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Archivo para martes, 11 de octubre de 2011

El Cordón de los Fundadores

martes, 11 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Lo mismo que hay quijotes de las letras, los hay del civismo. Unos y otros se parecen en su abnegación y sentido de interpretar la vida y las nobles causas de la humanidad. Son ambos prototipos notables de la sociedad, que luchan en silencio por la redención del hombre y dan de sí lo que otros niegan. Sus vidas son paralelas en el sacrificio, sobre todo en los tiempos actuales en que ni la literatura ni el civismo son carreras apetecibles.

Cuando el municipio de Armenia escoge este año el nombre de Benjamín Arias Gutiérrez para imponerle el Cordón de Los Fundadores, el beneplácito de la ciudadanía refrenda este acierto indudable. Es él un pionero de la civilización que ha hecho, solo, más obras por Armenia y el Quindío que muchas entidades juntas. Ha trabajado con desinterés y entusiasmo, con dinamismo y eficiencia, y nunca se ha detenido ante los obstáculos. Quienes lo conocemos de cerca podemos pensar que lo ha cogido de sorpresa el galardón, porque en su estilo no está el esperar honores.

Hace 27 años llegó al Quindío desde su nativa Ibagué, y aquí se quedó. Se contagió de tierra y paisaje y encontró el afecto de la gente. Desde entonces se le ve comprometido en cuanto proyecto se esboza para impulsar el desarrollo de la región, proteger a los necesitados o fomentar el turismo. Calarcá y Montenegro saben de su espíritu progresista en sus primeros contactos con el Quindío y mantienen su nombre en los cuadros de honor.

Como director años después de la Oficina de Fomento y Turismo fue el entusiasta organizador de la alegría colectiva. Diríase que su don de gentes y su contagiosa cordia­lidad fueron transmitidos a todas las esferas, porque él sabe llegar al público. La ciudad, bajo su jovialidad, disfrutó de grandes fiestas aniversarias. En Cartagena era Vicente Martínez Martelo el rey de los carnavales, y en Armenia, el regocijo popular giraba alrededor de Benjamín Arias Gutiérrez.

En 1965 se puso a la cabeza de la campaña que logró para Clarena Gómez el cetro de princesa en el reinado de Cartagena. Fue el pri­mer galardón real ganado para el Quindío y desde entonces se quedó Benjamín de embajador en estos encuentros de la soberanía femenina.

Se vinculó como pregonero efi­caz al movimiento que buscó y obtuvo la separación del Quindío. Las juntas más importantes han contado con su apoyo. Valga citar el Club de Leones, el Club Campestre, la Junta Pro-Catedral, el Hogar de la Joven, el Ancianato, el Club de Tiro y varias organizaciones sociales, deportivas, culturales y de beneficencia, donde ha actuado con espíritu emprendedor. Hoy es presidente de la Junta pro Defensa de Armenia.

El Cordón de Los Fundadores premia su desempeño meritorio. Ennoblece el pecho que ha sentido las necesidades públicas. Su hogar comparte, en la intimidad de los justos alborozos, lo que la ciudadanía otorga con entera complacencia.

La Patria, Manizales, 14-X-1980.

 

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Los 80 años de un escritor

martes, 11 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Podría definirse el itinerario de un escritor como el incesante recorrido de la abeja que colma en silencio las celdas del panal hasta convertirlas en miel. El escri­tor es el obrero que va colocando, pacientemente, las partículas que otros desprecian, hasta construir sobre endeble estructura la fuerte morada que, como en el reino de las abejas, se clava en los árboles y resiste la sacudida de los vientos.

El escritor, siguiendo el símil, es una palabra al viento que ondea sin salirse  de su base y que, vuelta raíz y semilla, fecunda la tierra. El escritor se creó para hacer fértil la existencia. Sin el escritor, el mundo no se­ría posible, porque el hombre, para evolucionar, necesi­ta pensar. Cuando el odio se apodera de las conciencias, y las armas implantan el terror, y las guerras destruyen la vida, clamará la palabra sensata que busca claridad entre las tinieblas.

El poeta, y jamás el amo tiránico, ha conseguido el equilibrio social. El uno aniquila, el otro redime. La vida debe tejerse con amor y enno­blecerse con poesía. En el noble y dignificante ejercicio de la palabra, que sólo pocos logran cultivar con maes­tría estética, es la propia humanidad la que encuentra derroteros para vencer la mediocridad.

