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Archivo para jueves, 26 de noviembre de 2009

Sylvia Lorenzo

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Por: Gustavo Páez Escobar

Con La flauta del juglar, obra publicada por la Gobernación del Huila y que he tenido el gusto de conocer por gentileza de su autora, Sylvia Lorenzo completa siete libros de poemas y una novela. Su vida es fecunda en el arte poético, al que está dedicada desde temprana edad. Sus otros poemarios son: Preludio, Poemas, El pozo de Síquem, Sólo el viento, Arcilla y lumbre, El sol de los venados, en todos los cuales prevalece la emoción del alma nacida para ennoblecer la existencia con el esplendor de la expresión.

Cinceladora de la palabra como fruto de sus estudios de Lingüística y Filosofía en el Instituto Caro y Cuervo, cada obra suya es un dechado de preciosismo literario y de belleza lírica. En la Universidad Javeriana adelantó estudios de francés y cultura francesa, gracias a los cuales amplió sus horizontes culturales y obtuvo diploma de enseñanza en el extranjero.

Fue el maestro Luis López de Mesa quien le insinuó el cambio de su nombre civil (Sofía Molano de Sicard) por el seudónimo literario que exhibe desde sus primeras producciones, con las siguientes palabras: “El nombre que le conviene es el de Sylvia Lorenzo, que nos trae la evolución del viento, selva, bosque de laureles”. En efecto, toda la obra poética de Sylvia ha estado movida por el aura romántica que, alimentada por su propia alma enternecida por la belleza, parece venir desde la floresta que avizoró el humanista antioqueño.

Eduardo Caballero Calderón, al leer en 1984 Arcilla y lumbre, le dijo:  “Realmente es usted una gran poetisa, y me recordó a viejos maestros de la Edad de Oro de la lengua. Hay sonetos preciosos que leí y volví a leer y que despertaron en mi espíritu viejas resonancias de nuestros clásicos”. Ya se quisieran muchas de nuestras figuras literarias contar con el beneplácito que Sylvia ha recibido de grandes maestros de las letras nacionales.

Pero ella ha manejado su mérito con discreción y sin alardes publicitarios, y menos con vanidad, si bien cada uno de sus libros ha suscitado el aplauso de un amplio círculo de literatos y lectores. Le basta saber que la obra literaria vale por sí sola, y lo que es más importante, que el oficio de escribir es un acto solitario y gratificante que obtiene los verdaderos laureles en el secreto de las ejecuciones bien cimentadas, para que sean, como las suyas, perdurables.

Sus versos son diáfanos, fluidos, espontáneos, entrañables, evocadores, y están inspirados por honda sensibilidad frente al amor, la naturaleza y el recuerdo. Su estilo es fresco y limpio, virtud que le imprime tono armonioso a su obra. Elabora con destreza el soneto, y en este campo ha logrado exquisitas joyas clásicas. En algunas partes aparece la fibra mística, donde la serenidad del espíritu se explaya con la misma fuerza de la pasión romántica. Talla las palabras, abrillanta las imágenes, engrandece las ideas.

La flauta del juglar, su última obra, es un recinto de amores, remembranzas y despedidas. Con nostalgia, la poetisa de Agrado (Huila), donde nació en 1918,  evoca las cosas idas y agradece los dones de la existencia. Es un recorrido por los paisajes de su tierra, por las alegrías y los sinsabores, por los rostros y los afectos de los seres amados. Se advierte en estas páginas el recóndito deseo del retorno, del reencuentro con el árbol perdido, la montaña fraterna y la quebrada inmóvil, para gozar más de las maravillas que llegan con las horas crepusculares y fascinarse al mismo tiempo, como en sus años jóvenes, con el panorama inmutable que sembró en su corazón la semilla de la poesía. Eso es el último libro de Sylvia Lorenzo: recuerdo y testimonio. Dicho en otras palabras, legítima poesía.

El Espectador, Bogotá, 21 de octubre de 2004.

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Temas sociales

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Entierro de pobre

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Por: Gustavo Páez Escobar

Dice la revista Semana que en Cúcuta las autoridades crearon la primera funeraria para pobres del país, en vista de la gran cantidad de muertes violentas que se presentan en sectores de escasos recursos y que ocasionan a sus deudos serias dificultades económicas para atender los gastos del deceso. En el barrio Simón Bolívar, uno de los más pobres de la ciudad, los vecinos tuvieron que hacer una colecta para enterrar a una señora muerta por una bala perdida, cuyo funeral costaba $ 300.000. Lo mismo ocurre en otros barrios marginados.

