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Archivo para la categoría ‘Entrevistas y reportajes’

El hombre nuevo

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La segunda parte del espectacular reportaje –como todas sus esculturas– que el maestro Arenas Betancourt concedió a la socióloga de la Universidad Central, María Cristina Laverde Toscano, y al que me referí en días pasados en esta columna, está dedicada a las reflexiones que suscita en el artista, a los pocos días de ser liberado de su cautiverio, el drama secuestro.

Condenando la represión de la vida, como lo hace con dolor y profundas cavilaciones filosóficas, Arenas Betancourt ensalza el sentido de la libertad. Toda su obra tiende hacia esa meta inconquistada por los colombianos: la libertad. Los caballos dinámicos del escultor, sus lanzas aceradas, sus Cristos agonizantes, su Bolívar vertiginoso, sus estampas de la esclavitud y la muerte, todo, absolutamente todo, le canta a la libertad como un respiro del alma, como un oxígeno de la existencia.

Y situado en Colombia, uno de los países más inseguros del mundo, donde la vida no vale nada y la muerte violenta es la insignia de todos los días; donde secuestrar periodistas y escritores y políticos y ricos —e incluso pobres hombres— es negocio redondo para sembrar el desconcierto y acrecentar las bolsas piratas; donde no importa dejar un reguero de viudas y huérfanos que sollozan por la herida sangrante de esta Colombia descuartizada…, situado Arenas Betancourt ante este cuadro infamante, clama por un hombre nuevo.

Para eso es necesario el exterminio de la bestia. No será posible una Colombia nueva si antes no se purifica el país y emprende el regreso, desde el abismo a que ha llegado, hasta la cumbre de la redención.

E] camino es escabroso. Es el mismo cami­no del Evangelio. Se trata nada menos que de formar una nueva sociedad, de crear otra mentalidad. Para eso es preciso el castigo: castigo a la inmoralidad, a la insensatez, a la cobardía. Castigo a la  monstruosidad del hombre contemporáneo, ese matón de los campos y las ciudades que ya le perdió el respeto a ley y no escucha siquiera el timbre de su propia conciencia adormilada. Castigo a la clase política, que a veces parece que viviera de es­paldas a la realidad y se ha dejado ganar la partida de las reformas sociales; y que en lugar de asumir su misión histórica en este momento de grandes decisiones, es cómplice del desbarajuste nacional.

Pero las sociedades, para que rectifiquen sus desvíos, deben antes purgar sus pecados. Es necesario tocar fondo, como Colombia lo ha hecho, para reaccionar. Este proceso colombiano de descomposición y demencia no se ha  producido de la noche a la mañana. En pocas naciones como la nuestra son tan acentuadas las diferencias entre ricos y pobres. Muchos latifundistas, esparcidos a lo largo de esta geografía asustada, como reductos de épocas que se creían superadas, ignoran que el concepto feudal de esclavitud y explotación es el causante de grandes perturbaciones sociales.

*

Arenas Betancourt pregona la necesidad de un líder, de un líder capaz de empujar hacia nuestro verdadero destino de pueblo civilizado, que ya  perdimos hace mucho tiempo. La ausencia de ese líder es la que nos mantiene en nebulosas.

«Sin lugar a dudas –dice–, e insistiendo en mis tesis, nos hace falta un Bolívar, un Morelos, un individuo providencial… un Gandhi,  que logre enfrentar, en la conciencia individual y social, esta terrible violencia que ha rebasado los límites humanos. Alguien que pueda proponerle al país un programa redondo: ideológica, política, social y espiritualmente».

El Espectador, Bogotá, 28-VI-1988.
Revista Nivel, Méjico, agosto de 1988.

 

Diálogo entre sombras con Germán Pardo García

domingo, 30 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Inmensidad del anacoreta

Este reportaje es el resultado de una gran insisten­cia. Yo sabía de antemano que entrevistar a Germán Pardo García no era empresa fácil. Casi un imposible. El poeta se mantiene aislado en su domicilio de Ciudad de Méjico y evita el contacto con el mundo externo. «El mundo falsario y estridente —como lo califica—, con el que está por contraste en bronco trato diario sacán­dole chispas a golpes de lucha». La gente lo perturba, lo disipa, lo irrita. Su alma, atormentada y fugitiva, vaga por el laberinto de penumbras en que ha convertido, desde siempre, su residencia en la tierra. Vive a plenitud su tremenda inmensidad de anacoreta.