Cuando un escritor como Adel López Gómez, pleno de realizaciones y ya en la cúspide de lo que puede con­ceder la gloria humana, llega a sus ochenta años de exis­tencia, se sabe con certeza absoluta que no en vano se ha cumplido el ejemplo de la abeja constructora. La colmena está henchida de alimento vivificante para que otros se nutran y prosigan la misión vital.

Adel López Gómez, que ya es una institución en el país, llega a la dorada serenidad de su vida no sólo en el pleno goce de sus funciones mentales, sino como el acopio de una labor productiva y la seguridad de haber sido útil. Pocos escritores tan fecundos como él. Ha vivido en función de la literatura, porque no conoce mejor destino. No sería exagerado decir que nació escribiendo. Ni tampoco resulta difícil presentir que, al igual que Teófilo Gautier, la pluma no querrá separarse de sus dedos ni aun en el  instante en que abandone la materia para seguir siendo espíritu.

Ningún secreto de la escritura le es desconocido. Desde reportero y cronista de periódicos, hasta editor. Se untó de tintas y se enredó entre galeradas, cuando el periodismo, sin los adelantos técnicos de la época actual, se escribía y se vivía con más emoción, en medio de afanes elementales. Fue cuentista desde siempre, tal vez más allá de su propia noción. Con el cuento aprendió a querer la tierra, y en él albergó sus mejores sentimientos. Su costumbrismo, de sobra exaltado en las páginas de la literatura colombiana, es una afirmación del hombre-montaña, que se vuelve paisaje cuando el alma posee dimensiones para a el sentido del terruño.

Con su prosa vigorosa y castiza, llena de imágenes y ondulaciones, ha realzado todo lo bello de la vida. La mujer, brújula y estímulo para su alma enamorada, queda dueña de su literatura, si en ella se inspiró para consentir sus sueños

Este cantor de la montaña, de su Quindío prodigioso, podrá recrearse en los idílicos atardeceres de la comarca amada, para recibir con alborozo este 18 de octubre de 1980 y saberse admirado por haber sido buen jinete de la mente. Aires pródigos seguirán soplando, como un refresco en la pausa del camino.

La Patria, Manizales, 12-X-1980.

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Misiva:

Gracias por esa bella página que has escrito para mí. Gracias por la abundancia de la generosidad. Gracias por la nobleza y por la emoción entrañable, por el calor del afecto y por la hiperbólica largueza que has puesto en esas palabras tuyas escritas en mi ciudad y en mi paisaje. Adel López Gómez, Manizales.

 

 

 

Las fábulas de Gómez Valderrama

martes, 11 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Debo confesar que para mí, en la literatura, era Pe­dro Gómez Valderrama un personaje lejano, al que solo muy pocas veces había leído y sin demasiada reflexión. De pronto en mis manos caían magníficos ensayos su­yos, pero eran apenas fragmentos de su obra. No me había llegado el momento de acercarme a su producción y tal vez tampoco lo había intentado. Hallarse con un escritor es un acto de convencimiento. Me parecía autor distante no sólo por la poca oportunidad que ha­bía tenido de conocer su estilo, sino porque, sin duda caprichosamente, lo consideraba un burgués que al amparo de la cómoda burocracia hacía literatura en los entreactos.

Pensaba, por eso, que el escritor era más circunstan­cial que de vocación.

Son ficciones que suelen presentarse, y que engañan. Me costaba trabajo entenderlo como hombre de consa­grado humanismo, si su paso por ministerios, embaja­das y otras absorbentes posiciones, en las que siempre se destacaba, le copaba el tiempo para producir litera­tura. Pero de pronto comencé a fijarme en su vigencia como escritor sostenido por una obra que no podía im­provisarse, y me propuse averiguar lo que había detrás de las referencias que suministraban los periódicos. Corregido el concepto, descubro al escritor perseve­rante de toda una vida, de depurado estilo y pensamiento penetrante. Alejado de la burocracia oficial, que di­sipa y reduce al hombre de letras, está el escritor puro, en su mejor momento de producción.

Más arriba del reino, su último libro, selec­ción de cuentos escritos hace varios años, es la muestra ideal para penetrar al mundo del autor. Sale en magni­fica edición de Editorial Pluma y está ilustrado por Juan Antonio Roda. Lo encontré como el libro preciso, an­tes que La última raya del tigre, su ponderada novela que sigue en turno para proseguir ahora sí un itinerario definido.

