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El viejo Euclides

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

No siempre se es viejo por los años. La edad cronológica es diferente a la edad mental, y cuando a los años ma­duros se llega con capacidad intelectiva, se es joven. Viejo también es el que ha perdurado en la amistad. Decir viejo, que en este caso es término cariñoso, no es lo mismo que decir decrépito.

Un grupo de intelectuales del país rindió en días pasados un homenaje en Armenia a Euclides Jaramillo Arango con motivo de cumplir 75 años de vida. Alguien averiguó a hurtadillas la fecha de nacimiento y la divulgó a los cuatro vientos de la ciudad, como yo lo hago ante el país entero, donde mi personaje goza de reconocida fama como perio­dista y escritor.

Siempre reacio a los reconocimientos y los homenajes, que lo joroban y lo desequilibran, como me lo confesó un día, hubiera declinado esta manifestación si no es porque lo asaltamos en su reposo.

Jaramillo Arango ha preferido la vida humilde y silenciosa y se ha mantenido protegido contra la adulación y la os­tentación. Le huye a la lisonja por lo mismo que él no la emplea con los demás. Y como su temperamento ha sido recatado y su alma generosa, prefiere los honores para los otros y elude los que él mismo se ha ganado a lo largo de su existencia constructiva y ejemplar.

Pero en esta ocasión no puede desa­tender la voluntad de sus amigos de las letras que acuden espontáneos al propio escenario de su creación artística a testimoniarle su voz de aplauso por lo que ha hecho y por lo que significa para la literatura colombiana. Y tampoco puede esconderse al abrazo de una ciudad que lo quiere y desea expresarle su admiración.

Nacido en Pereira, ciudad de la que fue alcalde en sus mocedades, es Armenia su segundo hogar. Aquí ha vivido la mayor parte de su vida y aquí ha realizado su carrera literaria. Su obra más importante —como elemento cí­vico, promotor cultural, catedrático, hu­manista— se ha cumplido en esta co­marca que forja hombres de progreso y es tierra fértil para el cultivo del ta­lento.

Euclides Jaramillo Arango es la mezcla perfecta de café, paisaje y literatura. Goza con la naturaleza –y la vida descomplicada y poética de los cafeta­les– lo mismo que goza con los libros —su remanso espiritual—. Escribir es para él, más que una terapia, el ejer­cicio vital que lo tonifica y lo mantiene en paz con la existencia.

Morirá, como Gautier, con la pluma en los dedos. Euclides Jaramillo es escritor de nacimiento, como otros son torpes de cuna. Y puede mostrar en esta cumbre envidiable de sus bodas de diamante lo que logra el pensamiento cuando va acompañado de la acción creadora. Gracias a esa vo­cación y a ese empeño deja numerosos libros en los géneros del cuento, la novela, la crónica,  la lingüística, el folclor, que engrandecen su nombre y le dan lustre a la ciudad.

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Jaramillo Arango, el líder de la co­munidad, ha estado vinculado a cam­pañas como las de la creación del de­partamento, fundación de la Univer­sidad del Quindío e iniciación de la re­gional de Fenalco; fue presidente del Comité de Cafeteros y de la junta del Banco Cafetero; siempre ha actuado en la cátedra universitaria; y le ha dado aliento a cuanto suceso cultural o cívico se ha desarrollado en la región.

Es, por tanto, personero de su época y de su comarca. Armenia es su gran pa­tria sentimental. Nada tan propicio como refrendárselo en esta ocasión.

El Espectador, Bogotá, 31-XII-1985.

 

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