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El «Destapado» de Armenia

jueves, 14 de abril de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En una mesa de café se conocen me­jor las noticias y las personas. Hay ma­yor autenticidad mientras más infor­mal sea el ambiente. Al calor de un tinto o de un aguardiente se disfruta más. Soy asiduo cliente de café y gran convencido de su eficacia. Es un excelente medio para el diálogo, para el negocio, para el contacto con la gente y los problemas.

El  “Destapado» es un tertuliadero tradicional de Armenia. Se le llama así por no tener puertas. Por eso mismo se le apoda «Café Pulmonía», y aquí sobran las explicaciones. Es sitio movido y lleno a toda hora. En él se sabe la última noticia, se negocia la fin­ca, se combina la pequeña o la gran intriga, se hace el pacto político –que al día siguiente se deshace–, se critica al alcalde, se tumba al gobernador, se fabrica el cuento fino, se murmura, se ríe, se conoce el nombre del comer­ciante que quebrará dentro de dos me­ses, se quitan y se ponen honras, y queda tiempo para tomarse un tinto.

Ya usted se habrá dado cuenta de que se trata de un lugar neurálgico, de una especie de termómetro o radar de la ciudad. Es algo tan propio, tan auténtico de Armenia como su hacha legen­daria o la frase del caficultor en plena bonanza cafetera: «regular la cosechita, pero la próxima será buena».

Entre el aroma de una taza de café escuché una de esas historias que parecen inverosímiles. Con su lado cómico y el fondo humano de toda comedia, trataré de reproducirla, sin ubicarla en ningún lugar, porque para el caso es lo mismo que suceda aquí o en la Indochina, y con nombres supuestos, porque esto es un retrato de la vida real y no una corresponsalía.

Como en las comedias, este es el re­parto:
Narciso: el marido, que acaba de fallecer.
Agripina: la viuda.
Consuelo: la amante.
Justiniano: el alcalde.

Para cada tiesto hay su arepa, y todo parece indicar que Agripina lo fue para Narciso durante varios años, pero de tanto probarla comenzó a parecerle insípida la masa y terminó buscando otro condimento. Y encontró con­suelo a la vuelta de la esquina. No siempre la nueva comida es mejor sazonada que la casera, y para establecer diferencias, alternaba el menú, pero en esto suele ocurrir lo de los sedantes: que el uso frecuente crea hábito.

Y Narciso habitó con Consuelo. De habitar a cohabitar hay solo dos letras, lo que explica la facilidad con que pa­sara de su clandestino concubinato al escándalo. Pero Agripina, enamorada y perseverante, no se dio por vencida y se encaró a su adversaria declarándole la guerra abierta y diciéndole, entre otras cosas, que Agripina y Consuelo tienen igual número de letras, o sea, que la una era tan mujer como la otra.

Lo único imprevisto fue la muerte de Narciso. Por más intentos, y súpli­cas, y lloros, Agripina no dejó entrar a su contrincante al velorio. Y como esta era mujer de armas tomar, aquella en­cajonó rápido el cadáver y lo aseguró con doble hilera de clavos. Deberían aquí haber terminado las pretensiones de la amante, pero no fue así.

Tres días después, Consuelo acudió a las autoridades con argumentos sin duda de mucho peso, pues se autorizó la exhumación. Ya a sus anchas, volvió a encontrarse con el amante. El pobre estaba mal en­vuelto, como lo suponía, y ni si­quiera medias le habían puesto para abrigarlo contra la inclemencia de la tumba. Pero allí estaba el par de calce­tines que había comprado. Justiniano, el alcalde, o don Justo, como se le llamaba por sus nobles sentimientos, ayudó a entubar las piernas yertas del difunto entre la legítima lana. No queda difícil imaginar que Con­suelo, en medio de su desconsuelo, embalsamó a su querido Narciso entre fra­gantes narcisos y le prodigó los derro­ches de amor que no le había permiti­do su competidora.

Me levanté de la mesa del “Café Pulmonía» –cito ahora el otro apo­do del establecimiento por el frío que también estoy sintiendo en el final del relato–,  con el gusto de haber saborea­do un buen tinto y compartido la amistad de una mesa de café, aunque dándome vueltas la cabeza con estos capítulos tragicómicos de la vida.

La Patria, Manizales, 5-XII-1973.
Satanás, Armenia, 2-IV-1977.

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