Cuentos sueltos leídos de afán y que hacían deducir cierta coherencia dentro de un conjunto no dominado, eran indicativos de un raro estilo literario, que así lo llamaré. Creo, en efecto, que Pedro Gómez Valde­rrama es un caso especial en la literatura colombiana. No se parece a nadie y se cuida de imitar a nadie. Se mantiene independiente, pero nunca desdeñoso de las demás escuelas, sino original.

Con sus fábulas ha logrado ser un escrutador discreto de la Historia. Hay en todas su tramas un duendecillo que parece ir pespuntando las noticias, reales o presen­tidas, para entresacar hechos que cualquiera los acep­taría como ciertos, y que son movidos por invisibles des­trezas para volverlos atemporales. Cuando sus persona­jes se mueven entre cortes e imperios y se codean con monarcas y soberanas, si no son ellos mismos tales fi­guras, es como si las páginas de la Historia se hicieran próximas y se confundieran con la fábula que entrelaza, sutilmente, la verdad y la mentira.

El autor considera, a no dudarlo, que la Historia guar­da un fondo sospechoso y de inventiva, al que es preci­so llegar valiéndose de la ficción, o sea, como el escudriñador ingenioso que despeja los misterios que de otra ma­nera permanecerían ocultos. Para aproximarse a tales intimidades se necesitan el lector tenaz y el investiga­dor reflexivo, una conducta que salta a la vista con sólo recorrer pocos trabajos de esta cuentística.

Este mundo tan bien manejado por lo real y lo fabulo­so, donde en fin de cuentas se pierde la noción del tiem­po y las circunstancias, sitúa al lector frente a esa Uto­pía, en mayúscula, el país que sin saberse si es cierto o imaginario, resulta fascinante.

Muchos archivos tuvo que revolver Pedro Gómez Valderrama para plasmar su propio mundo de la fábula, mundo a veces supersti­cioso, otras prohibido y también tentador, que alberga bellas y sensuales mujeres, varones impetuosos, de­monios arrebatados. Son personajes firmes, apasiona­dos o miserables, pero auténticos. En trazos profundos surge la mujer, aquí y allá, como el ser natural, llena de pasiones y gracia, de amor y voluptuosidad, sin el que la sicología fallaría en toda creación.

Y logra cuadros de enorme fuerza, como la Historia de un deseo, donde la pasión es colérica; o El con­vento de Santa Cristina, de escondidos desenfrenos; o El corazón del gato Ebenezer, ardiente constan­cia de un pecado penumbroso.

En estas fábulas, tejidas con lenguaje estructurado, medido y malicioso, se enfrenta una literatura recursiva, con la virtud de saber realzar el amor como fórmula sal­vadora de cualquier momento de la humanidad, y se aproxima a la Historia, despojada de sus trivialidades para hacerla humana y fantástica.

La Patria, Manizales, 30-XI-1980.

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Fumar: vicio de neuróticos

martes, 11 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Leo en alguna parte que en un congreso de científicos reunido en Venezuela se enjuicia al cigarrillo como vicio de neuróticos.

Es, además, un hábito solitario. Me parece entender que la neurosis se da en lo más recóndito del ser. La necesi­dad de fumar nace de un impulso oculto. Di­cen los fumadores que no es fácil dejar el cigarrillo porque la conciencia no lo permite. Se pretende echar­le la culpa a la conciencia, cuando lo que falla es la vo­luntad. Con el acto de fumar se busca, creo yo, aca­llar la inconformidad con que se expresa la persona emocionalmente inestable.

Si seguimos el movimiento a un fumador, lo veremos agitar los dedos con nerviosismo y chupar con igual impaciencia el pedazo de ilusión, que llaman mu­chos, hasta que el cigarrillo termina consumiéndose en su última ceniza. El cigarrillo es una mentira; pero los enviciados lo defienden como una necesidad. No se atreven a dejarlo dizque porque les traería trastornos. ¿Trastornos de qué índole? Emo­cionales, naturalmente. Y es  que su frecuencia crea há­bito.

Se estaría en un círculo cerrado. No se deja el cigarrillo para no desequilibrar el sistema nervioso. Y se busca la cura del nerviosismo con las chupadas repetidas con que el fumador profesional (y admítase que esto también es una profesión, aunque nociva) engaña su estado neurótico.