Según estadísticas de la Policía, Cúcuta fue durante el año 2003 la tercera ciudad de Colombia con el mayor índice de muertes violentas. Los familiares,  ante la precariedad de sus recursos, se ven obligados a implorar en las calles, tanto en Cúcuta como en otras ciudades (porque el drama es nacional), la colaboración de la gente para enterrar a los muertos. Dentro de estos estados de extrema pobreza, muchos prefieren, con todo el dolor del alma, que los parientes abatidos en conflictos de sangre sean enterrados en la fosa común.  Ahora en Cúcuta existe la “Funeraria de los pobres”, donde por $ 40.000 se consigue el funeral, comprendiendo todos los gastos.

Este hecho obligó a otras funerarias a bajar sus tarifas, aunque no en niveles accesibles para los más necesitados. Desde mucho tiempo atrás, el costo de la muerte se ha vuelto exorbitante. Resulta más barato nacer que morir. Mientras más prestante o más adinerado sea el muerto, más cuesta su funeral. Por lógica, las funerarias que más se lucran son las que atienden los sepelios pomposos. Tal el precio que paga la vanidad social, cuyos efectos, por desgracia, se extienden a todos los estratos.

Recuerdo que en Armenia, hace dos décadas, el párroco del Espíritu Santo, padre Miguel Duque, practicó el mismo sistema para abaratarle a la gente pobre este costo desmedido. La fórmula consistía en que una cooperativa manejada por la parroquia atendía a precios módicos todos los conceptos funerarios, incluso el suministro del ataúd y la sala de velación. Por aquellos días escribí en El Espectador el artículo Morirse por cooperativa (20-VII-1983), donde exalté dicho procedimiento, que ahora pone en marcha el municipio de Cúcuta. (La de esta ciudad no es, por lo tanto, la primera “Funeraria para pobres”, como dice Semana).

Tulio Bayer, siendo médico rural en los municipios antioqueños de Anorí y Dabeiba, fue quizá el pionero de estos programas sociales. La violencia desatada en el país hace cincuenta años producía muchas muertes entre los campesinos de la región, quienes afrontaban las mismas angustias económicas que siempre han vivido las personas humildes en todas partes. En vista de lo cual, el médico Bayer hizo construir un ataúd comunitario para prestárselo a los pobres. Pasadas las exequias, los deudos devolvían la caja mortuoria para ser utilizada por otros campesinos. Esto implicaba que los muertos se enterraran sin ataúd, pero a precios ínfimos. Al fin y al cabo, el abrazo de la tierra llega lo mismo a todas las sepulturas.

En Coyaima (Tolima), Deogracias Bucurú, de 95 años de edad, compró hace dos décadas su propio ataúd, presintiendo su muerte próxima. Pero la parca no ha tocado todavía en su puerta. Este longevo previsivo, que piensa superar el centenario de vida en las mismas condiciones de salud de que ahora disfruta, viene prestando el ataúd a sus vecinos para que se eviten los costos usureros de última hora. La única condición es que se lo devuelvan después del velorio.

Estos casos ponen de presente, en primer lugar, la explotación de las funerarias frente a los duelos familiares, y en segundo, el sentido humano con que personas sensibles como las aquí aludidas (y otras que trabajan en silencio) buscan contrarrestar los abusos que se cometen en el trance final de la existencia. Merece destacarse el episodio reciente de Cúcuta como ejemplo de solidaridad humana que ojalá se imitara en otros municipios.

El Espectador, Bogotá, 23 de septiembre de 2004.

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Comentarios:

Apreciado Gustavo: magnífico tu artículo sobre las funerarias de Cúcuta. El maestro del artículo eres tú. Sin duda alguna. Me quito el sombrero. De verdad. Hernando García Mejía, Medellín.

Qué buen artículo, Gustavo, cómo lo disfruté al máximo como testigo que fui hace 20 años de las rebatiñas por la muerte como médico rural en Antioquia. Tu artículo es denuncia y poesía; excelente combinación de vivencias. Nicolás Trujillo. 

