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Atropellos callejeros

lunes, 3 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

La ciudad se vuelve peligrosa. Existe ahora un exceso de población callejera, a la espera de la cosecha que se anuncia muy abundante. Entre esas corrientes pulula el vicio.

A cada momento se escucha el grito de la dama que fue ultrajada por el demente, o se presencia la carrera del gamín que acaba de birlar el reloj o la billetera. La policía trata, en ocasiones, de capturar al ladronzuelo, pero por lo general este se escapa por entre los nudos de peatones que siguen, con algo de interés y muy poca solidaridad, esta persecución con ribetes de opereta.

De pronto el asaltante queda reducido a la impotencia. Una procesión de curiosos acompaña el desfile del policía y su presa, pero nadie, a la hora de la verdad, confesará nada. El pillo quedará libre y volverá a ejercer su actividad. Si el inspector de policía ordena la cárcel, esta se niega a recibir al delincuente porque el municipio debe unas cuantas mensualidades alimenticias. Es un lamentable círculo vicioso donde el ciudadano es el único perjudicado. La comunidad tiene derecho a mayor protección, pero esta se hace esperar.

En sitios dominados por el alcohol y la vida libertina, los problemas adquieren mayores proporciones. Riñas, ultrajes, forcejeos con la autoridad, disparos, cuchilladas y hasta muertos son el epílogo de ciertos excesos etílicos. La damisela se trenza a cuchillo con su contrincante, por celos incontrolados. Alguna cae en la lucha, a tiempo que la otra pagará larga condena. La pelea entre hombres tiene parecidos contornos. Estos se ofenden por cosas baladíes, y hasta se matan al calor de las copas.

Hospitales y clínicas dan cuenta de esta degradación. Sábados y domingos, sobre todo, son días de enormes desastres. La ciudad, triste es admitirlo, se  ha convertido en una inmensa cantina. No solo hay quema de dinero, de reputaciones y composturas, sino verdaderos holocaustos de la dignidad.

Se requiere depurar el ambiente. Armenia necesita mayor control de su vida nocturna. También de su vida diurna, que no es ningún ejemplo. Las cantinas públicas, lo mismo que los negocios clandestinos, crecen y se reproducen como la mala hierba. Las zonas negras son enjambres de corrupción y enfermedades.

La fuerza pública no alcanza para tanta proliferación del vicio. Los ciudadanos viven alarmados con la ola de inseguridad, atracos e indecencia que se respira por doquier. Radie se explica cómo es posible que unos vulgares dementes continúen cometiendo toda clase de abusos.

Es un cuadro general de pequeñas y grandes afrentas a las buenas maneras y de atropellos a la seguridad personal, que reclama medidas efectivas.

Satanás, Armenia, 6-VIII-1977.

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