El teléfono permanece interrumpido y las ventanas cerradas. Muy pocas personas logran traspasar el muro que lo separa del bullicio mundanal y, ya en su interior, surge la trascendental y desolada constancia de una vida que huye del ruido y la frivolidad para mantenerse en diálogo con sus dioses y sus fantasmas. Y se le considera, como ironía, tal vez el mayor poeta vivo en el mundo. Varias veces se le ha postulado para el Premio Nóbel de Literatura, pero él dice que «no nació para obtener pre­mios, para el triunfo, sino para la lucha y el dolor».

Sin embargo, me propuse comunicarme con él. Con­seguir sus respuestas se convirtió para mí en una obse­sión. Antes de tocar a su puerta llamé a su alma. Y obtuve contestación. El poeta me había cogido aprecio y accedió a mi pretensión. «Quiero ponerlo a hablar con su conciencia. Cuando se está en la última etapa de la vida el corazón habla con más sinceridad», le manifesté.

Y él, al final del diálogo y cuando las sombras se habían despejado, me expresó: «Gracias, querido amigo Gus­tavo Páez Escobar, por hacerme compañía. Ahí queda el reportaje. Pero no me torture más… No tengo Dios, no tengo eternidad, sólo la oscuridad y el terror. Aun así, le escribo en griego, el idioma que tanto me ayudó, las palabras que fueron mi divisa: «Irene kai elpis: paz y esperanza».

Niñez y adolescencia desamparadas

Quise llegar hasta las raíces de su neurosis, remo­viendo las brumas de su niñez y su adolescencia desam­paradas. El individuo, para explicarse a sí mismo y hallar la clave de sus enigmas, debe descender hasta los abis­mos de sus más recónditas honduras. En esta charla entre penumbras y frente al majestuoso símbolo de su patria colombiana, que él conserva como un grito de rebeldía — la bandera victoriosa—, habla el poeta, pero sobre todo habla el hombre. Franco, descarnado, desnudo, caó­tico, exhibe entre agnosticismos y perplejidades, entre soberbias y humildades, sus duelos y cicatrices como proclama de miserias y grandezas. «Poeta de la brizna y el cosmos», lo llama Adel López Gómez.

Con Últimas odas, la obra que acaba de salir publi­cada como las anteriores por la Editorial Libros de Mé­jico, Pardo García da por concluida su labor de 72 años ininterrumpidos haciendo poesía. Se traiciona, porque luego elaboró otro poema, como aquí se verá. Ojalá éste no sea su último reportaje. Es, por lo pronto, el de mayor densidad humana.

–Usted comenzó a ser poeta a los 11 años de edad. Su primer libro lo publica en 1930, cuando tenía 28 años. Acaba de cumplir 72 años ininterrumpidos de poesía y en ese trayecto realizó una obra extensa y selecta. Se me ocurre esta pregunta: ¿el nombre de Voluntad que le puso a su primer libro tiene algún significado con esta fecunda realización intelectual?

«En efecto, ese título de Voluntad para el segundo de los libros —porque el primero, hoy desaparecido, es Árbol del alba, publicado por Germán Arciniegas en su colección de Universidad— lleva implícito un poderoso deseo mío de no permitir que la adversidad de mi in­fancia y primera juventud doblegara mi carácter. Ahora, a los 85 años de mi atormentada vida, desgarrado por el recuerdo de mis primeros infortunios, Voluntad es no solamente el título de una obra sino el grito de rebe­lión de mi espíritu. Mi labor será oscura pero mi destino quedó cumplido».

Ahora, cuando se acerca a los 85 años de edad, interrumpe usted el ciclo con el poema Un sueño me aguarda. Y dice, refiriéndose a usted mismo (Nivel, noviembre/85): «Fue solitario y atormentado, no alcanzó gloria literaria alguna, pero cumplió su destino». Yo le refuto, maestro: su gloria es inmensa. Su nombre es universal. ¿Cree usted que habría podido cumplir la mis­ma obra y obtener la misma fama sin su aislamiento y su intranquilidad espiritual?

«Mi grande infortunio, mis pasiones sombrías, me condenaron a una inmensa soledad. Me volví la bestia herida que se esconde en su cueva a lamer la sangre que sus heridas derraman. Pero es verdad: sin ese bes­tial asalto de la existencia a mis primeros años de vida tal vez hubiese sido yo un versificador más, y no el poeta que hoy el mundo proclama. No creo en mí mismo, pero es tan abrumador el empuje de los testimonios que de todo el mundo me llegan, que me resigno, sin sober­bia, a aceptar lo que me llaman: un genio atormentado hasta más allá de la muerte».

–¿Vale la pena ser poeta de renombre, como usted lo es (postulado varias veces al Premio Nóbel de Litera­tura), a costa de una vida marginada y atormentada?

