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La ley del colchón

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Por los finales de año las gentes acomodadas retiran sus dineros de los bancos y solo los restituyen hacia el mes de febrero. Es una costumbre que se ha  impuesto en el país hace mucho tiempo, con grandes repercusiones sobre el sistema bancario y con los naturales perjuicios para la economía. La banca sufre fuerte dis­minución de depósitos durante el mes de diciembre, no solo como consecuencia del pago de primas, sino principalmente por el éxodo de dineros de las arcas bancarias a las casas de habitación. Es la ley del colchón, que todos conocemos, pero sobre todo los ricos, que la practican.

El colchón en Colombia no solo es elemento demo­gráfico, sino con­sejero económico. Tremendo miedo suscitan los saldos crecidos a final de año en las en­tidades bancarias, y la solución consiste en acudir al colchón. A simple vista no se halla motivo para que un saldo, por sí solo, sea determinante de mayor tributación. El patri­monio, a los ojos de la Administración de Impuestos, crece o decrece no en razón de circuns­tancias transitorias, sino de una serie de factores y comparaciones que miden la capacidad financiera de las per­sonas.

Tal sería la regla simplista. Con todo, la gente se acostum­bró a tomar precauciones para que un final de año con excesivo saldo bancario no signifique, al siguiente, un dolor de cabeza frente a ese otro gran dolor de cabeza en que se ha convertido la declaración de renta. El trán­sito de dineros para «debajo del colchón», como se dice, aparte de ser práctica peligrosa para sus autores, se convierte en medio de desequilibrio para la banca, que debe frenar sus colocaciones para compensar la baja de fondos, y para el país, que debe sortear las dificultades provenientes de estos recesos.

El Estado, nervioso arbitrador de recursos, anda a la caza de cuanto resquicio real o imaginario se ofrezca, para es­crutar posibles evasiones, y se vale de redadas, a veces de cábalas, para castigar las trampas de los sufragantes. Estos creen que una fórmula de defensa es la de esconder o reducir ficticiamente el pa­trimonio, y si de artimañas se trata, el secreto del colchón encubre mejor tales deslices que la elocuencia de un saldo bancario.

Sería preciso que el contri­buyente se sintiera menos per­seguido y creyera más en la bondad de los impuestos, para que aportara con mayor voluntad su cuota al progreso del país. Para eso se necesitaría mayor concien­cia ciudadana, difícil de arraigar si cada cual se con­sidera explotado y si, como con­trasentido, los impuestos se pierden en manos inescrupu­losas y no inyectan las obra que se esperan.

Ganaderos, agricul­tores, industriales, co­merciantes, profesionales, todos a una rebuscan los medios posibles para disfrazar su real situación financiera de tal suerte que las garras del Estado no logren poner al descubierto las fuentes precisas de tributación. Solo el asalariado —el único honesto tributador—, que no puede ni tiene nada qué ocultar, es investigado en su integridad y termina sosteniendo, por los que no lo hacen, las arcas fis­cales.

Sin entrar en mayores con­sideraciones sobre esta des­proporción en los tributos, bueno sería que los poderes oficiales buscaran la manera de no asustar a los tene­dores de cuentas bancarias, que resultan frenando el impulso de la nación. Es bien sabido que el sistema bancario ha venido per­diendo su  papel de regulador de la moneda. No solo se han formado mejores ca­nales de captación de recursos, como el de las corporaciones de ahorro y vivienda, sino que los cuentahabientes habituales, que requieren para sus negocios la asistencia de los bancos, cada vez restringen más sus depósitos y causan considerables traumatismos a la economía del país.

Para nadie es secreto que las cajas fuertes han invadido los predios de los hogares y de los negocios. El gran flujo de las cosechas no pasa por los bancos. Las ventas de diciembre se guardan debajo del colchón. Ese dinero, muellemente recostado en cofres particulares, es dinero asustado que le está causando muchos males al país y que, como contrapeso, irriga el mercado de la usura.

Buscar mecanismos para atraer estos capitales sueltos, cuya cuantía es difícil determinar, resulta tarea compleja. Lo cierto es que el contribuyente vive temeroso y por eso acude a tales arti­mañas. Se escucha con frecuen­cia que las personas se «des­taparían» si no se les castigara con demasiado rigor. Pero nadie quiere dar el brazo a tor­cer, si no se le ofrecen plenas garantías. Cuando el colchón deje de ser tan atractivo, mucho habrá ganado el país.

Si lograra hacerse el real inven­tario de las cajas fuertes empotradas en los hogares y en los negocios, podría determinarse que el dinero inflacionario no es el que circula en los bancos, sino el que duerme en el fondo de los colchones. El sueño de los colchones no siempre es ni el más cómodo ni el más tranquilo.

El Espectador, Bogotá, 12-I-1977.

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