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Archivo para martes, 4 de octubre de 2011

Medallas de Calarcá

martes, 4 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Tres nuevas figuras de las letras recibieron este año las tradicionales medallas lite­rarias que otorga la ciudad de Calarcá: Jaime Duarte French, Euclides Jaramillo Arango y Evelio Arbeláez Aristizábal. Hay un hombre inquieto en la pacífica villa calarqueña, Hum­berto Jaramillo Ángel, que como amante de las letras en­tiende lo que significa el estí­mulo a los escritores y poetas y viene sosteniendo, año por año, la institución de las medallas, con las que honra, además, la memoria de tres grandes de la literatura colombiana: Jorge Zalamea, Eduardo Arias Suárez y Antonio Cardona Jaramillo.

Establecida la primera de ellas para resaltar el mérito de un escritor nacional, le corres­ponde el turno a Jaime Duarte French, gran abanderado de la cultura colombiana. Como director de la Biblioteca Luis Ángel Arango ha adelantado fructífera labor cultural y favorecido a no pocos escritores con la adquisición de sus libros, si no en las cantidades que él deseara, por naturales limitaciones de presupuesto, sí con la generosidad de ánimo de alguien que entiende –y son muy pocos en el país– las penurias de este gremio desamparado.

La obra de Duarte French al frente de la Biblioteca Luis Ángel Arango, donde ha estampado el nervio de su carácter y el sello de su cultura, es inmensa y acaso insuperable. Como es­critor público de amplio humanismo y fácil pluma, ha enriquecido la bibliografía colombiana con obras ya coronadas de éxito, entre ellas, para citar solo dos, América a norte a sur y un ensayo sobre el maestro Valencia. Columnista de periódicos y revistas, acumula erudición en sus apuntes amenos. Se conjugan, en fin, virtudes sobradas para que Calarcá le testimonie su ad­miración en la voz de Abelardo Forero Benavides, otro grande de Colombia, que exaltará la presencia del laureado en el panorama de la patria.

Euclides Jaramillo Arango, nuestro escritor de provincia con eco nacional, recibió la medalla Eduardo Arias Suárez. Se extrañaría este reconocimiento tardío para quien es abanderado de la cultura quindiana como catedrático emérito y escritor de largas trayecto­rias, si no se supiera que ha sido su temperamento reacio a los homenajes el que ha dilatado la distinción, la que de todas maneras representa justo galardón en cualquier época. Su obra es admirada por numerosos lectores,  y sin duda esa es su mayor presea.

Jaramillo Aran­go viene trabajando desde hace varios años en un diccionario sobre el lenguaje cafetero, ex­traído de las zonas de cultivo, con sus aforismos y sus particu­laridades, y acaso no sea im­propio el momento para pedirle su pronta compilación. Su novela Un campesino sin regreso, que recibió los mejores elogios y que el paso del tiempo ha hecho ol­vidar, debe reimprimirse. Falta el editor que se detenga sobre una de las me­jores novelas de la violencia.

Evelio Arbeláez Aristizábal, distinguido con la medalla An­tonio Cardona Jaramillo, es poeta calarqueño que publicó hace varios años su primer libro y que trabaja en nuevas expresiones de su ro­manticismo. Siempre en plan de superación, un día empacó sus bártulos y se refundió en la capital de la República, de donde regresa a la sala de los elegidos. Tiene ancho ho­rizonte para nuevas produc­ciones y sabe, por lo pronto, que su esfuerzo se ve premiado por la Oficina de Exten­sión Cultural de su tierra.

Requisito indispensable para ser tenido en cuenta para estas distinciones es el de haber publicado por lo menos un libro. La edición se asemeja al parto, y no falta quien sostenga que el autor inédito vive en el limbo, o sea: ni es bueno ni es malo, una condena indeseable.

Al caer el telón del acto académico, quedó en el ambien­te, como todos los años, la afir­mación de que la cultura no se renuncia. Si la superficialidad de los tiempos modernos trata de desquiciar al hombre de su destino espiritual, quedan ciudades como Calarcá y lu­chadores como Humberto Jaramillo Ángel que no en­tregan sus blasones.

El Espectador, Bogotá, 3-VII-1978.

