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Archivo para abril, 2017

Héroe del mar y la grandeza

sábado, 29 de abril de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nunca imaginó Eric Thiriez que el viaje que el 7 de abril inició en su velero Saquerlotte a República Dominicana sería el último de su vida. Iba en compañía de  Frank Camacho, Roberto Reyes y Luis Miguel Herrera, el piloto. Como capitán actuaba el propio Eric, legendario lobo de mar. De República Dominicana seguirían a Europa, en un periplo de varios meses.

Francisco José Aldana, viejo amigo suyo y compañero en más de 100 travesías marítimas en los últimos 20 años, lo había acompañado a Europa, 6 años atrás, a comprar el velero que ahora zarpaba, altivo y majestuoso, desde el Club de Pesca de Cartagena. La embarcación, fabricada en aluminio y cruzada por una franja verde, tenía una longitud de 16 metros.

Con su aliado irrestricto de tantos recorridos había planeado la nueva aventura en forma minuciosa. Lo esperó durante 3 días, mientras Francisco José resolvía alguna dificultad de última hora, pero a la postre tuvo que partir sin él. Un capricho del destino dispuso esta misteriosa separación en cercanías de la muerte.

Eric, ingeniero mecánico francés, llegó a Cartagena en 1970. Venía desde Suiza con su esposa Loredana. Como enamorado del mar, hallaba en la Ciudad Heroica el paraíso ideal. Dentro de esa tónica, fue profesor de física y matemáticas de la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla.

En 1980 fundó su propia empresa, relacionada con el agua. Se llama Etec, y se  dedica a la fabricación de bombas. Tiene ramificación en más de 32 países del mundo y está especializada en el manejo de grandes volúmenes de agua. En el 2010 Eric contribuyó, en forma silenciosa y con hondo sentido cívico, a evacuar el agua que inundó varios pueblos debido al rompimiento del Canal del Dique.

Hacia las 9 de la noche del día del zarpe, bajo un temporal dantesco donde el viento corría a 35 nudos y las olas se levantaban a 7 metros de altura, se averió la quilla de la embarcación y el agua comenzó a penetrar a raudales. La oscuridad era absoluta. La confusión, pavorosa. El velero estaba a unos 100 kilómetros de Cartagena, entre Galerazamba y Barranquilla.

Uno de los tripulantes, Frank Camacho, logró comunicarse con su esposa para informarle que el velero se hundía a merced del mar embravecido. Con la alarma, vino el rápido movimiento de los sistemas de salvamento. Solo hacia las 11 de la mañana del día siguiente, al ser divisados por miembros de la Armada varios puntos color naranja que salían de los salvavidas, fue localizado el grupo de los náufragos. Los tres acompañantes se sostenían a flote, y faltaba Eric.

Lo último que supieron de él fue que se quedó en el bote, mientras ellos utilizaban los salvavidas. El mar –colosal, fascinante, estremecedor–, que le corría alma adentro con cantos de sirena y voces de grandeza, lo atraía y lo arrullaba. Era su razón de ser. Bajo el embate de las olas, hizo del mar su morada eterna.

Mi hijo Gustavo Enrique viajó hace 15 años en otro velero de Eric Thiriez, llamado Alegría Cartagena, desde San Andrés hasta las islas San Blas, en Panamá. Iba con su compañero de trabajo en Codensa –el otro Eric Thiriez– y 3 personas más. El mando de la nave lo ejercía, por supuesto, el lobo de mar. El regreso fue a Cartagena, y el viaje total se realizó en 6 días.

El capitán era muy estricto con la planeación de los viajes, el manejo del agua potable y el empleo de todos los recursos disponibles. Llamaba la atención su habilidad para cocinar. Su función era múltiple: capitán, mecánico, cocinero y conocedor del mar.

Al salir de San Andrés se rompió una pieza clave de la vela mayor, y por eso tuvieron que regresar al puerto. Él diseñó la pieza en un papel, envió el plano a Cartagena para que su empresa la elaborara, y al día siguiente reanudaron la marcha. Ahora, el suceso trágico me hace compenetrar con el alma del velero Saquerlotte. Con el espíritu del lobo de mar.

Mi hermano Jorge Alberto, que se retiró de la Armada colombiana como capitán de navío luego de 38 años de servicios (especializado como submarinista, buzo táctico y buzo maestro salvamentista), define en su libro Bitácora de ensueños al marino de corazón (en este caso, Eric Thiriez): “Ser marino es entregarse sin palabras a las mil y una estrellas del universo y depositarlas en el cristal del alma”.  

El Espectador, Bogotá, 21-IV-2017.
Eje 21, Manizales, 21-IV-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 30-IV-2017.
Mirador del Suroeste, n°. 61, Medellín, junio-2017.

Comentarios

Eric Thiriez tuvo una muerte merecida y terminó oficiando en su templo: Saquerlotte; como el torero que culmina su ciclo vital en los pitones de un bravo burel. Gustavo Valencia García, Armenia.

Descriptivo y bello artículo sobre el duro acontecimiento de una persona que entregó su vida, literalmente, al mar. El texto logra convertir esa situación tan triste en sensibilizar a los lectores sobre lo que pudo ser ese momento para un lobo de mar. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Dolorosa columna sobre el naufragio de un lobo de mar, el capitán, quien responsable y sabedor de su misión no abandonó el barco y pereció en él, alzando su bandera. Amó tanto el mar, que este le ofreció la sepultura. Paz para su espíritu. Inés Blanco, Bogotá.

Excelente narrativa para una fascinante aventura. Alpher Rojas Carvajal, Bogotá.

