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Escalada de intereses

sábado, 8 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El interés del dinero es una de las referencias más fieles sobre la situa­ción económica de un país. Es el termómetro que no falla. Conseguir dinero para trabajarlo y hacerlo rendir, o para pagar bienes de consumo, es acaso la actividad mercantil más antigua del hombre civilizado. El capital aspira siempre a robustecerse y esto sólo se consigue cuando se coloca a un precio conveniente. La persona que recibe el dinero buscará un interés razonable para que el negocio pueda a su vez incrementarse y producir utilidades.

Es aquí donde entra en juego el forcejeo del interés. Si las tarifas son moderadas, los industriales o comer­ciantes cargarán a sus productos un costo igualmente moderado; si el interés aumenta, aumenta­rá también el valor de las mercancías, y con ellas el costo de la vida. Desde luego, debe existir estímulo para colocar el dinero, pues de lo contrario dejaría de ser actividad rentable y generadora de bienestar. Pero abusar de las tasas de interés, como sucede en Colombia, es síntoma perturbador.

Tratemos de analizar lo que viene ocurriendo con el interés de los préstamos. Siendo la banca la regula­dora de la moneda, por lo menos en teoría, ella marca la pauta sobre el costo del dinero. Y al decir que apenas lo es en teoría, nadie ignora que el influjo del dinero se salió de sus manos al ser el mercado extrabancarío, o «mercado negro», el que se impuso con tasas alarmantes.

Si retrocedemos unos diez años encontramos que el interés corriente en los bancos era de doce puntos. En el uno por ciento de interés mensual estuvo estabilizada nuestra banca por largo tiempo. Ese uno por ciento era el fiel de la balanza que movía toda la economía nacional. La vida se vivía entonces sin los sofocos de hoy.

Cuando se dio el paso en dos puntos más, o sea, al 14%, hubo sorpresa y disgusto. Y era que en esos tiempos todavía no se sabía de sobresaltos y la inflación era un mal desconocido. Más tarde se llegó al 16%, y aquí se pasó de la sorpresa a la protesta. Esto parecía un atropello para una nación acostumbrada a la mesura. Este jalón repercutió como una onda explosiva. Cada cual encare­ció su mercancía y puede decirse que a partir de ese momento se iniciaba la carrera alcista, la traji­nada inflación monetaria, fenóme­no detestable de los nuevos tiempos

Los bancos mantenían una política coherente (hoy andan sueltos) y se cuidaban de decretar alzas aisladas y bruscas, que tampoco eran permitidas por las autoridades monetarias. De dos en dos puntos, ya sin sonrojos, las tarifas se desbordaron. El país rompía sus cauces. Cuando alcanzaron el 22%, hace unos cinco años, los signos eran nebulosos. De cierto tiempo para acá la aceleración ha sido desbocada, caótica.

¿Qué diremos hoy con tasas que pasan del 30% anual? El interés moratorio, a que mucha gente se ha acostumbrado, llega al 36%. O sea que en diez años se ha triplicado el interés. En forma paralela han crecido nuestros problemas. Y se dice que es un nivel «moderado», ¡vaya consuelo!, porque los agiotistas no prestan a menos del 48% o 60%. En Estados Unidos todavía hay tasas del 8% y 9%, y el crédito, además, se consigue como cualquier producto casero.

Si el interés del 30% es desmesurado, el que sobrepasa ese límite no puede ser sino ruinoso. Por eso en el comercio, sobre todo, se levantan a diario cruces de muertos civiles, y en no pocas ocasiones, reales, pertenecientes a quienes no resistieron el impacto de la usura. Todos contes­tan con las mismas armas en esta escalada de alzas. El país, estrangula­do por el agiotismo, vive angustiado y desprotegido. Puede definirse la usura como la que cobra más del 24%.

La ley consagra como máximo interés el 2% mensual. Y es el propio Estado el que se sale de la norma al cobrar el 2.5% en la moratoria de los impuestos. Los bancos, frenados en sus colocaciones, deben hacer utilidades elevando las tarifas. Todos empujan la vida a su actual desbarajuste. Los papeles de renta siguen la misma tendencia para que sean atractivos. ¿Hacia dónde vamos?

Cuando se abusa del interés, algo serio le sucede a un país. La Biblia condena a los usureros como verdugos del hombre. Son sanguijuelas sociales que exprimen a la humanidad. En Colombia el interés caro nos está asfixiando, por no decir que trituran­do. La economía está montada sobre una bomba de tiempo.

Las autoridades sabrán cómo le ponen remedio a la especulación del dinero. Y que no se diga que es un proceso natural, como suelen justificarlo ciertos despistados economistas y algunos comentado­res ligeros que repiten lo que escu­chan. Colombia necesita encontrar talanqueras para estos atropellos –una auténtica dictadura del capital– que le restan dignidad a la vida.

El Espectador, Bogotá, 21-I-1980.  

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