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La pobreza absoluta

domingo, 16 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Uno de los temas que más interés han causado en los enfoques sociales del doctor Virgilio Barco es el de la pobreza absoluta que azota a grandes núcleos del pueblo. Pro­blema complejo éste que se agrava cada día más conforme crece la po­blación y se reduce la productividad del país. Las fuentes de empleo esca­sean por el deterioro de los mercados, y las empresas, agobiadas de cargas fiscales y sometidas a los vaivenes de una economía incierta y carente de halagos, tienen que licenciar personal e inclusive clausurar operaciones.

Vemos a diario el anuncio de fábri­cas y comercios que se declaran en quiebra o convocan a concordatos, y ya ha dejado de ser escandalosa la noticia sobre firmas de prestigio que se disuelven de repente. A raíz de de la disminución laboral, persistente y dramática, in­finidad de familias que dependían de la empresa en crisis entran a engrosar la población de los desocupados y a empeorar la situación social del país.

Muchos empresarios y terra­tenientes, desestimulados por el bajo rendimiento de los negocios y tenta­dos con el atractivo de mejores ga­nancias en los papeles bursátiles y más todavía en los mercados de la usura, salen de sus propiedades en busca de superiores utilidades, sin tantos riesgos y zozobras. Colombia, que tiene una marcada vocación agrícola, se encuentra hoy con tierras explotadas a medias o abandonadas. Trabajarlas implica en unos casos inseguridad y demasiados sacrificios, y en otros escasa rentabi­lidad.

En esta forma se cierran, en los campos y las ciudades, las oportu­nidades de empleo que buscan an­gustiosamente los colombianos des­protegidos. Crece la inconformidad social y se llega inclusive a la pobreza absoluta, una pobreza mendicante y bochornosa, de que habla el doctor Virgilio Barco. Familias enteras, ex­puestas a intemperies y hambres insaciadas, que vagan de aquí para allá en busca de cualquier medio de sub­sistencia, se convierten en un peligro social al ser incitadas, para poder vivir, por el único camino que parece presentárseles: el del delito

Esa pobreza extrema, que se viste y se disfraza de muchas formas, es una de las mayores realidades de nuestra sociedad y un abismo insondable frente a la indiferencia de los ricos. Es una necesidad apabullante que reta la capacidad de los gobiernos para re­mediar o por lo menos disminuir la angustia de esas masas cercadas por el hambre y el desespero.

Bien es sabido que en los tiempos electorales se agitan temas de esta índole, como para morder la sensibi­lidad del pueblo, y se esbozan pro­gramas y soluciones, sin que luego aparezcan las fórmulas expuestas cuando se iba detrás de los votos Criticar es oficio fácil; lo difícil es resolver problemas. Pero en el caso del doctor Barco, hombre serio y bien intencio­nado, hay que pensar en su rectitud mental, porque además no tiene an­tecedentes demagógicos. Para cual­quier candidato el reto es el mismo y ojalá que también fuera igual el pro­pósito de actuar. Más que enuncia­dos y ofrecimientos se requieren acciones vigorosas para superar los males.

Son múltiples los frentes de trabajo que se abren para quienes aspiran al solio de Bolívar. Este de la pobreza absoluta es apenas uno de nuestros males endémicos. Una nación como Colombia, afectada por el relajamiento de las costumbres y la crisis de los valores, reclama una sabia dirección para detener este progre­sivo deterioro que parece conducirnos a la disolución.

El Espectador, Bogotá, 3-X-1981.

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