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Armenia, ciudad futura

martes, 4 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El maestro Valencia la bautizó como la Ciudad Mi­lagro. Armenia era apenas un pueblo encerrado entre es­trechas callejuelas aldeanas que no dejaban presentir el vigoroso centro que se levan­taría para admiración del país. Los  poetas, con sus dones para transformar la vida, escrutan el porvenir y pronostican sucesos que no siempre se ven trans­parentes.

La navegación cafetera se metía en los do­minios de la quieta villa que se esforzaba por romper su cerco rural. Se recuerda, hasta no hace mucho, la existencia de fincas cafeteras en sectores hoy residenciales. Tierras como las del Hospital de Zona y Tres Es­quinas, dos polos de la ciudad, estaban invadidas por una naturaleza enmarañada.

La violencia, con sus zarpazos, diezmó las familias e im­puso la zozobra. El terror se apoderó de las calles y las veredas. El fogonazo de los odios estalló en mitad de la noche. Se arrasaron los campos y se derramó sangre inocente bajo el arrebato de la peor bar­barie.

Restañadas las heridas, comenzaron a vislumbrarse caminos de esperanza. Una raza bravía que no permitió el desmoronamiento total, tramó la reconquista de la heredad en­sombrecida por el rencor. Y así fue surgiendo, a golpes de fortaleza moral y de esfuerzo fí­sico, la Armenia de hoy, pujan­te y constructiva.

De la adversidad tomó ex­periencias para forjar el futuro firme. Camina segura de sus capacidades y no se da tregua en el empeño de convertirse en centro vital para el país. Es ya un emporio desafiante para el progreso. Sus habitantes y sus conductores, gente de ima­ginación y trabajo, vigilan la expansión del pueblo que tuvo que correr sus fronteras empujando ca­fetales para erigir por doquier marcas de desarrollo. Roto el nudo de la aldea, es ahora la ciudad impulsada que reta al porvenir.

Si bien los problemas crecen con la transformación, existe un concepto definido sobre la necesidad de controlar el gigan­tismo. Los servicios públicos se administran con dificultades ante una población que aumen­ta aceleradamente. Edificios veloces se levantan al ritmo del desarrollo armónico, mien­tras nuevos barrios jalonan la prosperidad.

En 1989 Armenia cumplirá cien años de vida. Será un faus­to acontecimiento para este pueblo futurista, agradecido con su destino. La clase dirigen­te, comprometida en la búsqueda de soluciones y animada por el propósito de plasmar hechos en beneficio de la co­munidad, adelanta importantes ideas.

El senador Ancízar López López, uno de los promotores destacados del auge re­gional, es autor de un proyecto de ley que contempla obras de positivo significado. Se prevén la terminación del plan vial de la ciudad; la construcción del terminal de transporte; la cons­trucción del estadio y coliseo cubierto; la ejecución del plan maestro de energía; la am­pliación del servicio telefónico; la ampliación de la Universidad del Quindío; la fundación de la Universidad Obrera del Quin­dío; la terminación del Hospital San Juan de Dios; la terminación e iluminación del ae­ropuerto El Edén; la construc­ción del Palacio Nacional; la proyección del parque indus­trial y la construcción de un monumento a los fundadores. Este solo enunciado hace resal­tar la magnitud de un conjunto de obras que serán definitivas para el adelanto urbanístico.

A once años del centenario y cuando desde ahora se trabaja en un estadio para 35.000 espec­tadores, con mejoramiento de una inmensa zona periférica, la ciudad de Armenia cree en el porvenir. En 1986 Armenia será subsede del campeonato mun­dial de fútbol.

Sitio ideal para el turismo, los visitantes encuentran un grato albergue de confraternidad. Ese es­pecial ambiente que tanto halaga al forastero está for­mado por ingredientes de cálida camaradería, que aquí es tan propia como el aroma de los cafetales. La amistad en Ar­menia se da silvestre, sin con­diciones ni regionalismos, lo que permitió al maestro Valen­cia –cuya efigie se honra en uno de los parques– predecir horizontes de grandeza.

El Espectador, Bogotá, 15-VI-1978.
Satanás, Armenia, 17-VI-1978.

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