 

 

El banquero humanista

martes, 4 de octubre de 2011 Comments off

Reportaje de Gonzalo Villegas Jaramillo a Gustavo Páez Escobar, gerente del Banco Popular de Armenia

¿En qué estado se encuentra la labor literaria, en su concepto, dentro de las viejas y nuevas generaciones del Quindío?

El Quindío es tierra fértil para el campo literario. Siempre que se haga un inventario real de la cultura del país, habrá que incluir al Quindío como universidad de escritores, poetas, cuentistas, novelistas, periodistas, quienes les dan renombre a las letras nacionales y mantienen, a pesar de los pocos estímulos existentes, un nivel destacado como tierra de literatos. Se extraña que organismos como Colcultura no incluyan en sus tirajes a representantes de la inteligencia quindiana, y cuando lo hacen, solo sea de paso y no con la profundidad que merecen nuestros escritores.

¿Cree usted que es compatible la afición o vocación literaria dentro de la actividad bancaria?

No es muy frecuente el escritor en el campo bancario. Por el contrario, es muy escaso. Cuando alguien de la banca escribe, generalmente es sobre economía y temas fríos. Eso obedece a que el empleado bancario, y digamos más bien el gerente –que esa es la intención de su pregunta–, se maquiniza entre el rigor de cuadros estadísticos, encajes, créditos, lo que termina esterilizando la mente para producir ideas alejadas de la frialdad de un despacho de finanzas. El dinero deshumaniza. Por experiencia sé, sin embargo, que con disciplina es posible atender el mundo de las cifras y el mundo de las letras, y más aún, ser humanista a pesar de las rigideces y limitaciones de un campo tan árido como el bancario.

¿Para usted cuáles serían los autores de cabecera del Viejo Caldas?

El Viejo Caldas cuenta con una nómina preclara de escritores. No en vano se dice que el meridiano de la cultura pasa por estas latitudes. Y seamos justos. No es tan sólo Manizales, como se proclama, la cuna de la cultura. Es todo el territorio entregado a los afanes de la inteligencia y que da muestras de superioridad en el país. No quiero, por miedo a las omisiones, hacer nóminas de cabecera. Pero sí deseo manifestar que he pasado horas entrañables, de inmensas satisfacciones espirituales, leyendo a los escritores de los tres departamentos y viendo el ímpetu de una nueva generación que no deja decaer la cultura. Hay grandes talentos ocultos que deben rescatarse, como Jaime Buitrago Cardona, calarqueño, que dejó obra valiosa en tres novelas indigenistas que pocos conocen, o el de Eduardo Arias Suárez, de Armenia, maestro insuperable del cuento y vertido a otros idiomas, cuya obra anda dispersa y debe revaluarse.

¿Entre los géneros de ensayo, crónica, poesía, novela, etc., cuál es el de su predilección?

Todos los géneros de la literatura me seducen. Ojalá no se entienda esto  como presunción o vanagloria. No es una evasiva ni la respuesta de una reina de belleza. Para ser humanista hay que apasionarse por la literatura en general. Para aclarar el concepto, le manifiesto que para mi gusto no hay preferencias acentuadas entre los distintos géneros de lectura, sino buenos o malos escritores, buenos o malos poetas. Tengo como hábito el de leer varios libros en serie, que voy alternando, de acuerdo con mi estado de ánimo. Tanto sabor, por ejemplo, le tomo a una crónica de Luis Tejada que a un cuento de Maupassant, y lo mismo a los Carnets de José Umaña Bernal, que leo ahora con verdadero deleite, que a Tiempo inmóvil de Carmelina Soto, que releo con igual complacencia. Me gusta la poesía profunda, la romántica, y detesto la moderna en general, la que pretende expresar el sentimiento con contorsiones más que con palabras. El gusto es el que manda. Lo importante no está en leer mucho sino en saber digerir. Yo saboreo los manjares para mi propio paladar, y rechazo los que me disgusten. Por fortuna, hace mucho tiempo que dejé de creer en los críticos. Mejor: en los seudocríticos, de que está poblado el mundo de las letras.

Armenia, junio de 1978.

(Este reportaje fue tomado para una revista bogotana que anunció una edición especial dedicada al Antiguo Caldas. No supe si salió dicho número. Pero quedó el reportaje. GPE).