Cuento

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Mito y realidad

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Por: Gustavo Páez Escobar

Relatos de luna llena, el octavo libro de la escritora boyacense Mercedes Medina de Pacheco, es un viaje por las regiones de Colombia y en él se mezclan el mito y la realidad. Técnica que la autora ya ha empleado, con excelente sentido cultural, en otros de sus libros: Resplandú o travesía mágica por cinco países (1992), El duende de la petaca (1994), El palomar del príncipe (1996), en los que pasa su mirada de literata e historiadora por el folclor nacional, en los campos de las tradiciones, las costumbres, las leyendas, la historia y los símbolos regionales.

Experta en literatura para niños, donde podemos incluirnos los adultos, ha aprendido el arte de hacer conocer a Colombia a través de la fábula o el cuadro de costumbres, y siempre lo hace con lenguaje sencillo y con finalidad formativa. Sus libros están al alcance de todos y se leen con amenidad y placer, la mejor forma de hacerlos útiles para el lector. Esta sutil manera de pasearnos por la geografía colombiana mediante el recurso de la ficción, pero con cercanía a la realidad, se convierte en fórmula inmejorable para el aprendizaje con diversión. Método que conduce a que niños y jóvenes adquieran el hábito de la lectura y se despierte en ellos el amor por la patria y el afán de saber. Esta es la mayor contribución de Mercedes Medina de Pacheco a la cultura nacional.

Además, es reiterativa en los mismos temas, pero en cada libro imprime nuevos ingredientes de atracción y nuevas dosis de gracia y talento. En eso consiste el estilo. Antes de llegar al libro actual, echemos un vistazo a los tres títulos anteriores que están unidos por los mismos lazos del folclor y la fábula, y que fueron ideados como piezas didácticas y al mismo tiempo recreativas.

En Resplandú, el lector se embarca en una travesía fantástica por los cinco países bolivarianos y desde su nave voladora descubre la riqueza de los paisajes y la diversidad de costumbres y hechos históricos que caracterizan la vida de los pueblos hermanos. El duende de la petaca es un diablillo familiar dotado de erudición y picardía, que se escapa de su escondite en una vieja casona del barrio La Candelaria y se lleva de la mano a dos amiguitos, en viaje mágico donde les cuenta episodios de la historia colombiana. En El palomar del príncipe se recrean los días de la niñez con la poesía infantil de José Asunción Silva, faceta hoy olvidada del bardo romántico de finales del siglo XIX, cuyos Maderos de San Juan, lo mismo que otros poemas infantiles de singular belleza, nunca deben olvidarse.

Y llegamos a los Relatos de luna llena, hermoso título que sugiere placidez y embrujo. La escritora chilena Isabel Allende creó en su literatura un personaje legendario, Eva Luna, niña indígena y analfabeta, hija de la selva y la pobreza, y recogió sus exposiciones orales en el libro Cuentos de Eva Luna, otro título fascinante. Con enfoques diferentes, en ambas obras se mueve el mundo de la niñez. La luna siempre ha inspirado a escritores y poetas.

La escritora colombiana, en el libro que aquí comento, se encuentra en la posada caminera con un grupo de  maestros y alumnos que van de excursión, y escucha de ellos una serie de relatos sobre las diferentes regiones del país, los que dibujan el alma de la patria. El propósito de los excursionistas es acercarse al ambiente del campo y de la provincia, objetivo que tiene lugar, en varias noches de luna llena, con la actuación gozosa de los serenateros, los recitadores y los cuenteros. Mercedes Medina de Pacheco es la cronista perspicaz que se encarga de recoger esas sesiones y volverlas libro.

Relatos de luna llena es una imagen de Colombia. Captado desde diferentes ángulos, el folclor se esparce como una semilla por pueblos y veredas, por ríos y caminos, por calles y residencias, y configura la idiosincrasia de la nación.  El alma de un país nace de la provincia. Por eso, la microhistoria es el nervio de la nacionalidad. En este libro están representados todos los sitios de la patria a través de las narraciones que sobre sus comarcas presentó este grupo de caminantes, como voceros auténticos de sus comunidades.

Al relatar costumbres y leyendas, mitos y tradiciones, y tocar instrumentos musicales, y entonar aires autóctonos, y recitar poemas, y explayar la imaginación por los territorios de la fantasía y la historia, los excursionistas andariegos se ganan palmas en la pluma diserta y grata de la distinguida escritora boyacense. Palmas que ella conquista con su nueva creación maravillosa.

El Espectador, Bogotá, 10 de febrero de 2005.

 

 

 

 

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