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El dinero caro

sábado, 1 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace apenas pocos años nuestro sistema bancario tenia establecido un interés módico para el mercado del dinero. Se conservó, durante mucho tiempo, una tasa que no excedía del doce por ciento, y alrededor de este punto giraba la economía del país. El llamado crédito extrabancario apenas se salía ligeramente de ese porcentaje y ni siquiera el agiotismo lograba fijar tendencias desmesuradas. Las fuentes crediticias eran accesibles, y la usura, con las comunes excepciones, era una actividad sofrenada, si bien siempre ha medrado, como continuará sucediendo sin remedio, al amparo de las necesidades.

Cuando algunos bancos subieron el interés al 14 por ciento, hubo revuelo. En corto tiempo se llegó luego al 16, con manifiesto disgusto para la clientela que mal podía ver con buenos ojos esta carrera en una actividad que ha sido el eje moderador de nuestra economía.

Aparecían los primeros signos perturbadores en el panorama financiero, y las alzas gra­duales de dos en dos puntos, que se fueron imponiendo con timidez, enjugaban apenas los desequilibrios que repercutían en la banca por razón de las restricciones determinadas por las autoridades monetarias y por el creciente aumento en los costos de operación. El dinero extrabancario valía, por lógica, cada vez más, en la medida en que crecía el tipo de interés en el sistema financiero y se limitaban los préstamos.

Poco a poco los bancos habían venido recibiendo los efectos de una inflación galopante y mermaban, para contrarrestarla, el medio circulante, siguiendo las políticas gubernamentales. La usura del dinero inició una carrera vertiginosa. Los agio­tistas vieron abierto el horizonte para usufructuar, siempre con mayores preben­das, de un mercado que era ca­da vez más estrecho en sus fuentes normales de abas­tecimiento.

El interés se desbordó de pronto, hasta llegar al extremo de que la banca fue perdiendo su papel regulador de la mone­da. El costo del dinero se en­cuentra hoy desbocado. Es un tópico de la carrera alcista que vive el país. Con los certifica­dos de depósito a término, que los bancos retribuyen con el 24 por ciento, se ha encarecido más el dinero. Hoy los créditos bancarios se colocan al 28 por ciento, y al 32 en la mora, esta­do que es el normal para muchos que no logran en­derezar sus negocios.

Se ha llegado, en carrera veloz, a linderos que no se habían calculado. Si el alza de aquellos dos puntos provocó en su tiempo revuelo, el desenfreno actual no puede ser sino traumático. Los negocios no soportan tasas tan elevadas, y si se pagan por necesidad, esto significa el suicidio económico para muchos.

Este proceso multiplicador es un estimulante de la vida cara. El mayor costo de la moneda se traslada al consumidor, quien en últimas resulta siendo la víctima. Esta espiral se repliega por todos los ámbitos, suscitando carestías que no se resisten. Bajo el influjo de los certifica­dos de depósito, creados para captar recursos y generar crédito, los bancos deben colocar las operaciones, para que sean rentables, a una tasa superior al 26,66 por ciento, que es el costo real de este dinero para la banca, teniendo en cuenta el encaje.

Parece que lo que se ideó como mecanismo de emergencia ha hecho regla, pues lo cierto es que en los bancos, en su mayoría, solo se consigue, si es que se consigue, dinero al 28 por ciento, que en la práctica es al 32 en virtud del pago anticipado. El agiotismo, entre tanto, está haciendo su agosto.

La excepción es el Banco Popular, que no ha modificado su política y mantiene congela­das sus tasas de interés. Es en la única entidad donde aún se encuentran créditos al 14 por ciento.

La Junta Monetaria debe desmontar esta distorsión del interés bancario, que afecta la economía del país. Sin que la banca sea por completo res­ponsable, está encareciendo el dinero. Es preciso buscar es­trategias para abaratarlo.

El Espectador, Bogotá, 3-VI-1975.

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