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Ornato y urbanismo

domingo, 16 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Son dos términos que deben ir unidos para hacer de Armenia una ciudad hermosa. Para lograrlo, se requiere la permanente preocupación de las autoridades. Tenemos la ventaja de contar con el entusiasmo de damas emprende­doras que desde la Sociedad de Mejoras Públicas, la enti­dad más cívica de Armenia, adelantan inteligentes campañas para remozar los parques y las avenidas como el rostro amable que encuentra el turista al visitar nuestra urbe.

Esas delicadas manos femeninas que con tanto celo y sacrificio cuidan las flores y embellecen los sitios públicos, son como las mariposas invisibles que imprimen notas de colorido al paisaje. Pero las hordas del desaseo y la incivilización, que no se paran en consideracio­nes para estropear el rostro risueño de la ciudad, atentan contra la paciente labor que otros adelantan, y tratan de desfigurar, con letreros y grotescas expresiones, la identificación de la cultura cívica.

Querer el terruño debe ser la primera lección del ciu­dadano. La tierra es como un río que crece en las venas y se desliza al corazón. No se puede ser buen ciudadano sin llevar esa enseña del amor por lo coterráneo. Por desgracia, la patanería y los signos de mala crianza son inevitables, porque no en todos los hogares se enseña al niño a ser decente, y en cambio se toleran y se fomentan desviaciones de la peor calaña.

Para corregir tales instintos es que se justifica el mantener encendido el afecto por lo propio. La ciudad, nuestra ciu­dad, lejos de ser una idea lejana, ha de considerarse como algo pegado a la misma personalidad. En esto debemos ser egoístas y emular en el sentido de la pulcritud, el orden, el aseo, la belleza.

Acaso las propias autoridades, tan acosadas de proble­mas de toda índole, no recapacitan, durante la brevedad de un mandato efímero, en lo que significa la Sociedad de Mejoras Públicas. Es una entidad a la que nos hemos acostumbrado como algo tradicional, por no decir que obligatorio, y que deja de apreciarse porque no hay espíritu jus­ticiero para comprender que sin ella no tendríamos el adelanto del que hoy nos ufanamos.

Debe comenzarse por corregir el concepto erróneo de que es un ente fijo o estáti­co, para valorarlo como una asociación de voluntades sobrepuestas a la mediocridad comunitaria. Sus miembros, que llevan como bandera de acción el amor a la tierra, están por encima de la pequeñez con que otros actúan. Y dando más de lo normal, corrigen no pocos vacíos municipa­les y alertan a la ciudadanía sobre la decadencia de los símbolos patrios.

El urbanismo nace primero de la voluntad que de las ordenanzas. Para hacer una ciudad hermosa, se nece­sita apreciar la belleza. Hay que mover al civismo enseñán­dole a la gente a querer los dones de la naturaleza.

La Patria, Manizales, 15-IV-1981.

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