«El verdadero poeta no debe aceptar la dura ley de ser o no reconocido. Se es poeta como se es león de la selva o escorpión sumergido en los más vergonzosos te­rrenos del mundo. Yo no busqué ser un gran poeta. Crear, sí, una necesidad biológica mía, como beber zu­mos amargos o aspirar nubes deletéreas».

Poeta de las agonías

Pardo García es el poeta de la angustia, la sole­dad, las agonías. Usted ha encumbrado estos sentimien­tos, en hermoso español, al plano de la auténtica belleza. ¿Para sublimar el dolor se necesita que uno mismo sien­ta las desgarraduras de la existencia?

«Sin el dolor, sin la imagen del poeta manchada por todas las culpas, no es posible ser humano y por ende imposible ser poeta. Yo mismo me apliqué desde la infancia el terrible precepto de Menandro: nada de lo que es humano me es desconocido. Estoy atravesado por todas las espadas de la angustia, aun aquéllas que le está vedado al hombre portar sobre su cintura como palancas horribles, similares de la palanca de Arquímedes. El poeta, con su dolor como palanca, estremece al mundo, se suicida mil veces, como yo mismo me suicidé en una madrugada de espanto, pero alcanza el poder de la luz que, como afirmó Plotino, se mueve hacia la oscuridad. La luz de un gran poeta es su inmensa os­curidad».

—Leyendo uno su obra advierte, aquí y allá, la in­fluencia del páramo que usted vivió —y padeció— en su niñez y juventud. Este ambiente, unido a la dictadura de la nodriza sicópata al lado de la cual transcurrieron sus primeros años, y de la madrastra irascible y medio bruja que le infundió terror, lo marcó para siempre. ¿Es­tas dos mujeres, semblantes del páramo, no formarían en usted una aversión hacia las mujeres en general?

«A pesar de que las mujeres que presidieron mi in­fancia, nodrizas, madrastras, fueron diabólicas y me tor­turaron, nunca pude experimentar hacia la mujer un re­chazo físico o mental. Las he seguido amando hasta las postrimerías de mi vida. Mi libro Tempestad y el poema de ese libro Canto salvaje son la lucha de mi ser íntegro contra la mujer, a la que amé desesperadamente y odié hasta convertirla en un espectro del infierno que llevo por dentro, que me incendia y me devora».

La soledad física y mental

Usted no es un cantor de la mujer. El amor lo toca tangencialmente. ¿No le faltaría la compañera per­manente y auténtica que compartiera su esencia varonil?

«Fui la soledad física y mental más aterradora que es posible imaginar. La forma como se desenvolvió mi infancia en las colindancias de los páramos colombianos que me formaron a su imagen y semejanza me condenó al aislamiento químico y físico del ser. No pude, no puedo tolerar delante de mí una presencia insistente. Ni siquiera un dulce animal doméstico, como los perritos que me siguieron en mi destierro. Comienzo, como los potros que nunca han sido montados, a escarbar con mis pezuñas, a bufar, a odiar al que insista en acompañarme. Y, a la postre, me quedo, me quedé, como lo quise, mortuoriamente solo».

«No tengo Dios, no tengo esperanza»

La muerte está presente en su obra a través de muchos símbolos: la angustia, la soledad, la ansiedad, las sombras, el páramo… Me gustaría saber si morir es para usted una liberación o un golpe, un hallazgo o una negación.

«A pesar de mi inmersión en el enorme pensamien­to griego, en este caso la epístola de Epicuro a Meneceo, la muerte la considero un acto negativo de la naturaleza. No tengo Dios, no tengo esperanza, y la presencia de la muerte me atribula y enfurece, porque no la considero, como los filósofos románticos, un tránsito, pero sí una evolución de la materia».

El 29 de septiembre de 1979, usted se cortó las venas, y el presidente de Méjico, licenciado José López Portillo, lo salvó mediante los auxilios rápidos de la Cruz Roja. Entiendo que entonces pasaba usted por una fuerte depresión. ¿Ha logrado superar este estado de ánimo?

“En efecto: el 29 de septiembre, día domingo, a las 5 de la mañana, en un trance de pavura, destrozado materialmente por la imagen de una mujer a la que sigo amando, sin recursos económicos suficientes para salirme a la media noche a desalojar mi angustia por medio del juego —he sido tahúr desde los 18 años—, me sobrevino una crisis salvaje, quizá como la de Silva, y me abrí las venas.

“Mi sangre quedó espantosamente re­gada por mi humilde apartamento, se regó de la vasija en que yo la veía acumularse, salió a la calle; un amigo vio aquel drama, derribó la puerta y me arrastró mori­bundo hacia la Cruz Roja. Allá, médicos eminentes en­viados por la primera autoridad de la República me volvieron a la vida cuando ya mi corazón apenas tenía 25 pulsaciones. Me alojaron en un sanatorio, después fui a convalecer a la casa de una prima hermana mía, y al mes me levanté del sepulcro, como Lázaro, aterrado de vivir y de morir, me cambió la mirada, se me volvió honda y desolada, y toda mi estructura física y moral quedó modificada por completo.