 

 

 

 

Lavado de las conciencias

martes, 4 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La democracia de Colombia, a pesar de sus grandes defectos, ha demostrado que no es fácil sustituirla por otro sistema. Pero queda al descubierto que necesita reformas. Los dos par­tidos históricos, enfrentados en acalorada competencia por el poder y estimulados, de lado y lado, por el triunfalismo, midieron sus fuerzas en esta reyerta difícil y terminaron dis­tanciados apenas por es­trecho margen de votos.

Algún deterioro ha ocurrido en el partido que se dice mayoritario, si en solo cuatro años ha disminuido su electorado en un millón de votos, cifra voluminosa dentro de la costumbre de votación del pueblo. Por el contrario, es evidente que el Par­tido Conservador, que salió a las plazas con un estilo diferen­te al tradicional, conquistó adhesiones al obtener resultados elocuentes, que por poco le hacen ganar el poder.

Estos hechos serán materia, a lo largo de los febriles días por venir, de numerosas y con­tradictorias versiones de quienes son especialistas en el acontecer político, y aun de los desaforados acomodadores de noticias, que gustan brindar, a su acomodo y por lo general con pasión, cuanta suposición pueda caber en los confusos guarismos que comienzan a ser digeridos.

Vendrá un largo período de recriminaciones en la intimidad de los partidos, donde se incul­parán mutuamente los cabe­cillas por  presuntas o reales fallas de estrategia, y tampoco faltarán las voces de quienes, marginados del debate por uno u otro motivo, se atribuyen el triunfo moral de la contienda, así sea en presencia de la de­rrota.

Para decirlo de acuerdo con la opinión callejera, el afán triunfalista que se coreaba an­tes de las elecciones, por ambos partidos, se derrumba ante la evidencia, en primer término, de una preo­cupante abstención, y luego, por no haberse logrado consolidar una fuerza decisoria. Para que la victoria deje plena satisfac­ción, lo mismo en la guerra que en la política, tiene que ser con­fortante y nunca lánguida.

Ante este cuadro que es el resultado de la voluntad ciudadana desnutrida y descon­fiada del fantástico porvenir que todos los candidatos, sin ex­cepción, nos dibujaron con tan­ta euforia en los días de fervor electoral, las clases dirigentes tendrán que recapacitar con hondo escrutinio para recom­poner, entre liberales y conser­vadores, las cuerdas que andan flojas, antes que comenzar a tirarse piedra por supremacías que no tienen razón de ser.

La suerte está echada para dentro de cuatro años,  y si exis­te habilidad para entender el mensaje del pueblo, tanto por lo que se dijo en las elecciones como sobre todo por lo que no se dijo, es preciso comenzar desde ya a preparar nuevas estra­tegias.

El hecho más cierto es que el pueblo necesita programas. A los partidos les hacen falta es­tructuras  más acordes con es­tos tiempos de evolución. El país debe reestructurarse. Los anuncios sobre grandes sucesos sociales resultan gaseosos para los sufridos colombianos que dejaron hace mucho tiempo de creer en halagos. El dilema no es ser conservador o liberal, comunista o apolítico. El reto está en los ocho millones de colombianos silenciosos que no se acercaron a las urnas.

Aquel «yo acuso» que fustigó la conciencia de los gobernan­tes de Francia, hace eco en este país insatisfecho que no se con­forma con su suerte y le pide reparaciones al porvenir. En los muros públicos ha comen­zado el agua a bajar las efigies de los candidatos, con sus to­neladas de promesas. Es como si de un solo golpe se diluyera un estado artificial para que regrese la realidad a presidir la angustia de cada día.

El agua, que limpia las fa­chadas de los edificios devol­viéndoles su normalidad, ojalá penetre en la intimidad de las conciencias. Hay que hacer una pausa en el camino para que, borradas las asperezas y su­perados los ardores de la hora del arrebato, volvamos todos a ser colombianos. Se nota un ambiente de paz y confraternidad entre los partidos, y un sano propósito de convivencia, que ojalá sean duraderos y sirvan para impul­sar la República esperan­zada hacia nuevas experien­cias que Dios quiera sean de bienandanzas.

El Espectador, Bogotá, 19-VI-1978.

