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Un hombre de empresa

miércoles, 5 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Óscar Jaramillo Jaramillo ha demostrado a lo largo de toda una vida de trabajo, de visión y constancia, hasta dónde puede llegar un objetivo industrial. Recibió de su padre la empresa Juan N. Jaramillo, una de las pocas muestras industriales que florecieron en esta ciudad de marcado destino agrícola, y no se conformó con la tradi­ción familiar, sino que la hizo crecer.

Si el Quindío es conocido por su café, lo es también, y en esto no hay exageración, por esta sencilla y al propio tiempo pujante fábrica de Armenia que acaba de cerrar sus puertas después de medio siglo de efi­caces servicios al país.

Esto de hablar de servicios nacionales en una ciudad no industrializada, hay que aclararlo. El nombre de Juan N. Jaramillo, industria procesadora de la madera, le dio la vuelta al país y puede decirse que hasta en los más remotos confines queda constancia de esta acometida.

Después de intensa trayectoria en la transformación de la madera, Óscar Jaramillo, pionero del trabajo y la simpatía, especializó su firma en la adaptación de bancos y logró tanto presti­gio, que de todas partes lo buscaban como una autoridad indiscutible.

Experto no solo en manejar excelentes relaciones públicas, sino en dar el consejo exacto para ensamblar a distancia los despachos bancarios, se convirtió en sorprendente ejecutivo del país, acaso el que más haya viajado por aire, agua y tierra. Su capacidad de desplazamiento le permitía visitar una obra en Cúcuta a las nueve de la mañana; volar luego al Meta o al Putumayo en inspección de nuevos locales; cumplir en la tarde la cita en Bogotá o en Cali y pernoctar ese mismo día en Armenia.

Los presidentes y altos funcionarios de los bancos, conocedores de sus habilidades y la calidad de sus productos, sabían que Óscar no podía fallarles, así se tratara de los encargos más complicados y de los sitios más inaccesibles, porque para todos tenía calendario y la fórmula maestra. Diestro en las medidas y las exigencias bancarias, se retira de su profesión como un verdadero mago que aprendió a coordinar la parte funcional de los bancos, con la misma destreza con que decoraba un espacio y se acomodaba a cualquier gusto.

De un momento a otro tomó la decisión, muy en privado, de retirarse. Antes, ensayó varias veces montar una escuela de su actividad, pero no encontró  »madera». Necesitaba, ante todo, un segundo con sus mismas o parecidas condiciones administrativas y personales, pero le falló la gente. Aunque no sea razonable que las indus­trias se extingan con sus hom­bres, bien claro resulta en este caso que Óscar era la empresa.

Consideró que no debía expo­ner el prestigio de su firma a imprevisibles contingencias al perder su capacidad ejecuti­va, y por eso prefirió cerrarla. Fue responsable su decisión, para qué dudarlo. Muy en se­creto vendió el terreno, las ins­talaciones y la maquinaria, y cuando la ciudad comenzó a darse cuenta, ya se estaban pa­gando las prestaciones sociales del personal.

La industria se desintegró en ocho días. Triste fin, pero ad­mirable este Óscar Jaramillo hasta en la precisión para no prolongar un réquiem que a él, el mayor afectado, le dolía profundamente. En la operación de marcha entró también la tradicional Fune­raria Jaramillo, otra empresa de su propiedad, que es también patrimonio de Armenia.

Óscar dice que se ha jubilado porque necesita descanso. Es, sin duda, una jubilación bien merecida. Hay que deplorar, sin embargo, con cierto egoís­mo, que así termine una indus­tria floreciente y tan vinculada a los sentimientos de la ciudad. Pero las decisiones justas hay que respetarlas, si bien no es posible dejar cerrar estas puertas industriales sin rendir tributo de admiración y respeto a este hombre vigoroso, amable, viajero incansable del trabajo y la amistad, que deja ejemplo de rendimiento y servicio.

Bien por él que se jubila cargado de merecimien­tos, para continuar siendo productivo en otras actividades menos extenuantes, y mal por Armenia y el Quindío que pier­den una industria insignia.

La Patria, Manizales, 31-I-1979.

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