“Por contraste, comencé a cantar como jamás lo había hecho, y Tempestad, la obra salida como una fiera hambrienta desde el fondo de mi padecer y de mi derrota, fue mi libro supremo, mi lenguaje adquirió una densidad desconocida y es el libro que no ha escrito aún ningún poeta. Se lo digo con humildad pero con soberbia, porque un gran poeta sin soberbia es como un águila sin alas».

Idea negativa de la muerte

–Como auténtico cantor de la muerte, con la que se codeó, ¿qué supone que vendrá después de la vida? ¿Le teme al hecho físico de desaparecer? ¿O, por el contrario, desea sumergirse pronto en ese sueño qué lo aguarda…?

«No tengo de la muerte, como le digo, sino una idea negativa. Ella no es para mí sino la desintegración de un ser para unirse a la materia universal. He creído poderosamente en la materia, y como usted lo vio en Últimas odas, la materia es para mí, como para Parménides, «la razón de ser del universo». Fui astrofísico como no lo ha sido otro poeta del mundo, y me volví cósmi­co y soñé con la vida y la muerte en razón de ser as­trofísico. Debo mucho de ello a los grandes líricos ale­manes, principalmente a Novalis».

–Mucho me ha llamado la atención el hecho de que usted fue hasta los 82 años tahúr profesional. Utili­zó, inclusive, dos nombres ficticios de jugador para no manchar su excelso nombre de poeta: en Colombia fue Manuel Zárate y en Méjico José Pelayo. Como quien dice, dos fantasmas encubiertos por una gran personali­dad. ¿Esta inclinación por los antros responde a algún sentimiento frustrado de su niñez?

«Como usted lo ha leído en Etiología y síndrome de una angustia, a los 18 años el desamparo, la miseria, la soledad en que vivía, me arrojaron en los brazos desnu­dos y crueles del juego. Nadie lo supo sino hasta ahora. Y nadie me lo cree, porque no fue Germán Pardo Gar­cía el tahúr, el lenón*, el burdelario, el vago nocturno, sino, en Colombia, Manuel Zárate y, en Méjico, José Pelayo, nombres que me puse como una máscara para cubrir mi desvergüenza y no ser rechazado por la gran burguesía que rodeaba a mi padre, el ilustre magistrado doctor Germán D. Pardo, que nunca supo, como no lo supieron mis desventurados hermanos, que yo era un detritus de la noche, y un dandy, un gran señor en el día».

Las esferas del bajo mundo

—En su juventud, usted frecuentó los bajos mundos del hampa y la prostitución. Fue estudiante rebelde, aunque inteligente y aprovechado. Fue precoz para el latín y el griego, pero reacio a las solemnidades aca­démicas. Fustigó, con sus indisciplinas, a sus profesores. En síntesis, comenzó siendo una mezcla de vagabundo, insolente, antisocial, tahúr, estudioso y poeta… Explíqueme, por favor, esa rara amalgama.

«No acierto a explicar con certeza cómo fui a rodar a las esferas del bajo mundo y del hampa. Pero experi­mentaba un afán sordo, un deseo infinito de mezclarme con lo más hediondo de la sociedad, allá y aquí, en busca de una atmósfera satánica que me fascinaba y que es la columna vertebral de mi vida y de mi obra. A los 82 años tuve que retirarme, porque ya mi naturaleza no aguantaba las noches enteras en pie entre prostitutas, ebrios, homosexuales, fracasados, hombres que la marea nocturna arroja a las riberas, devorados por sus delitos, peces hediondos en la playa de un mar impío y agobiador. Toda mi vida quedó signada por esta manera dúplice de existir.

“Manuel Zárate y José Pelayo se arrastra­ron por los delitos que guardo dentro de mí, y salpicaron y alcanzaron a manchar el peplo del poeta amado de los dioses. Manuel Zárate y José Pelayo murieron antes de mí, pero Germán los ama y los recuerda con lágri­mas. Muchos que han sabido tardíamente cómo fui en verdad me miran con desdén y me arrojan saliva. Yo alzo la testa humillada y les muestro que porto sobre los hombros casi cuarenta libros, obra nunca escrita por otro poeta cualquiera del mundo y que, si se penetra, deja escapar un vaho fétido, parecido al que surge de las letrinas de las grandes avenidas. Eso fui: una metró­poli con deslumbramientos arriba, y por dentro la depravación y el caos».