Ciertamente un héroe de la grandeza que sacrificó su vida por la de sus amigos. César Hoyos Salazar, Armenia.

Lindo artículo poético. Se siente uno viviendo en la majestuosidad del océano. Y ve cómo el mar le dio la vida que tuvo y allá mismo la devolvió. Fabiola Páez Silva, Bogotá.

Disfruté –y me entristeció– la  bella crónica, la bella despedida que le diste al señor Eric Thiriez, quien acaba de morir en su elemento, el mar. Es una hermosa despedida la que tú le haces y me emocionó aun cuando nunca antes, por supuesto, escuché hablar de ese amante del mar y del agua. Gloria López de Zumaya, Méjico, D. F.

Violencia

miércoles, 26 de abril de 2017 Comments off
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Un consagrado músico boyacense

martes, 4 de abril de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A Carlos Martínez Vargas lo conocí en Tunja en 1987. Estaba yo de paso por la ciudad, y el gobernador del departamento, mi dilecto amigo Carlos Eduardo Vargas Rubiano, me invitó a un almuerzo en la Policía. Martínez Vargas, acompañado de su guitarra entrañable, animó la reunión con amenas piezas de su arte musical.

Supe que dirigía la actividad cultural de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. A partir de entonces nos ha unido cordial amistad. Tiempo atrás se desempeñó en la vida política como alcalde de Santa Rosa de Viterbo (su tierra natal), diputado a la Asamblea de Boyacá y concejal de Tunja.

La política, la música y la cultura conformaban la esencia de este personaje boyacense que me surgió en el camino durante mi tránsito por Tunja hace 30 años. Me ha correspondido verlo actuar como músico en diversos escenarios: la Concha Acústica de la ciudad, el festival de música de Tibasosa, el teatro Colón de Bogotá, su cabaña El Encanto en Moniquirá, donde dialogamos toda una tarde en asocio de su compadre Fernando Soto Aparicio (que cumple un año de muerto el próximo 2 de mayo). Por asuntos de salud, Carlos reside hoy en Fusagasugá.

Desde muy joven sintió la vocación musical. Tiempo después recibió clases particulares de canto, luego se matriculó en la Academia de Música de Tunja y se especializó en guitarra. La vena la heredó de su padre, quien como flautista hizo parte de la orquesta de Luis Martín Mancipe, otro ilustre compositor boyacense, oriundo de Soatá. Boyacá ha sido tierra de grandes músicos.

En 1974 inició su carrera artística. Su repertorio se compone de más de 300 obras entre instrumentales, musicalizaciones y canciones. Ha alternado con eminentes figuras de esta actividad: Jorge Villamil, Jaime Llano González, Álvaro Dalmar, Silva y Villalba, Óscar Álvarez Henao, entre otros.

Ha obtenido numerosos premios, y su nombre ocupa sitio destacado en el panorama nacional, como autor de bambucos, pasillos, boleros, guabinas, torbellinos, pasodobles y otros géneros. Ha dedicado himnos a muchos municipios de Boyacá, al tiempo que ha enaltecido el folclor regional a través de sus canciones. Este es el legado perenne que deja a su familia y a su tierra. Con dicha realización se siente feliz su esposa Luz Irlanda, objeto de todas sus complacencias.

La música es un lenguaje universal de alegría e inspiración afectiva. Carlos la lleva en la sangre y le vibra en el espíritu. Decía Álvaro Gómez Hurtado que la música es la primera de las artes. “Que no se apague el canto”, proclama Soto Aparicio en el prólogo del libro Mi música, editado por Martínez Vargas el año 2015.  

Al escribir estas líneas me acuerdo de mi amiga tunjana Elvira Lozano Torres,   que cumplió largos años en el oficio pedagógico del arte musical, tanto en la Escuela de Música como en la Universidad Pedagógica y Tecnológica.

Como tributo a nuestra tierra ancestral, y en gesto de admiración a Carlos Martínez Vargas, anoto esta estrofa de su bello poema musical dedicado a la campesina boyacense: “Mujer de campo y de sol con ojos adormecidos, / pedazo de luna llena, mujer de llanto y suspiro. / Las manos entrelazadas cobijan la voz de un hijo / mientras el joto a la espalda dormita buscando abrigo”.

El Espectador, Bogotá, 31-III-2017.
Eje 21, Manizales, 31-III-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 1-IV-2017.

Comentarios

Felicitaciones para el ilustre maestro boyacense de la música y el columnista que no olvida -y mejor, rescata- los valores culturales de la tierra nativa. César Hoyos Salazar, Armenia.

Muy buen artículo sobre Carlos, el nariñista boyacense y bolivariano integral. Un gran abrazo musical. Antonio Cacua Prada, Bogotá.

Me emociona la mención de mi labor pedagógica. Este es de verdad un título valioso. Fue un trabajo sencillo y constante, pero ejercido con amor y dedicación. Son los únicos méritos de mi labor, por los cuales he recibido mucha satisfacción al ver las realizaciones de mis alumnos y sus expresiones de aprecio y cariño. Comparto el recuento de la vida y la obra de Carlos Martínez Vargas, lo mismo que el concepto sobre el significado de la música que expone el artículo. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Qué amplísima y noble actitud para conmigo. Sencillamente he tratado de ser lo que soy y seguiré siendo: amar a Colombia, a nuestra tierra boyacense y sus más caros valores. La letra de la canción Campesina boyacense es de Cecilia Salazar Martínez. Yo me limité a hacer la música, tal como ocurrió con Romanza para una mujer enamorada, Colombia ausente, Antojitos y otras de Fernando Soto Aparicio; La soledad de Bolívar, de José Umaña Bernal, y muchas más. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

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