre dentro del marco común de luchar por la libertad. Tras los máximos caudillos naciona­les, protagonistas de grandes sucesos, marcha una generación aprovechada que no está dispuesta a entregar los puestos de mando a los enemigos de la libertad.

En pocas naciones, como la nuestra, que es ejemplo para el mundo, existen convicciones tan arraigadas. Nos descuidamos, es cierto, ante el avance comunista que ha venido infil­trándose en los últimos años, pero también sabemos reaccionar a tiempo cuando aflora el peligro. Por distintos medios se intenta ofuscar la vida del país con los conocidos sistemas del terrorismo, del atentado a la autoridad, de las noticias tendenciosas, de la insubordinación sindical, del alboroto es­tudiantil, pero el pueblo no se deja engañar.

Los tiempos cambian y las costum­bres de hace cincuenta años acaso desentonen en nuestros días. Las ideolo­gías evolucionan. Los líderes, por eso, deben contemporizar con el rumbo del mundo. Todo es mutable, hasta la democracia. Tampoco el comunismo ac­tual es el mismo de dos o tres décadas atrás. Y ya se sabe que este sistema padece grandes crisis.

Los comunistas criollos, enredados en políticas que no digieren y enfren­tados por su ubicación en las líneas de Moscú o Pekín, resultan a la larga los frustrados tirapiedras de hace trein­ta años a que se refería Arturo Abella y que ahora no contestan a lista.

Neruda, marxista convencido, termi­nó desencantado de Mao Tse Tung, aunque fue comunista hasta la muerte. En su última correría por la China se sorprendió con el culto a la deidad socialista, más que al sistema. Tiene conclusiones tajantes: «Y ahora aquí, a plena luz, en el inmenso espacio celeste de la nueva China, se implantaba ante mi vista la sustitución de un hom­bre por un mito. Un mito destinado a monopolizar la conciencia revoluciona­ria, a recluir en un solo puño la crea­ción de un mundo que será de todos. No me fue posible tragarme, por se­gunda vez, esa píldora amarga».

Nuestros revolucionarios de la pie­dra y el ácido corrosivo, del policía mutilado y la bomba incendiaria, faná­ticos de teorías confusas, y sin la lucidez de un Neruda, por ejemplo, juegan al comunismo en este país que no ha de asimilar ensayos foráneos. Dentro de algún tiempo habrá que volver a preguntar: ¿Dónde están, que no se ven, los tirapiedras del año 1976?

La Patria, Manizales, 28-VI-1976.

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