–¿Ha sido bebedor o adicto a la marihuana y las drogas alucinógenas? ¿Ha necesitado de estos recursos para inspirarse o evadirse de este mundo de fantasmas?

«Con el propósito de que nada de lo humano me fuera desconocido, según el mandato que me diera Menandro, me valí ocasionalmente de alucinógenos y drogas inter­dictas. Pero no las necesitaba para crear: de por sí mi siquis estaba desquiciada y cualesquiera drogas no hacían sino atormentarme más».

Temporada en el infierno

Usted, como Rimbaud, ha pasado su temporada en el infierno. Y como él, ha sido un poeta iluminado. La única diferencia es que él murió joven y usted va a morir viejo. ¿Considera que para el poeta es indispen­sable descender —o ascender (y aquí también incluyo a Porfirio Barba-Jacob, a quien usted conoció en perso­na)— a los límites luciferinos?

«El verdadero poeta es ya de por sí un ser contra natura, y su asomo a los resquicios de la podre humana no es una invención sino una necesidad de su conciencia. No creo en los poetas académicos, en los Premios Nóbel, en las condecoraciones. Una muy ilustre que me dio Colombia la jugué en una noche de tragedia, de miseria total, de locura, y la perdí. La rescaté en una noche de azar y de horror, y para no volverla a jugar se la regalé al poeta colombiano Luis Enrique Sendoya, aquí residen­te.

“Otra condecoración que me dio mi entrañable amigo el presidente Betancur, y que me fue impuesta por el embajador de Colombia aquí, hace dos años, al terminar la ceremonia me la quité y se la regalé al mismo embaja­dor. Soy incapaz de portar sobre mi pecho desolado algo que me distinga. Sé cómo soy por dentro y cuando me enteré de que en Ibagué le habían puesto mi nombre miserable a un colegio ilustre, protesté con violencia, pero de nada sirvió. Mi nombre sigue ahí, infamando a ese colegio».

Vida en Méjico

Desde muy joven se fue a vivir a Méjico y sólo eventualmente ha regresado a Colombia. El poeta meji­cano Carlos Pellicer, por quien usted se estableció en el país azteca huyendo de una época bárbara para usted en Colombia, representa, sin duda, una especie de sombra protectora. ¿Qué sentimientos guarda hoy en día por su patria colombiana?

«Vine a Méjico el 14 de febrero de 1931, invitado por Carlos Pellicer y antes por José Vasconcelos. A los dos los amé hasta el delirio. Pero Colombia es mi norte físico, hacia ella apunta la aguja magnética de mi vida sin órbitas, y una bandera de la patria está siempre en mi modestísima habitación».

Descubro signos conflictivos en sus comienzos co­mo desorientado (y pavorido, mejor) habitante del pá­ramo. Quisiera, y perdóneme que insista en buscar algu­nas claves en su oscura niñez, que me definiera en pocas palabras el sentido de estos personajes en su vida: su padre, su madre, su nodriza, su madrastra, sus hermanos, el páramo, la mujer, el hampa, el juego.

«Mi padre, un ser constructor formidable. Positivo siempre. Mi madre, no la conocí. Mi nodriza, una bruja de la noche de Walpurgis**. Mi madrastra, la esposa de Satán. Mis hermanos, ignorantes de mí. El páramo, la razón de ser de mi subconciencia. El huracán del pára­mo no ha cesado un instante de soplar sobre mí. La mujer, un estado de ser de mi naturaleza, un conflicto, un sexo abierto atormentándome. El hampa y el juego, mis hospitales nocturnos».

Tal vez para el común de la gente sea usted un ser descreído. Yo, por el contrario, creo que tiene fe. Pero admito que es víctima de grandes conflictos. Así se confiesa usted mismo en Etiología y síndrome de una angustia. Germán Pardo García puede ser, en mi con­cepto, escéptico pero no descreído. De lo contrario, las célebres palabras anotadas al comienzo de sus libros y en sus cartas a los amigos —Paz y esperanza— (o Irene kai elpis, como le gusta paladearlas en griego), no tendrían sentido.

«No tengo fe, y me hace falta creer en Dios, en algo más allá. Sin ideas teológicas desde mi juventud, he flo­tado como una bandera derrotada. Si yo tuviera Dios, no hubiera llegado a las negras orillas de la tánatos***  griega desprovisto de todo auxilio humano. Si supiera, si pudiera rezar, rezaría. ¿Pero a quién, si no creo sino en la materia? Por ella he vivido y trabajado como verá usted en Las voces del abismo. Toda intención, toda la buena voluntad que pongo en creer, fracasan”.

