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Los 80 años de un escritor

martes, 11 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Podría definirse el itinerario de un escritor como el incesante recorrido de la abeja que colma en silencio las celdas del panal hasta convertirlas en miel. El escri­tor es el obrero que va colocando, pacientemente, las partículas que otros desprecian, hasta construir sobre endeble estructura la fuerte morada que, como en el reino de las abejas, se clava en los árboles y resiste la sacudida de los vientos.

El escritor, siguiendo el símil, es una palabra al viento que ondea sin salirse  de su base y que, vuelta raíz y semilla, fecunda la tierra. El escritor se creó para hacer fértil la existencia. Sin el escritor, el mundo no se­ría posible, porque el hombre, para evolucionar, necesi­ta pensar. Cuando el odio se apodera de las conciencias, y las armas implantan el terror, y las guerras destruyen la vida, clamará la palabra sensata que busca claridad entre las tinieblas.

El poeta, y jamás el amo tiránico, ha conseguido el equilibrio social. El uno aniquila, el otro redime. La vida debe tejerse con amor y enno­blecerse con poesía. En el noble y dignificante ejercicio de la palabra, que sólo pocos logran cultivar con maes­tría estética, es la propia humanidad la que encuentra derroteros para vencer la mediocridad.

Cuando un escritor como Adel López Gómez, pleno de realizaciones y ya en la cúspide de lo que puede con­ceder la gloria humana, llega a sus ochenta años de exis­tencia, se sabe con certeza absoluta que no en vano se ha cumplido el ejemplo de la abeja constructora. La colmena está henchida de alimento vivificante para que otros se nutran y prosigan la misión vital.

Adel López Gómez, que ya es una institución en el país, llega a la dorada serenidad de su vida no sólo en el pleno goce de sus funciones mentales, sino como el acopio de una labor productiva y la seguridad de haber sido útil. Pocos escritores tan fecundos como él. Ha vivido en función de la literatura, porque no conoce mejor destino. No sería exagerado decir que nació escribiendo. Ni tampoco resulta difícil presentir que, al igual que Teófilo Gautier, la pluma no querrá separarse de sus dedos ni aun en el  instante en que abandone la materia para seguir siendo espíritu.

Ningún secreto de la escritura le es desconocido. Desde reportero y cronista de periódicos, hasta editor. Se untó de tintas y se enredó entre galeradas, cuando el periodismo, sin los adelantos técnicos de la época actual, se escribía y se vivía con más emoción, en medio de afanes elementales. Fue cuentista desde siempre, tal vez más allá de su propia noción. Con el cuento aprendió a querer la tierra, y en él albergó sus mejores sentimientos. Su costumbrismo, de sobra exaltado en las páginas de la literatura colombiana, es una afirmación del hombre-montaña, que se vuelve paisaje cuando el alma posee dimensiones para a el sentido del terruño.

Con su prosa vigorosa y castiza, llena de imágenes y ondulaciones, ha realzado todo lo bello de la vida. La mujer, brújula y estímulo para su alma enamorada, queda dueña de su literatura, si en ella se inspiró para consentir sus sueños

Este cantor de la montaña, de su Quindío prodigioso, podrá recrearse en los idílicos atardeceres de la comarca amada, para recibir con alborozo este 18 de octubre de 1980 y saberse admirado por haber sido buen jinete de la mente. Aires pródigos seguirán soplando, como un refresco en la pausa del camino.

La Patria, Manizales, 12-X-1980.

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Misiva:

Gracias por esa bella página que has escrito para mí. Gracias por la abundancia de la generosidad. Gracias por la nobleza y por la emoción entrañable, por el calor del afecto y por la hiperbólica largueza que has puesto en esas palabras tuyas escritas en mi ciudad y en mi paisaje. Adel López Gómez, Manizales.

 

 

 

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