De aquí en adelante, cuando vea fumar a alguien por costumbre, voy a pensar que tiene una falla en su personalidad. ¿Acaso usted no ha presenciado el cuadro de la persona malhumorada que primero golpea lo que encuentre a la mano y luego se serena tras de expeler dos bocanadas de humo? Ese humo, que se va a los pulmones y forma capas cancerosas, también penetra en el subconsciente y le dice mentiras al individuo. Le aconsejará: «Serénate, serénate, que para eso he llegado yo”. Es aquí cuando la persona sonríe y deja de estrellarse contra la humanidad.

Pero como un taco de cigarrillo dura poco, en minutos comenzará de nuevo a sentir el hormigueo en el organismo. Si se descuida, estallará otra vez el mal genio y será capaz de aniquilar a su mejor amigo. Lo mejor, entonces, consistirá en acudir al consejero secreto para tranquilizarse.

De cigarrillo en cigarrillo, lo sostienen los cancerólogos, los pulmones se intoxican. El enfisema es fa­tal, pero como la neurosis no le tiene miedo a percan­ces que no conoce, no se rinde ante tales amenazas.

La regla, con todo, se contradice en casos crónicos co­mo el de Klim, quien se inspira en el humo para reír­se de sus congéneres. Fuma a todo momento, y más parece una chimenea que un ser vivo. Neurótico o no, fabrica sus mejores crónicas lanzando humo has­ta por las orejas. Y cuando no le salen bien perfiladas, se para sobre el cigarrillo y protesta.

La Patria, Manizales, 17-X-1980.

 

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Los puestos como botín político

martes, 11 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Al doctor Hugo Palacios Mejía hay que considerarlo político honrado y bien intencionado. No existe mo­tivo para pensar lo contrario. Ojalá no se de­je contagiar de las viejas manías de los partidos, que él trata de rectificar.

Esto de decir que los puestos son un botín de los políticos es cosa bien sabida. El clientelismo gira alrededor de las posiciones burocráticas. Quien ofrezca más empleos parece ser el que lleva más éxito asegurado. La gente vende la conciencia por un billete y con mayor ra­zón por un cargo oficial. En sentido inverso, el polí­tico no siente escrúpulos para comprar sus votos por puestos.

Son trucos que nadie ha conseguido eliminar. Se lo propuso el doctor Lleras Restrepo y lo sacrificaron. Ahora hace el mismo anuncio el doctor Palacios Mejía, un político que repudia la corrupción administrativa. Su intención es noble, nunca demagógica, y toca en uno de los puntos más vulnerables de nuestra defectuosa democracia. Hace mucho no oíamos un pronunciamiento tan certero como programa de trabajo.

El empleado público, que no pasa de ser una veleta según el viento que mueva la maquinaria, es un ser desprotegido y angustiado. Aquí se explica por qué existe tanta ineficacia en la administración pública. La gente llega por influencias, con el alma hipotecada al amo político, y no importa tener o no preparación, ya que de todas maneras se funciona dentro de cuotas de poder donde las aptitudes son las que menos cuentan. Vegetar en el Gobierno es el síntoma corriente; producir, es la excepción.

Algunos, menos fosilizados, cuando comienzan de pronto a desarrollar una obra, reciben en el momento menos esperado la orden de retiro, y ahí terminan sus intenciones. No se alcanza a calentar el puesto cuando ya se está de regreso. Adquirir práctica administrativa cuando no hay voluntad ni tiempo para prestarle servicios a la comunidad, resulta una utopía

El rodaje de la rama oficial es lento, perezoso, indiferente a la evolución, y mal podría ser de otra manera si se halla dominado por la inercia. Los menos avispados, tal vez sin ocasión para el fraude, se conformarán con cobrar la nómina limpia; y los que saben que el tiempo apremia y las oportunidades son calvas, escamotearán rápido los bienes puestos a su cuidado.

Es doloroso admitir que el país carece de derroteros honestos. Si los políticos son la fuerza representativa y ellos no consiguen enderezar las costumbres  torcidas, habrá que deplorar la suerte de nuestro sistema democrático. Cuando una voz recta pretende limpiar esos vicios, es posible que no le crean. Pero en la conciencia de todos, y sobre todo en la de los empleados públicos, deben sonar bien estos anuncios purificadores, si son ellos los sacrificados.

La Patria, Manizales, 16-X-1980.

 

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