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La tienda

domingo, 16 de octubre de 2011

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

Tomasito tiene apenas diez años y ya sueña cosas importantes: quiere ser tendero como su padre. Al niño se le suben los humos a la cabeza cuando don Facundo le confía, con cierta jactancia, el manejo de la caja. Aunque sólo lo hace en operaciones menudas, porque su edad no es para enredarlo con cifras mayores.

A pesar de su corta edad ya se defiende como un adulto cuando hace la cuenta del par de espermas, de la libra de sal y del «atao» de panela. Atao o atado, para los que ignoran el provincianismo, son dos panelas unidas en un mismo envoltorio, por lo general en hoja seca de plátano. (Y no es que la hoja se cobre; o cerciórese usted).

—Ahora le das al vecino una pucha  de papa y le contás bien la vuelta. (Aquí habrá que explicar también que la pucha es una medida de volumen y que cambia de tienda a tienda).

—¿Con el precio viejo o con el de inflación, papito?

—Esas cosas no se hablan en públi­co, Tomasito.

—Entonces mejor le cobro el de inflación…

Y saca de la caja $8.50. Pero, pen­sándolo mejor, aparta las monedas porque a su papá le ha oído decir que, para no enredarse, las cifras redondas son mejores. El vecino examina la vuelta y prefiere no expresar ningún comentario.

Así progresa poco a poco el pequeño tendero. Don Facundo sueña también cosas importantes: quiere hacer de su hijo un comerciante de categoría.

—Para eso necesitás la garra de tu taita.

—¿Y cómo se es buen comerciante?

—Ponéle cuidado, pequeño avispa­do: en la galería comprás la panela a tanto el bulto, y aquí, al menudeo, obtenés una ganancia de cuatro veces más. La naranja, traída del campo, sale muy barata, y vendida por uni­dades da para comprarte tu bicicleta. Lo mismo ocurre con la guayaba, con los limones, con el plátano, con la yuquita… En fin, tenés que seguirle los pasos a tu taita.

Desde mucho tiempo atrás Tomasito estaba ya metido en las finanzas. Aprendía cada vez con mayor firmeza que el éxito consistía en un simple traslado de precios. Esto de poder costearse su bicicleta con sólo expri­mir naranjas era tentador.

* * *

Don Facundo, el grueso surtidor del barrio, se ufanaba de estar haciendo un hombre útil para la familia. Para que sus lecciones fueran elementales, le hablaba en lenguaje claro: el huevo al por mayor sale a $3.50, pero en el negocio a $6; la docena de tomates a $90, y en el negocio a $15 cada uno…

Tomasito, un lince para los números, ya sabía de memoria que doce por quince da 180. Y su papito, queriendo mantenerle despierta la imaginación le había enseñado que eso equivalía a ganarse el ciento por ciento.

—¿Y qué es el ciento por ciento? –no tuvo necesidad de preguntar sino una vez en su vida.

— ¡El doble, hijo, el doble!

Con esa idea del «doble, hijo, el doble», trabajaba Tomasito con ver­dadero entusiasmo. La gaseosa había que venderla a $8 para que fuera el doble; el papel higiénico a $20 para que fuera el doble; los limones a $30 la docena para no quedarse atrás… Y como se trataba de una miscelánea, había que mezclar el cuaderno, y el lápiz, y la hojita para la carta amoro­sa, y el agua de colonia para la dentrodera…

Además, había que sintonizar la radio con frecuencia.

—Cuando oigás que el dólar ha subido… ¡zas! le subís ahí mismo a toda la mercancía… Cuando escuchés que la gasolina amenaza escasez, de inmediato cambiás los precios… Cuando oigás al ministro hablando de inflaciones, ¡pum! Cuando se apro­xime la Semana Santa, y el Día de los Novios, y la entrada a los colegios, y las navidades… ¿qué debe hacerse, Tomasito?

–¡Zas…!

Maestro y discípulo estaban com­penetrados en su misión de co­merciantes. Cuando los llamaban explotadores, y usureros, y acaparadores (habrá que decir que ahora Tomasito es don Tomás, con veintitantos años de ejercicio profesional), ellos se burlaban de sus detractores.

El barrio no sintió la muerte de don Facundo. Ni una corona, ni un su­fragio. Desagradecida que es la hu­manidad, pues al fin y al cabo de su despensa se surtían todas las familias, algunas de ellas hasta con vales. Hoy el negocio es más próspero en manos de don Tomás. Tiene él incluso mejor posición social, con hijos en los clubes y en los mejores colegios.

«De tal palo, tal astilla», comenta su hijo Andresito, un muchacho despierto y con ojo de lince para el negocio. Andresito tiene apenas diez años y ya sueña cosas importantes: será tendero como su padre y su abuelo. Por la época de esta crónica ya aprendió la primera lección: ¡zas y pum!

El Espectador, Bogotá, 28-IV-1981, 4-II-2017.
Eje 21, Manizales, 3-II-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 5-II-2017.

Comentarios

Genial página, muy apropiada para este tiempo. Esperanza Jaramillo, Armenia, febrero de 2017.

La nota me hizo reír mucho y hasta aprendí un nuevo término: dentrodera. El lado serio del artículo descubre esa triste realidad ejercida por los comerciantes (yo diría, de todos los pelambres) que aprovechan cualquier detalle que ocurra, así no tenga nada que ver con la economía para «tumbar» a sus clientes. Alberto Lozano Torres, Bogotá, febrero de 2017.

El término dentrodera (o sea, la empleada de servicio doméstico en Bogotá) es común en la zona cafetera. Euclides Jaramillo Arango, famoso y ameno escritor quindiano, ya fallecido, escribió una obra preciosa que recoge la terminología de las tierras paisas: Un extraño diccionario (Editorial Bedout, 1980). Se la dedicó a su nieta Alejandra con esta leyenda: “Cuando Alejandra aprenda a leer, ¿todavía aparecerán libros?… Y si aún se publican, ¿para qué?”. Gustavo Páez Escobar.

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