La sombra, elemento sublime

Usted aparece en las fotos entre sombras. Le gusta que el claroscuro sea su telón de fondo. Esto le ha dibu­jado un enigma a su personalidad. Y supongo que us­ted, que es un maestro en artes gráficas, ha creado, para transmitirse mejor, estos ribetes de misterio. Hablemos de sombras, maestro.

«La sombra es para mí uno de los fenómenos más sublimes del universo. Tengo la certidumbre de que todo el universo es sombra, y esa sombra formidable me en­volvió por completo, no como una entelequia, sino como un postulado físico. Por desventura, mi penetración en el universo, llevado de la mano de Einstein, mi primero y mi único maestro, me condujo al caos. Yo creo que a pesar del orden matemático del universo, el caos im­pera.

“Las estrellas novas, los hoyos negros, las moléculas aerodinámicas, todo me indica que el universo no ha acabado ni acabará de formarse jamás. Estas son divaga­ciones de un hombre que se extravió de toda la ciencia que ha bebido sin poder asimilarla, y el ser un matemá­tico, un científico, me destruyó para siempre. Ahora, al borde de los 85 años, acabo de escribir un poema ate­rrador: Divagación sobre las ideas. Usted lo verá en Ni­vel. Es un último asomo de espanto, del caos».

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* Lenón: vocablo latino que en la antigüedad expresaba lo que para nosotros significa alcahuete y que con el pulimento de los siglos quedó en rufián, que es como se usa hoy.

** Walpurgis: se refiere a una leyenda medieval del norte de Europa y muy emparentada con las de la Selva Negra en noches de conjunciones astrales calculadas por brujos y nigromantes para evocaciones malignas.

*** Tánatos: expresión griega que abarca la idea de la muerte y se extiende al sentido de desastre, ruina, torpor.  El ruso Elie Metchnikoff creó en 1901 la palabra tanatología, o sea, ciencia de la muerte.

El Espectador, Magazín Dominical, Bogotá, 14-IX-1986.
Hojas Universitarias, Universidad Central, Bogotá, julio de 1988.
Occidente, Cali, 12-III-1989.

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Comentarios:

Solamente un hombre joven como usted, limpio de toda pequeñez, grande y hermoso en sus ámbitos, podía acercarse a mis oscuridades, no extraviarse en ellas, perdonarme y aceptar las extrañas simbiosis de que estoy constituido, y comprender mi entropía como algo que no pertenece a la creatura humana y se forma en las órbitas confusas del cosmos, en las doctrinas de los enormes físicos matemáticos y astrónomos que, al ser contemplados por mi espíritu, me desintegraron por completo e hicieron de mí una creatura mitad bestia y mitad pensador y poeta. Germán Pardo García, México, D. F.

Mil gracias por el envío de su correspondencia con el maestro Pardo García, a quien tanto quiero, a quien admiro tanto. Y a quien Colombia debe mucho, por la gloria que le ha dado, con una poesía ya colocada entre las más bellas jamás escrita. Belisario Betancur, Bogotá.

Tu reportaje con Germán Pardo García es una pieza magistral. Lograste una imagen patética, inquietante y total, tal como es ella en su tremenda y delirante verdad, en la intimidad que yo conozco y conocí siempre en medio siglo de mi amistad estrechísima con él. Y en interpretación, además, por tu parte de su quimérico mundo agregado, que él ha creado y convertido en su verdadera verdad. Adel López Gómez, Manizales.  

 

El banquero humanista

martes, 4 de octubre de 2011 Comments off

Reportaje de Gonzalo Villegas Jaramillo a Gustavo Páez Escobar, gerente del Banco Popular de Armenia

¿En qué estado se encuentra la labor literaria, en su concepto, dentro de las viejas y nuevas generaciones del Quindío?

El Quindío es tierra fértil para el campo literario. Siempre que se haga un inventario real de la cultura del país, habrá que incluir al Quindío como universidad de escritores, poetas, cuentistas, novelistas, periodistas, quienes les dan renombre a las letras nacionales y mantienen, a pesar de los pocos estímulos existentes, un nivel destacado como tierra de literatos. Se extraña que organismos como Colcultura no incluyan en sus tirajes a representantes de la inteligencia quindiana, y cuando lo hacen, solo sea de paso y no con la profundidad que merecen nuestros escritores.

¿Cree usted que es compatible la afición o vocación literaria dentro de la actividad bancaria?

No es muy frecuente el escritor en el campo bancario. Por el contrario, es muy escaso. Cuando alguien de la banca escribe, generalmente es sobre economía y temas fríos. Eso obedece a que el empleado bancario, y digamos más bien el gerente –que esa es la intención de su pregunta–, se maquiniza entre el rigor de cuadros estadísticos, encajes, créditos, lo que termina esterilizando la mente para producir ideas alejadas de la frialdad de un despacho de finanzas. El dinero deshumaniza. Por experiencia sé, sin embargo, que con disciplina es posible atender el mundo de las cifras y el mundo de las letras, y más aún, ser humanista a pesar de las rigideces y limitaciones de un campo tan árido como el bancario.

