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Réquiem por la ortografía

miércoles, 5 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

¡Pobre ortografía, tan aban­donada y tan valiente! Antaño era materia indispensable para el escolar y el doctor. Y hasta la fámula escribía sus querellas sentimentales con asombrosas modulaciones idiomáticas. El adolescente no se atrevía a galantear a la niña de sus amores primaverales sino des­pués de enmarcar su sentimien­to entre signos de admiración. Hoy las máquinas modernas, fabricadas con prisas inex­plicables y atropellando los códigos, suprimen la apertura de los signos de interrogación y admiración. ¡Como si en la vida todo no fuera principio y fin! Estamos en una sociedad de economistas, porque se eco­nomizan las tildes y se abrevian las disciplinas.

¡Pobre ortografía! Ya no es convidada de honor en las aulas del bachillerato ni en los foros de la universidad. Los «doc­tores» cometen burradas pero visten a la moda, con patillas y el cerebro romo. En las oficinas se cuece un impotable amasijo de escarabajos y letras vene­nosas.

Cesaron los estribillos que adiestraban la mente para escribir con sindéresis y distin­ción. El señor Marroquín, bien muerto, por fortuna, no le per­donaría a estas hordas del cas­tellano el olvido de sus reglas versificadas que levantaron hombres de oro y punto. La or­tografía se aprendía entonces con entonación, con garbo, con infusiones poéticas. Se emulaba por la elegancia del lenguaje, como pudiera competirse por la posesión de la mujer amada.

La palabra era soberana. Hoy las soberanas escriben ho­rrores. Respeten, por favor, la «h» indestructible, y no aumen­tan los errores de la humani­dad. El vocablo desgarbado y famélico no cabía en ninguna parte. Ultrajaba la altivez de la belleza. La correspondencia, hoy maltrecha y sofocada, se pulía con reflexión y refina­miento.

Pero los tiempos cambian, señor Marroquín. Discúlpeme si perturbo su sosiego con mis clamores, pero nadie mejor que usted, gramático y educador de tan original imaginación, para soltarles a ciertos jovenzuelos y vejestorios con trazas de doc­tores los dardos satíricos con que los  hubiera reprendido por no graduarse en ortografía.

Duerma usted en paz y no se le ocurra fisgonear ciertos periódicos, revistas y folletones que son verdugos de la princesa que usted engalanó. Hoy la ortografía, mi buen señor, es un ser desprotegido, avergonzado y víctima de la intemperie. Las reglas fueron desalojadas por anticuadas… Nos invadieron unos melenudos con boina, es­pejuelos y barbas de profeta que se dicen revolucionarios e iconoclastas –¿qué será eso?–, para quienes no valen ni jota los dictados del buen decir. ¡Y cuidado con meter las narices en los cursos del bachillerato, ni sus ilustres barbas en los predios de los seudointelectuales! Lo expulsarán a man­doble limpio como a un intruso. ¡Perdónalos, señor! Están acabando con la modulación, con la gracia, con la hermosura de la vida.

Las empresas no exigen or­tografía, porque tampoco la saben. La lengua se nos está complicando y un día de estos, de tanto herirla, va a terminar mordiéndonos. ¡Y si por lo menos enmudeciera! Si usted escuchara palabrotas y nece­dades que por ahí se escriben y se oyen, se hundiría de inme­diato en su reposo eterno…

¡Pobre ortografía! Ya hasta se fabrican novelas enteras sin un solo signo de puntación y con vulgaridades del peor cuño. ¡Nos estamos ahogando por fal­ta de oxígeno! La humanidad, cansada de la decencia y la es­tética, dizque quiere ser audaz explorando las alcantarillas de lo pornográfico, lo nauseabun­do, lo insólito…

Bien está un réquiem por la ortografía. Por ventura muchas cátedras del buen decir se man­tienen invulnerables. Muchos acompañan mi clamor. Le pondremos a la pobre vergonzante trenzas y zapaticos de charol, como en otras épocas. Desli­zaremos en su oído un verso. Con un guiño la enamoraremos. Y es posible que todavía no sea tarde para salvarla y derrotar con ella la ignorancia.

El Espectador, Bogotá, 8-XI-1978.
Mensajero, Banco Popular, Bogotá, marzo de 1980.
La Esfera, Tuluá, 20-VI-1980.
Noticias Culturales, Instituto Caro y Cuervo, abril de 1988.

 

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