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Un banco popular… y cultural

martes, 4 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Después de la muerte del doctor Rafael Pardo Buelvas, exministro de Gobierno asesinado hace cerca de un año por el fanatismo, escribí la siguiente nota para el próximo número de su revista que no alcanzó a ser editado:

Cuando la Revista Agropecuaria me pide que escriba un perfil sobre la gestión cumplida por el Banco Popular en Armenia, del que soy gerente, se me ocurre que bien podrían combinarse los campos financiero y cultural y así tendríamos un enfoque distinto al tradicional de las solas cifras. La empresa moderna necesita una concepción más humana.

El turista que encuentra un lujoso edificio como el que poseemos en pleno corazón de Armenia, ignora que para llegar a esa realización tuvimos que sortear y sufrir no pocas dificultades. El Banco sintió que había cumplido un deber al aportar con su edificio una marca en el progreso arquitectónico de esta ciudad en constante evolución.

La participación de la entidad en los programas de bienestar económico de la región y sus gentes eviden­cia el sentido de servicio que inspira su razón de ser. Están distantes los tiempos en que la banca era un instrumento rígido y ortodoxo. Ser cliente bancario significaba un privilegio, y tal condición se juzgaba como un signo oligarca. El Banco Popular impuso un carácter no solo flexible en la mecánica bancaria, sino además humano. Si en sus comienzos el sistema se prestó para que la chequera tuviera una desviación de sus prácticas sanas, se cuenta hoy con una clientela responsable que sabe de ética comercial.

Lagama de servicios de este Banco, que va desde el crédito popular al empleado y al pequeño empre­sario, hasta la financiación a la factoría que crea empleo y fomenta el progreso regional, habla muy bien de lo que es un organismo de utilidad publica consagrado a todos los sectores, pero con mayor atención a las clases pobres. Esto lo sabe el país entero.

Vencido el concepto que definía a los bancos solo como empresas metalizadas, que aún prevalece, el Banco Popu­lar despertó una conciencia de cultura que no existía. Aquí, en Armenia, están dedicados dos pisos al museo arqueológico donde se exponen y rotan piezas re­presentativas de nuestras culturas precolombinas. Si­tuados en la tierra de los quimbayas, poseemos todo un patrimonio de cerámica que se estaba dilapidando por falta de protección.

Como ironía del destino, el doctor Eduardo Nieto Calderón, inspirador de ese museo, no lo conoce en fun­cionamiento. Se retiró, días antes de su inauguración, de la presidencia del Banco Popular, por no estar de acuer­do con el arreglo que se le había dado al movimiento huel­guista de la institución, cuyo propósito parecía ser acabar con el principio de autoridad y luego arrasar los estamen­tos de una obra de inmenso contenido social y cultural, en uno de los capítulos de mayor insensatez que haya conocido el país. Mantenemos hoy en Armenia, abierto a todos los vientos, este formidable Museo Arqueoló­gico del Quindío, el mayor patrimonio cultural de Ar­menia.

La labor silenciosa de imprimir libros colombianos ya agotados y de gran valor formativo, no ha sido suficientemente apreciada por la gente. En todas las oficinas de la institución se venden al público, a precios in­creíbles, obras de profunda significación. Son logros evi­dentes que se conjugan para imprimir humanismo al ári­do terreno de las cifras.

Tal, en síntesis, la esencia de un Banco que sabe de finanzas y además extrae de sus balances significa­tivos aportes para la cultura. Al pueblo se le sirve no solo con dinero, sino también con cultura.

La Patria, Manizales, 31-V-1978.

 

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Desuso de la moral

martes, 4 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

¿Estaremos perdiendo el tiempo quienes escribimos en bien de las costumbres sanas? ¿Sí habrá quienes nos lean en medio del fragor de estos tiem­pos convulsos donde se ante­pone, al sentido ético de la vida, el goce de la concupiscencia, y a la dignidad del hombre, el im­perio de la ordinariez? En los periódicos en general, y sobre todo en los que hacen de su misión de guías una cátedra constante de la moral, tienen cabida opiniones sensatas que buscan el freno de los vicios. Habría que establecer hasta dónde el grueso público, dado más a la pasión del deporte o a la columna cursi, se interesa en realidad por la crítica social.