¿Para usted cuáles serían los autores de cabecera del Viejo Caldas?

El Viejo Caldas cuenta con una nómina preclara de escritores. No en vano se dice que el meridiano de la cultura pasa por estas latitudes. Y seamos justos. No es tan sólo Manizales, como se proclama, la cuna de la cultura. Es todo el territorio entregado a los afanes de la inteligencia y que da muestras de superioridad en el país. No quiero, por miedo a las omisiones, hacer nóminas de cabecera. Pero sí deseo manifestar que he pasado horas entrañables, de inmensas satisfacciones espirituales, leyendo a los escritores de los tres departamentos y viendo el ímpetu de una nueva generación que no deja decaer la cultura. Hay grandes talentos ocultos que deben rescatarse, como Jaime Buitrago Cardona, calarqueño, que dejó obra valiosa en tres novelas indigenistas que pocos conocen, o el de Eduardo Arias Suárez, de Armenia, maestro insuperable del cuento y vertido a otros idiomas, cuya obra anda dispersa y debe revaluarse.

¿Entre los géneros de ensayo, crónica, poesía, novela, etc., cuál es el de su predilección?

Todos los géneros de la literatura me seducen. Ojalá no se entienda esto  como presunción o vanagloria. No es una evasiva ni la respuesta de una reina de belleza. Para ser humanista hay que apasionarse por la literatura en general. Para aclarar el concepto, le manifiesto que para mi gusto no hay preferencias acentuadas entre los distintos géneros de lectura, sino buenos o malos escritores, buenos o malos poetas. Tengo como hábito el de leer varios libros en serie, que voy alternando, de acuerdo con mi estado de ánimo. Tanto sabor, por ejemplo, le tomo a una crónica de Luis Tejada que a un cuento de Maupassant, y lo mismo a los Carnets de José Umaña Bernal, que leo ahora con verdadero deleite, que a Tiempo inmóvil de Carmelina Soto, que releo con igual complacencia. Me gusta la poesía profunda, la romántica, y detesto la moderna en general, la que pretende expresar el sentimiento con contorsiones más que con palabras. El gusto es el que manda. Lo importante no está en leer mucho sino en saber digerir. Yo saboreo los manjares para mi propio paladar, y rechazo los que me disgusten. Por fortuna, hace mucho tiempo que dejé de creer en los críticos. Mejor: en los seudocríticos, de que está poblado el mundo de las letras.

Armenia, junio de 1978.

(Este reportaje fue tomado para una revista bogotana que anunció una edición especial dedicada al Antiguo Caldas. No supe si salió dicho número. Pero quedó el reportaje. GPE).

 

 

 

 

Quindío

jueves, 14 de abril de 2011 Comments off

 

 

 

Charla con un nadaísta

viernes, 5 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Varias notas de prensa han recordado el nacimiento del nadaísmo en el país hace 50 años. Una de ellas, la publicada por Augusto León Restrepo en el diario caldense Eje 21, rememora la presencia en Manizales de Gonzalo Arango y su estado mayor por los días en que Luz Marina Zuluaga conquistaba la corona de Miss Universo. No es accidental que belleza y poesía vayan de la mano.

Los nadaístas, a pesar de las muertes notables que se han producido en sus filas, mantienen en alto sus pendones como grupo desafiante de batallas riesgosas, que lejos de sacarlos del campo de combate, les han hecho ganar los trofeos de la inteligencia rebelde y de la libertad ideológica. En los albores del nadaísmo, se dieron cita Gonzalo Arango y Fernando González en la casa del filósofo de Envigado y allí supieron que tenían la misma sangre. “Fernando vio en Gonzalo Arango –dice Eduardo Escobar– la viva estampa de su primera juventud ruidosa”.

Esto de “ruidosa”, para calificar la temperatura alborotada que hacía vibrar al grupo poético, es oportuno situarlo en Manizales (ciudad de nieblas y de fríos eternos) cuando ellos irrumpieron como diablos sueltos que escandalizaron a la comarca conventual y levantaron una llamarada en las conciencias puritanas. Algunos literatos en embrión, y a pesar de ello espabilados dentro del estrecho marco local –como Augusto León Restrepo y su primo William Ramírez Tobón–, avivaron el escándalo y de paso se ganaron unos cuantos anatemas por su manifestación satánica.