Sobre mi reciente artículo Crisis del carácter recibí dos menciones que vale la pena referir. La una, expresada en términos calurosos, me ani­maba desde Bogotá a continuar combatiendo la sinrazón del momento actual y se adhería con decisión a las tesis expues­tas. Otro estímulo me lo propor­cionó, aquí en Armenia, un in­telectual siempre pendiente de mis fugaces comentarios y quien,  moralista también, además de efusivo en la amis­tad, me hizo sentir hasta vanidoso por los que él califica como enfoques afortunados.

Vino luego cierto desconsuelo al asegurarme él que la moral ya no se usa. ¿Que no se usa la moral? ¿Acaso la moral es como un traje de ponerse y quitarse? Me quedé meditando en este juicio que me resistía a admitir como una verdad re­donda.

Sí: la moral está de capa caída. No cae tan de sor­presa esta aseveración cuando se tiene que admitir que lo corriente, lo que sí se usa, es la deshonestidad. Este columnista, modesto glosador de lo cotidiano y que gusta cabalgar a contrapelo de la extravagan­cia, por más usual que esta sea, se sorprende cuando se encuentra en el salón social o en la mesa de negocios con personas que se suponen importantes y que viven ausentes de principios, pero bien enteradas de ridículos sucesos parroquiales.

Avergüenza confirmar que ser ciudadano honrado ya no es ningún atributo para el común de la gente, empeñada en la con­quista de bienes fáciles y en la negación de las virtudes. Tal parece que existe un propósito  estimulado por el afán de enriquecimiento a como dé lugar, que embiste contra lo sano para inyectar, en cambio, el desenfreno y la demencia. En un medio donde al vicio se le riega incienso y a la virtud se le relega como artículo pasado de moda, las voces que se oponen al libertinaje y a la corruptela se ahogan en el al­boroto de la vida frívola.

El ciudadano de bien es mostrado con el índice como elemento digno de lástima. A las posiciones se llega en plan de rapiña. No importa que haya incompetencia para ejercer el cargo, si para saquear los bienes ajenos solo se necesitan uñas de ladrón. Cumplido el atentado, se levanta el vuelo con aire arrogante, como si se hubiera realizado una proeza, y el autor logra en­contrar un puesto vistoso en la sociedad, porque el olor a di­nero abre sitiales y borra pa­sados oscuros.

Quien labora en silencio y con pulcritud es ignorado, cuando no menospreciado, por no haber aprendido a defenderse —por­que a tales extremos hemos llegado— con la audacia y el desparpajo de los farsantes. No hay castigo para el delito, y cuanto más se enriquezca la persona, mayor nombradía ad­quiere.

Lo difícil es ser honesto, cuan­do el medio ambiente está corrupto. Quien no haga dinero de afán y con maniobras au­daces es considerado como un inepto. Hay que poseer rápido casas, joyas, automóviles, chequeras, orgías…

Pero eso de que la moral ya no se usa… ¿Acaso con dinero se puede sustituir la moral? ¿No será preferible pasar por bobos, como se dice cuando no abundan las comodidades, a dejar un patrimonio limpio a los hijos, que no lo tumbe la incon­sistencia de la vida fácil? Si no se usara la moral, no habría tantas voluntades rectas y as­queadas que protestan contra los desafueros.

Si el ambiente sano se desmorona, falta una cam­paña implacable para hacer valer a los honestos. ¡Tamaña tarea la que debe realizar el próximo Gobierno si aspira, como lo pregona, a implantar la decencia en este país de trafican­tes!

Solo cuando se vea derrotada la tendencia al hurto, a la ra­piña, al peculado, al tráfico de influencias, al saqueo del pa­trimonio físico y espiritual de nuestra Colombia descuartizada, volveremos a tener confianza en el destino. Y si la moral ya no se usa y la gente prefiere las fruslerías, nos consolare­mos con que no sucumba el úl­timo justo. ¡Y que venga un Gobierno capaz de redimir el destrozado tesoro que preten­demos entregar a nuestros hijos! Pensaremos, entonces, que no hemos perdido el tiempo mar­tillando en la conciencia de lo que más queremos.

El Espectador, Bogotá, 6-VI-1978.

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Comentario:

Tu artículo llena de orgullo y optimismo a quienes aún creemos en valores eternos e inmodificables. Adelante, que tu lucha no es en vano. En el país muchos te leemos, respaldamos y aplaudimos. Alfonso Bedoya Flórez, MD., Isa de Bedoya, La Dorada (Caldas).

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