En la Universidad de Caldas, los nadaístas leyeron su manifiesto revolucionario, que antes habían proclamado en el Parque Berrío de Medellín, y arremetieron contra los escritores católicos, que eran la flor y nata de la intelectualidad caldense. Esto le valió la destitución al decano que les había prestado el aula máxima. Y cogieron a piedra las instalaciones de La Patria, por alguna nota que los censuraba. Llegó la policía, y los poetas fueron a dar a la cárcel con sus proclamas irreverentes. Con ese motivo, Jotamario escribió su célebre poema sobre los policías de Manizales.

Ahora, al celebrarse los 50 años de aquellos sucesos, he tenido un diálogo veloz con Eduardo Escobar, uno de los sobrevivientes de la barahúnda en Manizales, hoy sereno escritor de El Tiempo y voz cantante del credo nadaísta. Oriundo de Envigado como su filósofo consejero, seminarista en sus mocedades (hubiera podido llegar a ser obispo), hoy un sesentón nostálgico y pleno de vivencias, Escobar ve correr las horas del crepúsculo en su predio rural de San Francisco (Cundinamarca).

De entrada, me dice: “No sé si los cincuenta años de jorobar merezcan felicitaciones o lástima. No es posible enorgullecerse de haber envejecido al amparo de una de las más negativas y la más fructífera de las palabras, y de convertirse poco a poco en la figura de salvedades, de ensayos de vivir y del esfuerzo de pensar, para lograr al cabo de todo no entender”.

Comenta que la última vez que vio a Ebel Botero, entusiasta admirador suyo en las calles de Manizales (ambos jóvenes y con ganas de gozar), fue en Medellín. Así lo describe: “Yo estaba seguro de que moriría de calor, pues rodaba por las ardientes calles de la ciudad de la eterna primavera, de gabardina, con bufanda de seda y sombrero”. Me veo en el caso de contarle que no murió de calor ambiental, sino a consecuencia del veneno que se tomó en el hotel donde residía.

El poeta recuerda a otros escritores de la época, como Mario Escobar Ortiz, que también tuvo final trágico. Y anota que un hijo de Escobar Ortiz, que vive en Pereira y se le perdió de vista, se quedó con algunos papeles de Gonzalo Arango, que ahora quiere publicar un editor inesperado.  “Ojalá no haya hecho lo que hizo Angelita con el archivo de nuestro Gonzalo: echarlo a la candela por estorboso”.

A la Manizales sosegada que los enchiqueró por unas horas le rinde este tributo: “Mis amigos todavía se asustan cuando les digo que en los sesenta la mejor página de opinión del país la tenía La Patria. Un montón de señores mucho más viejos que nosotros, godos, pero algunos proustianos, cultos y con unas prosas muy inteligentes las más de las veces. Recuerdo también esa tristeza del diablo que andaba junto a Fernando Mejía Mejía (poeta de Salamina, muerto en 1986). Y que a Baudilio Montoya (el rapsoda del Quindío) me lo presentaron como diez mil veces, como una figura de museo, que nunca se acordaba de haberme visto”.

Hablamos de Pereira, donde contrajo matrimonio por el rito católico, y luego se separó: “Al fin entendí por qué se dice ‘contraer’ matrimonio, como si fuera igual que ‘contraer’ la gripa, o la hepatitis. Antes de Gaviria, Pereira era más manejable, cuando no se había llenado de traquetos ni tenía viaducto… Viaducto: una palabra cara a Amílcar Osorio”.

Sobre el poeta de la ruana, otra de las figuras literarias que Eduardo Escobar trató durante su estadía en Pereira, le cuento que yo estuve presente en el homenaje que se le tributó al final de su vida y que le ocasionó la muerte. La emoción de ver y de sentir a tanta gente aplaudiéndolo, le produjo un infarto fulminante. Como muestra de aprecio, el Club Rialto le había dispensado el carácter de socio de honor, agrego. “Bueno –interviene Escobar–, pero estoy seguro de que al poeta Luis Carlos González no lo dejaban entrar con ruana en el Rialto…”

Para finalizar esta charla al vuelo que surgió a raíz de la crónica de Augusto León Restrepo, le pregunto cómo se siente hoy en la vida rural de San Francisco, luego de su larga estadía en La Calera y sobre todo de la frenética acción de los manifiestos  y las agitaciones ideológicas (en ese juego arrebatado con la palabra): “San Francisco –afirma– es un lugar de clima medio, cafeterito, que llamamos. Aquí me dedico a tratar de aprender a leer y a mis ejercicios eternos de mecanografía. Una de las cosas buenas de vivir en el campo es que los amigos son siempre bienvenidos. La soledad es un espacio para los amigos”.

El Espectador, Bogotá, 29 de septiembre de 2008.
Eje 21, Manizales, 29 de septiembre de 2008.